Según lo veo…: ya estamos en la era Trump
El regreso de Trump destaca por su retórica provocadora y la reafirmación del poder estadounidense. Con su actitud desafiante, se disipa cualquier duda sobre su intención de enfrentarse a los líderes autoritarios.
A Donald Trump le encanta el poder. No sorprende, pues, que de regreso a la Casa Blanca esté actuando como una versión caricaturesca de sí mismo. Recargado e hiperactivo, ya ha firmado más de cien órdenes ejecutivas impactantes. También insiste en que Canadá debería ser incorporado a Estados Unidos, que presionará a Dinamarca para que le venda Groenlandia y que está resuelto a recuperar el control del Canal de Panamá. Por tratarse de un personaje al que le encanta bromear, no es fácil saber si habla en serio o si sólo quiere desconcertar aún más a quienes lo creen capaz de cualquier barbaridad.

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Trump es un político muy astuto. Al explayarse en público sobre sus hipotéticos planes geopolíticos, está advirtiendo a los autócratas que creen que Estados Unidos está batiéndose en retirada, que no se conformará con una postura meramente defensiva. Si no que, por el contrario, será una superpotencia declaradamente expansionista —para no decir imperialista— que no vacilará en subordinar todo lo demás a los intereses estratégicos nacionales, tal y como los defina el comandante en jefe de las fuerzas armadas mejor equipadas del planeta. A pesar de su voluntad declarada de no involucrarse en conflictos ajenos, Trump está resuelto a sacar provecho del poderío militar, riqueza financiera y liderazgo tecnológico de Estados Unidos.
También confiesa sentirse atraído por la noción de que le convendría brindar la impresión de ser un hombre totalmente imprevisible, siguiendo así el consejo que, se dice, hace medio siglo Henry Kissinger dio al entonces presidente Richard Nixon. Sería de suponer que Trump y sus asesores creen que el ruso Vladimir Putin, el chino Xi Jinping y el líder supremo iraní Ali Khameini se comportarán mejor por miedo a lo que podría sucederles si enojaran a quien los norteamericanos suelen calificar del “hombre más poderoso del mundo”.
No es una casualidad que el regreso de Trump haya ocurrido justo cuando, de acuerdo común, el orden mundial está cambiando con rapidez; la sensación, que contribuyó a su victoria en las urnas, de que está acercándose a su fin una época y que aún no se han definido los contornos de la siguiente, dista de limitarse a Estados Unidos. En Rusia y sus vecinos, China y los suyos, el Oriente Medio, África y América Latina, se ha difundido la convicción de que tiene los días contados lo que aún queda del statu quo que imperaba a partir de la implosión de la Unión Soviética. Puede que el retorno de Trump a la presidencia norteamericano sea sólo un síntoma de la frustración que tantos sienten aunque, huelga decirlo, Trump mismo se creerá el arquitecto principal del orden que, andando el tiempo, sustituya al que está desmoronándose ante nuestros ojos.
No sólo en Estados Unidos sino también en Europa, Australia y otras partes del mundo occidental y sus aliados de Asia oriental, la derrota de los demócratas en las elecciones de noviembre fue tomada por un revés, tal vez decisivo, del progresismo que durante décadas había dominado el pensamiento de “las elites” políticas, académicas y culturales. Fue repudiado por el grueso del electorado norteamericano que lo veía como un credo divisivo, sumamente hostil al “hombre común” y, a juicio de muchos, a la civilización occidental.
No cabe duda de que la autocrítica virulenta que siguen practicando miembros de dichas elites ha alentado a los enemigos externos de Estados Unidos y Europa al hacerles creer que eran tan decadentes que no se animarían a reaccionar frente a sus atropellos. De ahí la invasión de Ucrania por Putin, las amenazas truculentas de Xi a Taiwán y la creciente agresividad de yihadistas subvencionados por los teócratas iraníes.

Docencia: ante todo un trabajo
¿Estará dispuesto Trump a permitir que Putin se apropie de trozos significantes de Ucrania? Aunque en el pasado ha manifestado cierta admiración por el “zar” ruso y desprecio por los europeos que, a pesar de sus recursos económicos, siguen dependiendo militarmente de su protector transatlántico, últimamente se han producido señales de que asumirá una postura mucho menos permisiva de lo que hubiera sido el caso algunos años atrás. Por cierto, es poco probable que un hombre tan vanidoso aceptara ser recordado más por su debilidad frente a un agresor anti-occidental que por haber cumplido dignamente el papel de “líder del mundo libre”.
En cuanto al Oriente Medio, extrañaría que Trump no procurara vincularse con los éxitos fulminantes anotados por los israelíes en la guerra que están librando contra quienes se afirman resueltos a exterminarlos. Podría hacerlo ayudándolos a poner fin a los intentos de los ayatolás iraníes de dotarse de un arsenal nuclear para usar contra la odiada “entidad sionista” que, dicen, quieren borrar de la faz de la Tierra.
(*) Periodista y escritor.
A Donald Trump le encanta el poder. No sorprende, pues, que de regreso a la Casa Blanca esté actuando como una versión caricaturesca de sí mismo. Recargado e hiperactivo, ya ha firmado más de cien órdenes ejecutivas impactantes. También insiste en que Canadá debería ser incorporado a Estados Unidos, que presionará a Dinamarca para que le venda Groenlandia y que está resuelto a recuperar el control del Canal de Panamá. Por tratarse de un personaje al que le encanta bromear, no es fácil saber si habla en serio o si sólo quiere desconcertar aún más a quienes lo creen capaz de cualquier barbaridad.
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