Orellie Antoine I, una fantasía literaria
Al “rey de la Patagonia” como a sus coterráneos, le fascinaba lo exótico.
A un abogado francés de provincia, (Dordogne) el carácter poco litigioso de sus paisanos le permitía tener largas reuniones con sus amigos en el café del pueblo. Las tertulias se exaltaban con lecturas sobre tierras lejanas y exóticas. Orellie pudo ver en esos textos que en el extremo sur de América del Sur había un pueblo que al ser gobernado por un rey podía liberarse de sus opresores y él, no obstante su tradición republicana, quería ser ese rey. No tardó mucho tiempo Orellie Antoine en entusiasmarse con los gigantes patagónicos; su propia altura y el tamaño de sus pies lo inducían a identificarse con aquellos distantes colosos australes. Pero el entusiasmo por los tehuelches fue pasajero, nuestros ancestrales habitantes de la Patagonia fueron usados como pasaporte –más bien fueron un cebo– para que el abogado francés traspusiera los Andes y se introdujera en la Araucanía. No se reunió con tehuelches ni con sus caciques, no obstante detentar en su título el reinado de la Patagonia. No pudo hacerlo por que la mayoría de los patagones fueron masacrados por sus “súbditos” araucanos (mapuches) en las batallas de Languiñeo –que quiere decir “lugar de muchos muertos”; muertos tehuelches, claro–, Barrancas Blancas, Río Senguer, Shótel Káikel y la del Vado de Choele Choel y los sobrevivientes fueron empujados hacia el extremo sur. Tampoco se dio cuenta que los topónimos araucanos (mapuches) que observaba en La Patagonia, antes habían sido tehuelches. Quién se autocalificaría con el pomposo título de Orellie Antoine I, Rey de Araucanía y Patagonia fue un francés que, como a muchos de sus coterráneos, le fascinaba el mundo “primitif”. Julio Verne fue la máxima expresión literaria de ese enamoramiento por los mundos desconocidos. El pintor Paul Gauguin, contemporáneo de Orellie, quedó deslumbrado por la Polinesia. Aunque al observar su obra –y sobre todo su vida– parecería que el entusiasmo lo volcaba más en las jóvenes tahitianas que en la pintura. Pablo Picasso (Escuela de París) en otro ejemplo estético de amor por lo salvaje, aplicó lo “primitif” africano en su cuadro “Las señoritas de Avignon” y dio inicio así a la pintura cubista. El mito del Buen Salvaje era -¿es?- para los franceses una extensión personalizada de lo “primitif”. Como hemos visto buena parte de la literatura y el arte galo canalizó este sentimiento. Se trataría de escapar del racionalismo cartesiano idealizando lo lejano, lo salvaje y lo primitivo. Con una buena carga romántica, Orellie Antoine I no escapaba a este sentimiento al que le agregaba un mesianismo civilizador. Quería convertir a los araucanos a la cultura francesa, explotar sus recursos naturales, enviarles inmigrantes para aliviar la presión social en su país y convertir a los territorios al sur del río Bio Bio en la Nueva Francia. Era el del “Rey” un imperialismo literario, francés, pero no menos real que otros. El abogado de la Dordogne cae bien entre los araucanos pues la concepción que tenía de su reino coincidía con las intenciones de los hijos de la Araucanía. Además, y como observara Darwin al conocerlos, los araucanos tenían una vocación monárquica en relación a sus caciques, lo que facilitaba la adhesión a un rey. Se trataba –se trata– de crear un reino contra natura desarrollándolo de Oeste a Este ignorando una serie de realidades geográficas, históricas y artísticas que se despliegan en forma paralela, y durante siglos, de Norte a Sur. Entre Tehuelches y Araucanos existe una frontera natural que es ¡nada menos! que la Cordillera de los Andes. Los araucanos son un pueblo andino que nació entre el océano Pacífico y la Cordillera de los Andes, así lo indica su mitología y desde hace siglos vive en rucas (casas de piedra y madera) Los Tehuelches son –eran– un pueblo nómade que desde hace miles de años se mueve por la llanura patagónica y vive en toldos de cuero. Los araucanos (mapuches) desplegaron su arte en la platería y los textiles, con dibujos donde prevalecen las figuras de plantas y animales. Los Tehuelches, en su arte inmueble, pintaron y dibujaron durante miles de años las cavernas y abrigos del lado oriental de los Andes. Consolidaron así, estéticamente la frontera montañosa y desarrollaron una progresiva tendencia abstracta en sus dibujos. En su arte mueble, la pintura de quillangos, sus expresiones fueron exclusivamente geométricas. Los Tehuelches son altos y pacíficos; los araucanos, de altura mediana, tienen una acendrada tradición guerrera. La Conquista española estableció el Reino de Chile, allende los Andes y el Virreynato del Río de la Plata, en la llanura pampeano-patagónica. Luego de la Independencia, ambas administraciones ibéricas se transformaron en la República Argentina y la República de Chile, y conservan la misma frontera: la Cordillera de los Andes. Para los araucanos (mapuches) la Patagonia es la Gran Araucanía y el conquistarla está en su fantasía colectiva; algo así como “La grandeur”, en el imaginario francés. Orellie Antoine I se hacía llamar Toqui Cheburbue. Toqui es un grado militar araucano similar a general o comandante, en la jerarquía castrense occidental. En la tradición o en la mitología del pueblo trasandino existe la idea de que algún día llegará un ser blanco, alto, con pelo negro largo y poblada barba (fisonomía coincidente con la de Orellie) que los liberará de españoles y chilenos, al que llaman Cheburbue. La sincronía fisonómica entre la imaginación araucana (mapuche) y su propio aspecto le facilitó mucho las cosas al francés. En su última incursión por Suramérica, (1875) ya en tierra argentina, el “Rey” galo quiere ponerse al frente de uno de los malones araucanos más devastadores que se abatieron sobre poblaciones de la Provincia de Buenos Aires, el Malón Grande. Pero quien toma el mando de esa vasta operación ofensiva es un toqui en serio: Namuncurá. Orellie queda impresionado por las atrocidades que cometen los araucanos en esa guerra y regresa a Francia decepcionado. El frustrado Rey muere en 1878 y lo sucede en ese trono virtual Aquiles 1º, quién en uno de sus discursos proclama: “Y veréis uno de estos días flamear el pabellón nacional sobre la cima de los Andes ¡al soplo poderoso del pampero!” Al escuchar esta encendida frase se entiende por que el segundo “Rey” tuvo menos éxito que el primero; sus afirmaciones revelan el más absoluto desconocimiento de su propio “territorio”. En la cima de los Andes sopla un viento húmedo y frío que viene del Pacífico. El Pampero sopla unos kilómetros más abajo y unos cuantos más hacia el este y es seco y terroso. De todas formas esta imaginativa, literaria y poco exitosa alianza entre franceses y mapuches no tiene nada de ingenua. Debe vérsela dentro de las intenciones geopolíticas que las potencias europeas proyectan sobre el cono Sur de América. Los mapuches suelen ser aliados y beneficiarios de esta política. (*) Exdirectivo de la industria editorial
Julio Verne fue la máxima expresión literaria de ese enamoramiento por los mundos desconocidos y Pablo Picasso es el ejemplo estético, que lo aplicó en “Las señoritas de Avignon” .
Quien se autocalificaría con el pomposo título de Orellie Antoine I rey de Araucanía y Patagonia fue un francés al que, como a muchos de sus coterráneos, le fascinaba el mundo “primitif”.
Héctor andolfi (*)
A un abogado francés de provincia, (Dordogne) el carácter poco litigioso de sus paisanos le permitía tener largas reuniones con sus amigos en el café del pueblo. Las tertulias se exaltaban con lecturas sobre tierras lejanas y exóticas. Orellie pudo ver en esos textos que en el extremo sur de América del Sur había un pueblo que al ser gobernado por un rey podía liberarse de sus opresores y él, no obstante su tradición republicana, quería ser ese rey. No tardó mucho tiempo Orellie Antoine en entusiasmarse con los gigantes patagónicos; su propia altura y el tamaño de sus pies lo inducían a identificarse con aquellos distantes colosos australes. Pero el entusiasmo por los tehuelches fue pasajero, nuestros ancestrales habitantes de la Patagonia fueron usados como pasaporte –más bien fueron un cebo– para que el abogado francés traspusiera los Andes y se introdujera en la Araucanía. No se reunió con tehuelches ni con sus caciques, no obstante detentar en su título el reinado de la Patagonia. No pudo hacerlo por que la mayoría de los patagones fueron masacrados por sus “súbditos” araucanos (mapuches) en las batallas de Languiñeo –que quiere decir “lugar de muchos muertos”; muertos tehuelches, claro–, Barrancas Blancas, Río Senguer, Shótel Káikel y la del Vado de Choele Choel y los sobrevivientes fueron empujados hacia el extremo sur. Tampoco se dio cuenta que los topónimos araucanos (mapuches) que observaba en La Patagonia, antes habían sido tehuelches. Quién se autocalificaría con el pomposo título de Orellie Antoine I, Rey de Araucanía y Patagonia fue un francés que, como a muchos de sus coterráneos, le fascinaba el mundo “primitif”. Julio Verne fue la máxima expresión literaria de ese enamoramiento por los mundos desconocidos. El pintor Paul Gauguin, contemporáneo de Orellie, quedó deslumbrado por la Polinesia. Aunque al observar su obra –y sobre todo su vida– parecería que el entusiasmo lo volcaba más en las jóvenes tahitianas que en la pintura. Pablo Picasso (Escuela de París) en otro ejemplo estético de amor por lo salvaje, aplicó lo “primitif” africano en su cuadro “Las señoritas de Avignon” y dio inicio así a la pintura cubista. El mito del Buen Salvaje era -¿es?- para los franceses una extensión personalizada de lo “primitif”. Como hemos visto buena parte de la literatura y el arte galo canalizó este sentimiento. Se trataría de escapar del racionalismo cartesiano idealizando lo lejano, lo salvaje y lo primitivo. Con una buena carga romántica, Orellie Antoine I no escapaba a este sentimiento al que le agregaba un mesianismo civilizador. Quería convertir a los araucanos a la cultura francesa, explotar sus recursos naturales, enviarles inmigrantes para aliviar la presión social en su país y convertir a los territorios al sur del río Bio Bio en la Nueva Francia. Era el del “Rey” un imperialismo literario, francés, pero no menos real que otros. El abogado de la Dordogne cae bien entre los araucanos pues la concepción que tenía de su reino coincidía con las intenciones de los hijos de la Araucanía. Además, y como observara Darwin al conocerlos, los araucanos tenían una vocación monárquica en relación a sus caciques, lo que facilitaba la adhesión a un rey. Se trataba –se trata– de crear un reino contra natura desarrollándolo de Oeste a Este ignorando una serie de realidades geográficas, históricas y artísticas que se despliegan en forma paralela, y durante siglos, de Norte a Sur. Entre Tehuelches y Araucanos existe una frontera natural que es ¡nada menos! que la Cordillera de los Andes. Los araucanos son un pueblo andino que nació entre el océano Pacífico y la Cordillera de los Andes, así lo indica su mitología y desde hace siglos vive en rucas (casas de piedra y madera) Los Tehuelches son –eran– un pueblo nómade que desde hace miles de años se mueve por la llanura patagónica y vive en toldos de cuero. Los araucanos (mapuches) desplegaron su arte en la platería y los textiles, con dibujos donde prevalecen las figuras de plantas y animales. Los Tehuelches, en su arte inmueble, pintaron y dibujaron durante miles de años las cavernas y abrigos del lado oriental de los Andes. Consolidaron así, estéticamente la frontera montañosa y desarrollaron una progresiva tendencia abstracta en sus dibujos. En su arte mueble, la pintura de quillangos, sus expresiones fueron exclusivamente geométricas. Los Tehuelches son altos y pacíficos; los araucanos, de altura mediana, tienen una acendrada tradición guerrera. La Conquista española estableció el Reino de Chile, allende los Andes y el Virreynato del Río de la Plata, en la llanura pampeano-patagónica. Luego de la Independencia, ambas administraciones ibéricas se transformaron en la República Argentina y la República de Chile, y conservan la misma frontera: la Cordillera de los Andes. Para los araucanos (mapuches) la Patagonia es la Gran Araucanía y el conquistarla está en su fantasía colectiva; algo así como “La grandeur”, en el imaginario francés. Orellie Antoine I se hacía llamar Toqui Cheburbue. Toqui es un grado militar araucano similar a general o comandante, en la jerarquía castrense occidental. En la tradición o en la mitología del pueblo trasandino existe la idea de que algún día llegará un ser blanco, alto, con pelo negro largo y poblada barba (fisonomía coincidente con la de Orellie) que los liberará de españoles y chilenos, al que llaman Cheburbue. La sincronía fisonómica entre la imaginación araucana (mapuche) y su propio aspecto le facilitó mucho las cosas al francés. En su última incursión por Suramérica, (1875) ya en tierra argentina, el “Rey” galo quiere ponerse al frente de uno de los malones araucanos más devastadores que se abatieron sobre poblaciones de la Provincia de Buenos Aires, el Malón Grande. Pero quien toma el mando de esa vasta operación ofensiva es un toqui en serio: Namuncurá. Orellie queda impresionado por las atrocidades que cometen los araucanos en esa guerra y regresa a Francia decepcionado. El frustrado Rey muere en 1878 y lo sucede en ese trono virtual Aquiles 1º, quién en uno de sus discursos proclama: “Y veréis uno de estos días flamear el pabellón nacional sobre la cima de los Andes ¡al soplo poderoso del pampero!” Al escuchar esta encendida frase se entiende por que el segundo “Rey” tuvo menos éxito que el primero; sus afirmaciones revelan el más absoluto desconocimiento de su propio “territorio”. En la cima de los Andes sopla un viento húmedo y frío que viene del Pacífico. El Pampero sopla unos kilómetros más abajo y unos cuantos más hacia el este y es seco y terroso. De todas formas esta imaginativa, literaria y poco exitosa alianza entre franceses y mapuches no tiene nada de ingenua. Debe vérsela dentro de las intenciones geopolíticas que las potencias europeas proyectan sobre el cono Sur de América. Los mapuches suelen ser aliados y beneficiarios de esta política. (*) Exdirectivo de la industria editorial
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