Docencia: ante todo un trabajo
La docencia pasó de ser un apostolado a reconocerse como un trabajo, con derechos laborales colectivos. Sin embargo, hoy reaparecen discursos que responsabilizan a los docentes por las fallas del sistema y limitan sus derechos.
Podrá parecer innecesaria la aclaración, pero la docencia no siempre fue considerada un trabajo. La forma más antigua de entenderla fue la de apostolado: una tarea de entrega, un trabajo vocacional desinteresado hecho por amor y el docente como servidor del Estado en su misión “civilizatoria”. Era llevada adelante mayormente por mujeres a quienes se atribuía un rol maternal y no de asalariadas. La “maestra como segunda madre”, que piensa primero en los niños y posterga sus propios derechos, es un discurso que revela esta idea de apostolado.

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Ante esto que inhibía a los docentes de reclamar reivindicaciones laborales, surgió la idea de trabajador de la educación que ubicó al Estado en el lugar de patronal. En el Congreso inaugural de CTERA en 1973, se discutió acaloradamente y se definió esta denominación que identificaría a la docencia.
La idea de trabajador remite a un sujeto de derechos, colectivo, organizado, que tiene su marco regulatorio más amplio en los artículos 14 y 14bis de la Constitución Nacional. Implica una regulación estatutaria que no diferencia desempeños individuales, sino que afecta al conjunto de trabajadores, tanto en derechos laborales como en obligaciones.
Trabajador también implica puesto de trabajo, caracterizado por tres elementos centrales: la carga del trabajo -física, mental y psicoafectiva-, la responsabilidad -laboral, administrativa, social y civil- y la complejidad –dada por el trabajo con el conocimiento en permanente movimiento y su didáctica, por las transformaciones de los contextos sociales y culturales, la toma de decisiones permanentes y el trabajo con sujetos-. Pero en los 90, apareció otra forma de entender la docencia: como profesional.
En el marco neoliberal -que exigía flexibilización y precarización laboral- y de mayor desigualdad en la estructura social tuvieron lugar reformas educativas basadas en el modelo gerencial de las empresas y en la racionalidad económica. Como concluye Miriam Feldfeber, la reforma demandaba “profesionalización” y autonomía de los docentes; políticas en materia de formación continua; establecimiento de sistemas de evaluación y de nuevos criterios para definir las escalas salariales en base al mérito y a la responsabilidad por los resultados. Para Feldfeber, la idea que subyacía era que el docente debía hacerse a sí mismo en un mercado profesional, y ofrecer su fuerza de trabajo a cambio de un salario que estuviera en función de su “productividad”.
La idea de profesionalización también fue articulada con la de calidad educativa y la rendición de cuentas, para que, al decir de Antoni Verger, los resultados fueran más visibles ante el Estado y la sociedad. Para Verger no eran más que dispositivos para la regulación y el disciplinamiento del trabajo docente ya que atribuyeron a los maestros mucha responsabilidad en los problemas educativos y, de hecho, a menudo se los considera como los principales causantes de los (bajos) niveles de aprendizaje.
Como dijo Héctor González, la profesionalización fue un discurso seductor que encubría otras intenciones: se asociaba con el prestigio de las profesiones liberales tradicionales que significaron ascenso social, pero a la vez lograba articularse con las regulaciones que flexibilizaban y precarizaban el trabajo.
Tal vez este artículo debiera estar escrito en tiempo presente. Actualmente, reaparece el docente apóstol cuando el Estado o la sociedad no toleran su derecho al reclamo por derechos salariales o laborales o cuando la escuela es vista como un espacio de cuidado y molesta tanto que esté cerrada.

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Reaparece también el profesional cuando se pone como punto nodal de una reforma la profesionalización, formación, capacitación -o como quieran llamarle- de los docentes, porque se está afirmando implícitamente su culpabilidad en el mal funcionamiento del sistema educativo. Lo que no sólo es una mirada sesgada, sino que evidencia que no es el sistema educativo lo que importa, sino las condiciones de trabajo docente.
Vuelve a aparecer en los documentos actuales del Ministerio de Capital Humano cuando, ante la enorme cantidad de falencias y problemáticas de la escuela pública, la única respuesta es revisar la formación docente -que también es una problemática a atender, pero lejísimo está de ser la única-. Así lo demuestra la resolución 477/24 del Ministerio: “La evaluación del sistema formador resulta indispensable para mejorar los propios niveles de calidad y equidad y los de todo el sistema educativo… requiere de los estudios y acciones necesarios para evaluar los resultados, necesidades y demandas del sistema educativo”.
Ante este panorama, los docentes nos seguimos ubicando como trabajadores de la educación.
(*) Lic. en Comunicación Social. Prof. de Lengua, IFDC Fiske Menuco y Villa Regina.
Podrá parecer innecesaria la aclaración, pero la docencia no siempre fue considerada un trabajo. La forma más antigua de entenderla fue la de apostolado: una tarea de entrega, un trabajo vocacional desinteresado hecho por amor y el docente como servidor del Estado en su misión “civilizatoria”. Era llevada adelante mayormente por mujeres a quienes se atribuía un rol maternal y no de asalariadas. La “maestra como segunda madre”, que piensa primero en los niños y posterga sus propios derechos, es un discurso que revela esta idea de apostolado.
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