Memorial y deuda con nuestros pueblos originarios: una reflexión sobre derechos, cultura y protección
La protección de los derechos de pueblos originarios sigue siendo una deuda pendiente en Argentina. Es urgente transformar el marco legal en acciones concretas para preservar su identidad, cultura y territorios.
In memoriam
Beato Ceferino Namuncurá,
hijo de los pueblos originarios de América del Sur
Un argentino mapuche
No basta ni alcanza el ritual de un memorial por el Día del Aborigen Americano, el cual, y a propósito, se celebra cada año en conmemoración del Congreso Indigenista Interamericano, celebrado precisamente en México el 19 de abril de 1940. Dicho congreso fue convocado en la ciudad de Pátzcuaro por el entonces presidente mexicano Lázaro Cárdenas, quien era a su vez descendiente de aborígenes.
No basta ni alcanza con el reconocimiento teórico de los hechos culturales y de los derechos propios de cada colectividad étnica, sobre todo el derecho a la tierra, como base de la prosperidad económica.
No basta ni alcanza su apuesta vana e infructuosa, particularmente por la propiedad colectiva, comunitaria y cooperativa, en un clima de respeto integral al medio ambiente y los recursos naturales, en la perspectiva de futuro para evitar su deterioro y finalmente su agotamiento.
No basta ni alcanza que los pueblos indígenas hayan proclamado o proclamen su derecho al idioma propio y a la educación en sus lenguas maternas, sin desdeñar el castellano; al patrimonio cultural; al acceso a la justicia y a la libertad para ejercer los principios y las costumbres que culturalmente los identifican. No basta ni alcanza cuando ni la supremacía de nuestra propia Constitución Nacional (Art. 75, inc. 17) al carecer de eficacia y performatividad proclama sin garantizar ni asegurar:
- Reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos.
- Garantizar el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural.
- Reconocer la personería jurídica de sus comunidades y la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan.
- Regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano.
- Ninguna de ellas será enajenable, transmisible ni susceptible de gravámenes o embargos.
La alcurnia del nuevo marco constitucional supuso asegurar la participación autónoma e independiente de los pueblos originarios en la gestión referida al señorío sobre sus recursos naturales y demás intereses que los involucren directa e indirectamente, “más acorde y en armonía con el lenguaje de demarcación y titulación, justas”.
Adicional y proactivamente, argumentos de génesis e historia universal resultan básicamente decisivos para, en estricta y tardía justicia local, nacional e internacional, determinadamente y con abundancia, restaurar, reconstruir y ejercer tal identidad indígena -personal, comunitaria y cooperativa- así como su recuperación patrimonial originaria -tangible e intangible-; en suma, argumentos irrefutables e inexorables, cimentados a partir de una intensa pero sostenida evolución histórica de producción y consumo, en sabio modo indígena, a lo largo de los siglos, invariablemente en franca “amistad indígena con su madre tierra”.
Consecuentemente y como bien señalan e ilustran -entre otros notables, históricos e ilustres defensores de la indigeneidad- por ejemplo, los frailes Toribio de Benavente, Bartolomé de las Casas o la respuesta del gran jefe Seattle en 1854 a Franklin Pierce, presidente de los Estados Unidos, «el Gran Jefe de Washington», (cuando temeraria, inhumanamente hiciera una última oferta por una gran extensión de tierras indias antes de lanzar el exterminio, prometiendo crear una «reserva» para el pueblo indígena)
Más recientemente, un olvidado, ocultado o silenciado ramillete de líderes indígenas iberoamericanas que han ayudado a transformar las vidas de miles de personas en América Latina, por ejemplo: Tarcila Rivera Zea (quechua peruana), Rosalinda Tuyuc Velázquez (lideresa maya guatemalteca), Rigoberta Menchú Tum (indígena guatemalteca, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1992), Lottie Cunningham Wren (Nicaragua, 29 de septiembre de 1959), abogada y ambientalista miskita de origen indígena.
Pero cómo omitir que en la dictatorialmente secuestrada y amordazada Venezuela se juegan su vida líderes indígenas que desempeñan un papel crucial en la defensa de sus derechos, territorios y cultura, especialmente en el contexto de la explotación minera y la protección del Amazonas. Tal son los casos de Olnar Ortiz, Gregorio Mirabal y Juvencio Gómez, héroes ejemplos de defensores de los derechos indígenas, que enfrentan desafíos más que significativos. A todos ellos —nobleza obliga— debemos destacar especialmente a Sheyla Navia Céspedes, indígena de linaje boliviano, con sus breves apotegmas y reflexiones sobre grandes preguntas; llamativa, sorprendente y espléndidamente similar a la actualidad estruendosa del pensar y decir del filósofo de la esperanza, el coreano-alemán Byung-Chul Han, que nos sacude y advierte sobre toda esta “estúpida distopía” que paulatinamente, e imparablemente, nos envuelve, empaqueta, aliena, enajena y mata —¡en nuestras narices!—.
Esclarecidamente, Navia Céspedes (www.lahorade.es) subraya que el señorío de compartir y cooperar para conservar recursos como los bosques, el aire y el agua creó una vinculación con la tierra que constituye una plataforma sobre la cual se erigen elementos que aportan identidad propia a partir de una evolución histórica progresiva. Esa identidad surge de hechos significativos, pero también de una útil convivencia pacífica y diaria, con una distribución más justa de la riqueza y una total armonía con la naturaleza.
Con semejantes e ilustres antecedentes operativos, si bien el espíritu, como la letra, de nuestra Constitución Argentina del 1994, dota teóricamente a los pueblos indígenas de medios importantes para su promoción y protección, los hechos reflejan lo que efectiva y macabramente hicimos con la muerte y el despojo de nuestros pueblos originarios, que “gritan en silencio, claman y reclaman en paz… mucho más que la sola letra (muerta, vergonzosa e impotente) constitucional actual, mucho menos que ‘lo Suyo’”.
En términos generales, ante semejante ineficacia normativa y estériles abundancias semánticas más o menos calificadas, pero todas especulativamente inescrupulosas; se precisa una mayor difusión y ejecutoriedad de los derechos propios de los pueblos indígenas, para que “su” riqueza y apabullante autoridad moral, producto de la conservación y producción de “vida” en el tiempo —de toda forma de vida: celular y microbiana de la tierra, vegetal, animal, humana y más—, sean asegurados y restaurados de manera concreta y palpable. Sus derechos deben garantizar y restaurar su identidad, sus costumbres, y la plena reconducción del desarrollo de sus pueblos, para que finalmente su admirable cuidado espontáneo, edificante y natural de nuestra “Casa Común” sea “altamente reconocido” antes de que se pierda, olvide o destruya.
En suma, abundan los motivos y sobran las razones para que no debe postergarse más este cruel desconocimiento y desprotección del acervo axiológico y patrimonial indigenista. Ojalá que nuestro Ceferino Namuncurá, que intercedió por la curación de Valeria Herrera del cáncer de útero, interceda ahora por la sanación del cáncer humano, social y natural, para que —como Valeria Herrera, no solo reciba la remisión definitiva de su enfermedad, sino la bendición de mucha vida en sus hijos— vuelva a fecundar, brotar y reverdecer la vida aborigen, una vida en armonía, con fraterna cultura y ecuánime, donde la satisfacción reine, sin más hijos ni entenados.
Finalmente, al leer y releer el contenido de nuestra constitucionalidad argentina en el tema, lo acontecido en el devenir del tiempo revela mucho más que una burla o un “chiste” magno (cual nefasta caricatura, dada la gravedad y la lamentable historia humana de impunidad que ha ocurrido, como en todos los ecocidios y otros crímenes); implica que no solo se está poniendo en riesgo la supervivencia de los pueblos aborígenes, sus idiomas, costumbres, labores, sabiduría, creatividad, interioridad, fraternidad, cuidado, reciprocidad, moderación sin acumulación, silencio activo y humildad elocuente; ni su respeto incondicional sin acepción de personas, en un espíritu permanente, sostenible e inmediato de solidaridad intergeneracional. La realidad muestra que —y lo reiteramos— su celo por “Natura”, sus bosques, fauna y flora, fue devorado. Sin embargo, con todo eso, “la peculiar distopía de este progreso posmoderno” diezmó — ¡sin empatía, remordimiento, piedad, ni reparación!
(*) Roberto Fermín Bertossi – Experto Argentino del Coneau – Cooperativismo Performativo
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