Javier Milei y el futuro de la Argentina

Parecería que Milei ha entendido que le sería beneficioso abstenerse de tratar a sus contrincantes como alimañas asquerosas y  asumir una postura más amable y menos belicosa.

Javier Milei en la «Derecha Fest». Foto: Gentileza La Voz.

En ciertos círculos académicos, ha sido habitual subestimar la importancia de la personalidad del líder político más poderoso de turno e imputar todo cuanto sucede a fuerzas socioeconómicas ciegas. Es lo que hizo León Tolstoi cuando, en Guerra y Paz, trató a Napoleón como un sujeto vanidoso que se imaginaba responsable de movimientos sísmicos que no estaba en condiciones de comprender o modificar. Sin embargo, parece indiscutible que, en muchas ocasiones, el destino de naciones y hasta de continentes ha sido determinado por decisiones tomadas por hombres con nombre y apellido.

   Es poco realista suponer que de no haber sido por la participación de personas como Lenin, Stalin, Hitler, Mao, Churchill y muchas otras, todo hubiera ocurrido igual; sin ellos la historia del mundo hubiera sido muy distinta. Asimismo, no cabe duda de que lo que está sucediendo en Estados Unidos se debe en buena medida a los caprichos de Donald Trump o que las obsesiones de Vladimir Putin incidieron en la decisión de invadir la vecina Ucrania con el propósito de reincorporarla al imperio ruso.  

 Pues bien, el futuro inmediato y tal vez, a largo plazo de la Argentina tendrá mucho que ver con la personalidad de Javier Milei y la manera en que la sociedad se adapte a los cambios que está impulsando. Puede que su influencia sea tan profunda como la de Juan Domingo Perón o que, para satisfacción de quienes lo desprecian, no deje una marca duradera.

 Sea como fuere, hace ya casi dos años, la ira que Milei supo encarnar mejor que nadie posibilitó un terremoto político en que un polemista de creencias extravagantes derrotó primero a “los ñoños” de Juntos por el Cambio y después a los kirchneristas y sus aliados de otras corrientes peronistas.  A partir de entonces, no le ha ido nada mal al gobierno que improvisó; si bien no ha conservado el apoyo de más de la mitad del electorado, aún lo tiene de una proporción suficiente como para aspirar a continuar fortaleciéndose y, desde luego, ha logrado aplicar un programa macroeconómico muy ambicioso que está produciendo resultados promisorios.

   Muchos que están convencidos de que Milei ha elegido el rumbo económico correcto creen que suele hablar como un adolescente malcriado porque “es así” y que, por ser tan alarmantes las alternativas frente al país, hay que pasar por alto su gusto por las palabras soeces y los insultos escatológicos. Con todo, si bien parecería que a Milei le es natural expresarse de manera rabiosa, tanto él como sus colaboradores no tardaron en darse cuenta de que le permitió conectarse anímicamente con sectores sociales que con toda probabilidad lo repudiarían si fuera un dechado de buenos modales como Mauricio Macri.

  La verborragia de Milei también ha servido para mantenerlo en el centro del escenario político y, mientras tanto, distraer la atención de los conflictos que están agitando una sociedad que corría peligro de anquilosarse. Para los libertarios, pues, insultar a los demás puede considerarse parte de una estrategia bien pensada que ya les ha brindado buenos resultados, de ahí el escepticismo motivado por la promesa de Milei de abandonarla.

    Fue gracias a su voluntad de cubrir de epítetos denigratorios a quienes no compartían sus puntos de vista que Milei pudo convertirse de un personaje televisivo escandaloso en un dirigente político de primer orden. El éxito político de Milei que, de reflejar la realidad social las encuestas de opinión que se han difundido, está encaminado a anotarse un triunfo resonante en las elecciones legislativas nacionales de fines de octubre, se debe en buena medida a su estilo irascible. Para más señas, nadie ignora que La Libertad Avanza depende casi por completo del “carisma” del presidente.

  Así y todo, a menos que cumpla su promesa de tratar mejor a sus adversarios, Milei no podrá sino provocar reacciones muy negativas por parte de aquellos blancos de sus misiles verbales que sienten nostalgia por las luchas callejeras. Si sólo fuera cuestión de un intercambio de insultos groseros, el que el oficialismo se haya acostumbrado a usarlos no sería tan preocupante, pero sorprendería que ningún opositor cayera en la tentación de suplementar la indignación que siente con actos de violencia física más graves que los protagonizados últimamente por militantes de La Cámpora kirchnerista. De todos modos, parecería que Milei ha entendido que le sería beneficioso abstenerse de tratar a sus contrincantes como alimañas asquerosas. Para que el proyecto que puso en marcha sea algo más que un episodio efímero, tendrá que conseguir el apoyo permanente de una parte sustancial de la población del país, razón por la que le convendría asumir una postura más amable y menos belicosa.


Javier Milei en la "Derecha Fest". Foto: Gentileza La Voz.

En ciertos círculos académicos, ha sido habitual subestimar la importancia de la personalidad del líder político más poderoso de turno e imputar todo cuanto sucede a fuerzas socioeconómicas ciegas. Es lo que hizo León Tolstoi cuando, en Guerra y Paz, trató a Napoleón como un sujeto vanidoso que se imaginaba responsable de movimientos sísmicos que no estaba en condiciones de comprender o modificar. Sin embargo, parece indiscutible que, en muchas ocasiones, el destino de naciones y hasta de continentes ha sido determinado por decisiones tomadas por hombres con nombre y apellido.

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