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Massa al mando del peronismo

Es más que posible que, siendo un pragmático nato, se esfuerce por emular a Carlos Menem que, durante una década, hizo del peronismo un movimiento de centroderecha, más “neoliberal” que el radicalismo y otras corrientes.

Cuando Cristina en efecto nombró presidente a Alberto Fernández, sabía que era un personaje tan débil que le sería muy fácil manipularlo. ¿Y Sergio Massa, que puede ser muchas cosas pero no es ningún debilucho? Al ceder ante la presión de gobernadores e intendentes asustados por el impacto adverso que hubiera tenido una previsible debacle electoral protagonizada por la dupla anodina Wado de Pedro-Jorge Manzur, la vicepresidenta firmó su propia acta de defunción como reina del país peronista.

De kirchnerista, Massa tiene muy poco. Nadie ha olvidado que una vez arrancó aplausos frenéticos de sus seguidores comprometiéndose a barrer a “los ñoquis de la Cámpora” de los lugares que ocupaban y a meter entre rejas a su jefa. ¿Se ha reconciliado con ellos? Hay que dudarlo.

A juicio de muchos, Massa es el integrante menos confiable de la clase política nacional, un hombre sin escrúpulos que traiciona por principio.

Suponen que si es fiel a algo, es a su ambición; quiere ser presidente de la Argentina y no le importa para nada si el camino hacia su meta lo obliga a pasar por territorios dominados pasajeramente por uno u otro movimiento ideológico. Quienes opinan así tendrán razón, pero el oportunismo que es su especialidad es tan flagrante que nadie podría acusarlo de incoherencia.

Aunque es factible que Massa haga una buena elección, sorprendería que este año consiguiera las llaves a la Casa Rosada. Lo que sí podría hacer, ya que es el candidato presidencial del peronismo casi unido, es consolidarse como el líder de la oposición a un eventual gobierno del ganador de la interna de Juntos por el Cambio.

En tal caso, tendría que decidir si le conviniera más adoptar una postura liberal, económicamente ortodoxa, o conformarse con una versión propia del populismo emotivo que ha llevado el país a su lamentable situación actual.

Puesto que un político tan astuto como Massa no quisiera figurar como uno de los responsables de un desastre tan terrible como el provocado por Cristina y su gente, lo más probable es que continuara tratando de congraciarse con el mundo empresario tanto local como estadounidense.

A juzgar por su conducta reciente, comparte la forma de pensar de los convencidos de que la prolongada decadencia argentina se debe a la resistencia de las elites políticas del país a aprender de la experiencia ajena.

Por ahora al menos, su gestión como ministro de Economía le juega en contra. Sus rivales insisten en que es el culpable principal de la inflación, rayana en la hiperinflación, que está arruinando a millones de familias, pero Massa podrá atribuir su fracaso patente en este ámbito fundamental al compromiso de sectores del gobierno con el fantasioso relato kirchnerista.

Desde el punto de vista de Massa, combatir el kirchnerismo, indirectamente mientras esté en campaña y de manera más frontal después, sería provechoso; además de permitirle minimizar su propio aporte al estado nada bueno de la maltrecha economía nacional, le daría un pretexto más que respetable para poner un fin definitivo a la carrera de Cristina y acorralar a una multitud de sujetos que procurarán ocasionarle dificultades.

Erigido en jefe del peronismo, Massa entenderá que lo único que mantiene vivo el movimiento es la conciencia de que, durante casi tres cuartos de un siglo, ha podido ofrecer a los activistas una cantidad al parecer inagotable de cargos en instituciones estatales o paraestatales, sean éstas gobernaciones, legislaturas u organizaciones que dependen del gran negocio político. Tal como están las cosas, la gigantesca corporación así supuesta corre el riesgo de caerse en pedazos porque el resto del país no está en condiciones de seguir financiándola. Para llenar el vacío resultante, los kirchneristas sólo pueden proponer la adhesión a un relato rencoroso; por razones patentes, dicha alternativa no atrae a quienes se han habituado a privilegiar su propio bienestar material.

Es más que posible, pues, que Massa, un pragmático nato, se esfuerce por emular a Carlos Menem que, durante una década, hizo del peronismo un movimiento de centroderecha, más “neoliberal” que el radicalismo y otras corrientes.

Una decisión en tal sentido chocaría contra la voluntad de Cristina y sus acólitos de dinamitar la gestión de un gobierno de signo no kirchnerista llenando las calles de turbas violentas, como acaban de hacer en Jujuy.

Aun cuando la estrategia ideada por los kirchneristas más vehementes sirviera para destruir un hipotético gobierno de Juntos por el Cambio, dejaría al país tan malherido que, por cínico que fuera, Massa, el que a buen seguro espera desempeñar el papel de un salvador digno de ser elogiado por los líderes de las potencias mundiales, no querría estar cercano al poder.


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