Pandemia, y después: ¿Somos mejores o más desiguales?

Luego de un año y medio, el sueño de un mundo más justo se topa con limitaciones y desigualdades. De eso hablan el psiquiatra Santiago Levin, la filósofa Esther Díaz, el historiador Alejandro Galliano y la analista de comunicación política Julieta Waisgold.

Tiempo de mover el tablero. Nueva normalidad. Punto de fuga del capitalismo. Los relatos y discursos que suscitaron estudiosos de las ciencias sociales desde la filosofía, la antropología, la sociología, la comunicación y la ciencia política en la primera etapa de la pandemia -como el pensador esloveno Slavoj Žižek, que proyectaba un nuevo orden comunista- quedaron atónitos frente al paso del tiempo, la coyuntura económica y la profundización de la desigualdad.
¿Se rearmaron los relatos un año después? ¿Quedó atrás el discurso del orden social y tomó su lugar una apreciación más cercana a lo biológico como consecuencia de las medidas de cuidado que impactan en nuestra dimensión como seres sociales?


Para Alejandro Galliano, docente en la Facultad de Filosofía y Letras, “las posiciones se mantienen: un bloque excepcionalista que entiende que la pandemia justifica diversos avances soberanistas; otro bloque normalizador, que quiere pasar lo más pronto posible al viejo orden de cosas, aún con un coste sanitario grande; y la minoría ruidosa de los negacionismos. En todo caso hay más desánimo: el excepcionalismo no alcanza (y sale caro), la normalización no viene y los negacionismos se radicalizan a medida que se alejan de la realidad”.
“Si hay un relato -reflexiona el autor de “¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?”- es más biologicista, me alegro porque el Covid es una venganza de lo real: demuestra que estamos expuestos a factores que vienen de más allá de lo humano. Sólo habría que entender que hoy la Naturaleza ya es artificial en gran parte. El misterioso origen del Covid es un buen ejemplo”.
La filósofa Esther Díaz cree que “el relato está cambiando y está bien que así sea porque si no seríamos más negacionistas que los negacionistas” y convoca al ejercicio de abordarlo subjetivamente: “desde la experiencia de cada uno, podemos reflexionar y pensarlo como un espejo que se refleja y se agranda. El año pasado, para esta época, no nos imaginamos jamás que íbamos a estar un año y medio así”.


Doctora en Filosofía y autora de libros sobre Michel Foucault, epistemología y posmodernidad, la filósofa es contundente en cuanto a las ideas que se pusieron sobre la mesa cuando la crisis sanitaria todavía manejaba su cuota de excepcionalidad: “Me enojé mucho cuando mis colegas internacionales salieron a decir que se venía un mundo mejor, que iba a ganar una equidad social diferente y hablaban de nueva normalidad. Estamos viviendo en un sistema capitalista mundial, con muy pocas islas, y me pareció negativo que hubiera un análisis positivo con tanta desgracia a nivel internacional”.
En desacuerdo con algunos de esos análisis, que en Argentina circularon en la publicación “Sopa de Wuhan” -con textos de Giorgio Agamben, Judith Butler, Zizek- y luego sirvieron como plataforma para pensar y discutir a partir de lecturas situadas del hemisferio sur, Díaz diferencia la predicción del diagnóstico: “La filosofía no es futurología sino pensar el presente. Y en este momento el mundo está cambiando. Si vamos a ser mejores o peores no lo sé. Lo que sé es que está cambiando”.


Y mientras en “aquel momento en que algunas personas tenían la posibilidad de soñar, el discurso de ahora es más realista, exceptuando los libertarios. Desde el punto de vista de las personas que tratamos de razonar desde la realidad y no desde los ideales, por supuesto hay que luchar por los ideales pero antes hay que fijarse bien dónde estamos parados y estamos en un mundo en crisis porque no somos nosotros, ni la India, ni Brasil, ni Estados Unidos, es una crisis total. Me parece saludable que hayan caído los discursos tremendistas de ambos lados”.

Por su parte, Julieta Waisgold, abogada y analista en comunicación política, diagnostica: “El año pasado los gobiernos que tomaron nota rápida de la pandemia tuvieron durante muchos meses el discurso de lucha contra ‘el enemigo invisible’. Y en ese marco hablaban de una nueva normalidad a la que nos veíamos forzados, y otra que nos convocaba a salir mejores de la pandemia”.
“Pero los virus solos no hacen revoluciones y el enemigo, además del virus, es también una construcción social. Por eso cuando el virus dejó de ser novedad el discurso de unidad frente al enemigo empezó a perder fuerza. Y se empezó a abrir un espacio para los discursos en falsa escuadra que hablan de la libertad frente al autoritarismo y plantean dicotomías que no existen. Pocos gobiernos del mundo tienen vocación totalitaria”, argumenta.


A pesar de esas falsas dicotomías, Waisgold considera que esos discursos son “pregnantes” porque “el cansancio frente a la pandemia busca cauces y toma las formas que encuentra, y detrás de eso también hay sujetos que tienen aspiraciones y deseos, que hay que seguir escuchando para darle forma política a ese cansancio”.
En este sentido, Santiago Levin, médico psiquiatra y presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA), argumenta que “en plena segunda ola, con una población agotada y trabajadores de la salud exhaustos y al límite, se hace indispensable construir una narrativa que incluya el futuro” frente al “cruce complejo entre discursos antitéticos, que lejos de enriquecer la capacidad crítica del receptor la entorpece, porque uno de ellos predomina por sobre el otro y desdibuja la necesidad de una concepción de conjunto, de un nosotros, para que el cuidado sea eficaz”.
“La pandemia nos ha colocado en un eterno presente que nos agota rápidamente, y precisamos ayuda para vislumbrar un mañana que nos permita hallar razones para cuidarnos mejor hoy. Una esperanza no banalizante, que se apoye en la solidaridad y la cooperación, es el mejor complemento de la vacuna”, plantea.


¿Hay lugar para las utopías?


Esther Díaz, Julieta Waisgold, Alejandro Galliano y Santiago Levin analizan el lugar para las utopías, la posibilidad de cambio y la posibilidad de proyectar en un escenario pandémico.
“Siempre hay algún lugar para la transformación”, asegura Waisgold y explica que “hay quienes piensan la utopía como un ideal, algo que en realidad nunca se va a realizar. Yo prefiero pensarla al estilo de Zizek. Él dice que la utopía no es una cuestión de imaginación, sino de urgencia. Inventás en función de lo que hay, siendo sensible a lo que hay. Siempre hay un lugar para eso”.
En este punto, Galliano sostiene que “se esperaba que el Covid hiciera lo que no pudimos hacer nosotros: crear una sociedad más justa y amigable. La pandemia es una catástrofe, y todo modelo de sociedad mejor tiene que pensarse a partir de la catástrofe, sus oportunidades y sus límites. El utopismo posible es poscatastrófico, va a tener que construirse con lo que deje la pandemia: más precariedad, más digitalización y la consciencia de un entorno mitad natural-mitad artificial que no controlamos del todo”.
Díaz, por su parte, se define como “contra utópica” y argumenta que “el proyecto moderno, la ciencia moderna, Kant, creyeron que on el aumento de la razón íbamos a ser cada vez más conocedores. Cosa que se cumplió pero no para el bien absoluto puesto que con todo el desarrollo científico y a pesar de los millones de dólares que se invierten en investigación estamos como en la Edad Media” y acota: “Sí, es cierto: están las vacunas, se salva más gente pero ¿a qué costo?”. Es ahora, piensa la filósofa cuando “deberíamos recoger el fruto de la modernidad”. Sin embargo “los adelantos que nos llevarían a un mundo de felicidad para todos, nos llevaron al fracaso”: “La razón aplicada a la economía generaría más ganancias, cosa que pasó pero para pocas personas, de modo tal que el 1% de la población tiene el 98% de la riqueza mundial. Y la razón aplicada a la justicia iba hacer que reinara la ética y la paz perpetua. ¿Cómo estamos? Está la minoría que se beneficia de estos fracasos, mientras que la mayoría nos vamos cayendo del sistema”.
En la medida en que, como dice Levin, “la utopía no es una función estable en la estructura histórica de una sociedad sino una construcción política colectiva, activa” debe “ser sostenida desde la acción y sustentada por una narrativa inclusiva y solidaria” en la que “el cuidado social que pretendemos, el acompañamiento masivo a las medidas de cuidado en pandemia, solo puede ser habilitado desde una idea esperanzadora de futuro”.


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