Las inundaciones de ciudades son cada vez más frecuentes por la escasa capacidad de filtración por el asfalto.
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Clima extremo en la Norpatagonia: urge ahora generar territorios más seguros

El politólogo Pablo Lumerman analiza los riesgos serios de degradación que ya se viven en la región. ¿Cuáles son los desafíos que debiéramos enfrentar con prisa?

Por Pablo Lumerman (*), especial para «Río Negro»

Por el lugar ocupado en la geopolítica energética, la Norpatagonia vive riesgos mayúsculos de degradación. La crisis global le presenta desafíos en materia de sostenibilidad y, al mismo tiempo, oportunidades para la transición hacia un modelo regenerativo que produzca riqueza en lo económico, social y ambiental. El cambio climático es una realidad y, sin embargo, predomina el negacionismo. La aceptación no es fácil. La propuesta es formular una estrategia pragmática para los valles irrigados de la región. El compromiso servirá para prevenir situaciones de emergencia y promover el bienestar de las personas, generando un orden social justo y armonioso.

Las inundaciones obligaron a los vecinos a abandonar sus domicilios en Cipolletti. Foto: Florencia Salto.

El fenómeno desafía a la sociedad. Las sequías son cada vez más largas y recurrentes, volviendo crónico el estado de emergencia hídrica. La intensidad de las lluvias es notoria y provocan crecidas e inundaciones extraordinarias; los incendios andinos han sido cada vez más frecuentes, y la erosión de playas y costaneras no para de crecer.

Los valles interfluviales de Río Negro tienen una tendencia al aumento de la temperatura y a la reducción de las precipitaciones, aunque con momentos de mayor intensidad. Los veranos vienen más severos y, en promedio, los inviernos, más cálidos. Los venideros veinte años tendremos en la Norpatagonia un clima entre 2 y 2,5 °C más cálido.

En principio, por el dinamismo y el lugar que asume la geopolítica energética, nuestra región vive un riesgo muy alto de degradación social, económica y ambiental.

Pablo Lumerman, politólogo y director de la consultora Liquen, en el Alto Valle

Diez años atrás, la extracción de gas y petróleo no convencionales en Vaca Muerta iniciaba un proceso de desarrollo petrolero de grandes proporciones. Sus efectos sociales, económicos y ambientales en la región son múltiples y acumulativos. Y durante el último decenio la población se incrementó en más de un 30 %.

Municipios, empresas, instituciones y ong´s de la zona, entre tantos, pueden ayudar a generar territorios climáticos más seguros, insiste Pablo Lumerman, facilitador-mediador de la ONU en la región.

El aumento de los residuos desbordó los anticuados sistemas de gestión. Y mientras la actividad extractiva se multiplicaba, la superficie ocupada por perales y manzanos se reducía, degradándose las infraestructuras verdes y azules, basadas en la vida orgánica y en la circulación de agua, respectivamente.

La producción de petróleo de Vaca Muerta alcanzó los 200 000 barriles por día en 2022 y llegaría a los 2 millones diarios en 2030. Estas proyecciones se verán condicionadas por los precios, la situación económica mundial, la evolución tecnológica, la transición energética y los niveles de legitimidad social que alcance la actividad.

Presenciamos ahora la oportunidad para un recuperación social y económica transformadora, de transición hacia un modelo que produzca de forma regenerativa riqueza en lo económico, social y ambiental.

Pablo Lumerman

Para el 2040 se estima que la Norpatagonia albergará a más de dos millones de almas. La producción de alimentos y biodiversidad será reemplazada por infraestructuras de alto consumo de energía, altas emisiones y baja resiliencia. Sobre la meseta crecerá una ciudad expuesta a climas extremos y con costos elevados de provisión de servicios.

El problema es político, técnico y social. La ausencia de una estrategia multisectorial demuestra que la perspectiva climática todavía no es una prioridad pública. El sector privado tampoco desarrolla estrategias adaptativas y mitigatorias. Así, los riesgos asociados al cambio de las condiciones del clima serán mucho mayores.

La recurrencia de los fenómenos climáticos extremos impactan ya no solo de manera indirecta sobre las personas, por medio de desequilibrios en la economía, sino también de manera directa y contundente sobre la salud de la población en general opina Pablo Lumerman, politólogo.


Promover hábitats resilientes, una meta a plantearse ya


La meta es dotar de vitalidad al suelo para producir alimentos, capturar carbono y regular la temperatura, actividades propias de una nueva ruralidad. Además, promover hábitats resilientes, de bajo costo económico-ambiental y alto beneficio en calidad de vida, como barrios verdes, ecoaldeas y villas agroecológicas.

La producción y preservación de suelos deberá convertirse en un principio de acción pública y privada. Al mismo tiempo, deberían estimularse procesos bien desarrollados de enriquecimiento forestal que contribuirán a la estabilización térmica de un valle inserto en una zona árida de la Patagonia.

El uso integral de los residuos como compost, energía, alimento o materiales constructivos logrará la circularidad material. Y con la bioconstrucción, el arbolado reemplazará al aire acondicionado y la arcilla, la piedra o la madera, al hormigón.

De cara al futuro se torna prioritario aprovechar las condiciones transicionales mediante un plan de inversión en infraestructuras verdes y azules. Y el Estado, la sociedad y el mercado deben impulsar soluciones conjuntas basadas en la naturaleza. Fijar estrategias adecuadas de acción no es solo una obligación ética, sino la gran oportunidad de producir un salto al “desarrollo territorial regenerativo”.

* Politólogo, facilitador-mediador ONU y director de la Consultora Liquen.


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