La larga noche hacia el 2 de abril

Ricardo Villar

Periodista, exdiputado neuquino por la UCR

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Cerca de las 22 del 1 , este diario recibía un cable con la advertencia de «Embargado» que anunciaba el inicio de la guerra. Tras dudas, revuelo y mucha adrenalina, se imprimía la noticia a la 1 de la mañana.


No acostumbro a escribir en primera persona; a ser autorreferencial. Pero rompo la regla, porque no encuentro otra forma de rememorar lo ocurrido en una redacción, cuando la mayoría de los argentinos estaban en tránsito hacia el sueño, y un puñado de uniformados avanzaban en una gesta cargada de sentimientos reivindicatorios, pero también plagada de improvisación y especulaciones políticas que conducían, a priori, a una aventura trágica.

Era la noche del domingo del primer día de abril de 1982. Como todo domingo, el ambiente en la redacción del Río Negro -donde me desempeñaba- era de aburrimiento. Solo el fútbol despertaba algo de entusiasmo. “Los domingos son aburridos para hacer un diario. Nunca pasa nada”, decíamos con razón.

Con razón, pero solo hasta ese domingo. Pasadas las 22, quedamos cuatro o cinco en la redacción. Jorgito Boglio, asistente de redacción, quien escribe y dos compañeros de la sección Deportes, que terminaban sus páginas con los resultados generales de la jornada. Ellos recibían recomendaciones para que apuraran la entrega. Porque el objetivo era salir con el diario a la calle, en los primeros minutos del lunes 2/4.

En un momento, Jorgito -que controlaba la llegada de informaciones enviadas por las agencias de noticias- llega a mi mesa de trabajo con un cable (papel impreso con noticias), pálido e intentando leer lo que estaba escrito. En su apuro, por hablar, tartamudeaba. Me reí por lo que veía hasta que me alcanzó el papel. Tenía un encabezado que decía, con letras en mayúscula: TEXTO EMBARGADO HASTA LAS 01.00 HORAS, del 2/4. Eso significaba que no se podía difundir hasta esa hora. Y a continuación, el título: “Las FF.AA. nacionales han comenzado el desembarco y la recuperación de las Islas Malvinas”.

Chiste, para alterar la tranquilidad dominguera, fue lo primero que pensamos. Para sacarnos las dudas, llamamos a las agencias de noticias y nos confirmaron la veracidad del cable.

Entonces pasamos de la tranquilidad a la conmoción y el desconcierto. Había que rehacer parte del diario, pero necesitábamos avisar a director, don Julio Rajneri, quien se encontraba en su chacra, alejada del centro de Roca y sin teléfonos (los celulares no existían y los teléfonos de líneas tampoco en las zonas rurales). Tito Boglio, el secretario general de Redacción vivía más cerca y a él acudimos, pero igual debimos llegar a ver al doctor Rajneri. Hubo que convencer a Manolo Comolai, el histórico chofer. Y allá fuimos, con nuestro parte de guerra. Rajneri leyó, y con un gesto que no puedo definir, nos dijo: “Esto es una locura, pero es información y hay que publicarla. Mañana veremos cómo sigue esto”. Y volvimos a rehacer páginas y a pedir comprensión a la gente de Rotativa, que nos esperaban ansiosos. El Flaco Paseiro, comprendió la trascendencia de lo que pasaba, y puso la mejor onda junto a sus compañeros.

Así, minutos después de la 1, el diario se imprimía, con la tapa dedicada al inicio de la guerra, o a la recuperación de las Malvinas, como se indicaba en el primer parte militar.

Ese tiempo, de no muchos minutos, fue el más intenso que he vivido en mi larga y entretenida vida. Chocaban la adrenalina que generaba en un periodista estar ante un hecho histórico, con el temor por lo que vendría, y el enojo porque ya veíamos que se trataba de un arrebato desesperado de una dictadura que ya no soportaba la presión social ni la debilidad que le provocaba su propia gestión.

Salió el diario. Agarré algunos ejemplares y volví a Neuquén, en donde vivía. Pasé por unos de los pocos cafés que alargaba las noches de algunos parroquianos, sobre la diagonal 25 de Mayo. Mostré el diario, y “al toque” todos se amontonaron para saber. Preguntas de todo tipo, que lejos estaban de mi capacidad de responder. Estuve un rato y llegué a mi casa. Desperté a mi compañera Malena y le conté y le mostré lo publicado. Más preguntas sin respuesta, hasta que concluimos que la reacción de los ingleses no se demoraría y que nuestra capacidad de defensa era desigual. Entonces, estábamos en guerra. Nos abrazamos y lloramos un rato. Horas después, el país estaba notificado de la nueva situación y empezaba a bambolearse entre el entusiasmo y el temor. Enseguida, los neuquinos comenzamos a sufrir el precio de esa contienda: moría acribillado el Monchito Águila, el conscripto de la Marina que había sido reclutado del ignoto poblado de Paso Aguerre.

El resto lo relatarán otros testigos y actores de esos hechos. Con disculpas por la autorreferencia, pretendo rescatar lo vivido en una redacción aburrida, cuando nos notificaron de que entrábamos “en operaciones”, según el léxico militar, o en guerra, en lenguaje común.

* Periodista. Exdiputado nacional por la UCR.


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