«Pa'Bailar» con Bajofondo
La banda dio un espectáculo potente el domingo en el Ruca Che de Neuquén.
Cuando un disco tiene invitados del tamaño de Elvis Costello, Gustavo Cerati, la Mala Rodríguez, Santullo, Juan Subirá, y hasta la voz ya ausente de Lágrima Ríos, está bien preguntarse si su traslado a un escenario, en vivo y sin ellos, no será una muestra más pobre que el original. Pero con «Mar Dulce», y Bajofondo -a secas, como se llama ahora la banda argentino uruguaya de Gustavo Santaolalla y Juan Campodónico-, la respuesta es clara: no.
Si el disco tiene fuerza, ellos, sobre el escenario del Ruca Che, tienen potencia. Si el disco tiene perfección, ellos le imprimen una energía, que transforma el show en una fiesta. Y quizás por eso, aunque previamente parece una banda destinada a un teatro, el Ruca Che fue una elección acertada. Sobre todo porque la parte electrónica le ganó a la dosis de tango, y el público salió a bailar, más en versión pogo que milonga. No hubiera sido lo mismo ver este show sentado en un teatro, sin posibilidades de moverse.
Y es entonces cuando uno no sólo no pierde al dejar el disco, y acercarse hasta el estadio, sino que gana.
Las calibradas imágenes de la VJ Verónica Loza en la
pantalla que dominó el escenario, el armonioso juego de luces y humos, sumados al talento del bandoneón y el violín de Martín Ferres y Javier Casalla, respectivamente (quizás las estrellas del show, más allá de allá del indudable protagonismo de Santaolalla, que se encargó de marcarlo), le dieron al espectáculo de Bajofondo una potencia que quizás ahora lo diferencie del disco.
La obvia ausencia de los invitados de lujo que aparecen en el CD, fue tan bien resuelta que no se los extrañó. Aunque no sonaron varios temas del disco (faltó «Ya no duele», faltó «Hoy», faltó «Fairly Right», entre otros), Bajofondo encontró la manera de invocar a Lágrima Ríos y su «Chiquilines», acompañada por la voz en vivo de Santaolalla; de traer a Gustavo Cerati en voz para «El mareo»; de invitar en imagen y voz a Adriana Varela para que le ponga sus frases a «Perfume» (del disco anterior) , y a Cristóbal Repetto para «Tango del pecado».
El show comenzó con un solo de Casalla, para darle luego lugar a la fuerza de «No pregunto cuántos son», con el combo argentino uruguayo completo sobre el escenario. Y enseguida quedó claro que son una banda, que disfrutan de lo que hacen y que saben contagiarlo hacia el público.
«Nos gusta traer esta música que no entendemos qué es, pero que nos representa», dijo Santaolalla como para sacar del plato la discusión de si el tango puede tocarse así, si es electrónico o si es ambas cosas. Que se entienda: es la música de Bajofondo. Y de momento, eso alcanza. Y no sobra. Al menos para los que sintieron la potencia de «Grand Guignol», «Tuve sol», «Pa´Bailar». Incluso para los que se dejaron seducir con la melancólica «De Ushuaia a la Quiaca», el tema que Santaolalla incluyó en su placa Ronroco y le sirvió para llegar hasta los «Diarios de Motocicleta», de Walter Salles. Ahí sólo, casi en penumbras y con su charango, interpretó su tema después de aportar cierta demagogia contándole al público que él, además de esto, «suele hacer canciones de películas» (y ganar Oscars).
«Borges y Paraguay», «Duro y parejo», «Miles de pasajeros» (del CD de Luciano Supervielle), lograron que la gente se pare, que baile, que siga el ritmo que marcaba muy desde atrás del escenario, pero con una presencia ineludible, Juan Campodónico.
La gente pidió bises, y hubo dos. La potencia de Bajofondo se vio sobre todo en el escenario. Pero también abajo. Y ahora, quizás, después de todo ese despliegue y esa música, cuando uno escuche el disco, se pregunte si no se estará perdiendo algo.
VERÓNICA BONACCHI
vbonacchi@rionegro.com.ar
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