Paola Kaufmann presenta hoy sus libros en Roca
La cita es hoy a las 20.30 en la librería Quimhué donde presentará "El lago" y "La cancha de golf del diablo" . Antes, a las 13, en el Municipio roquense le entregarán la llave de la Ciudad y la declararán Huésped de Honor.
Seguramente, en poco tiempo, Paola Kaufmann hará de estos actos tema de algún cuento. Sustancia literaria. Quizá allí algún personaje divertido le dará la llave de la ciudad donde nació y ella encerrará a todos sus habitantes en sus fronteras imaginarias. O bien, hará que algún ser alado sea condenado a cargar con una inmensa llave que no le permita remontar vuelo para huir de su pueblo; o quizá decida que la entierren con ella en un cajoncito caoba, a su lado, y le dedicará un largo epitafio. No es que Paola se mofe de los actos, no. Seguramente se emocionará hasta la médula presentando sus libros en la ciudad donde nació y donde su familia hizo su destino. Seguramente agradecerá una y mil veces todos los honores que reciba. Pero nadie dude que todo lo que pase por su cuerpo y su ánima pasarán a un anaquel mental, dispuesto a metamorfosearse en letras. Porque Paola Yannielli Kaufmann, Paola Kaufmann, habita en un mundo donde recuerdos, sueños, ensoñaciones, realidad, teorías, teoremas, deseos y fugas, se amalgaman de un modo extraño para terminar en su laboratorio de palabras.
En una entrevista que dio a este diario en el verano 2002, la escritora –que también es científica– contaba que llegó a la universidad soñando ser como Jacques Cousteau. Y de algún modo lo logró. Hace ciencia, posee el rigor de una científica. Y tiene su propio submarino con el que explora la profundidad del alma a un punto que logra conmover.
Paola es ya una escritora consagrada. Recibió tantos premios como libros tiene escritos. Premio Fondo Nacional de las Artes por «La Cancha de Golf del Diablo» (Ed. Punto de Lectura); Premio Casa de las Américas por «La Hermana» (Ed. Sudamericana) y premio Planeta a la mejor novela 2005, por «El Lago».
Ella escribe, escribe siempre, con igual constancia que las estaciones. Se suceden, con distintos climas, pero suceden. De modo que entre un premio y otro y sin esperarlos, bosqueja su próxima creación. Simplemente ocurre. Quizá sea naturalmente cuentista. Escribe cuentos lúdicamente. Suele decir que para ella los cuentos son como un juego. Los arma y desarma en su mente y luego, cuando le quedan redondos, los escribe. Su laboratorio de ensayo literario fue el taller de Abelardo Castillo. Con él practicó algunos años hasta que remontó vuelo con alas propias. Hasta que s atrevió a incursionar en otros géneros, la novela y ahora el ensayo.
Paola es, también, una novelista, quizá más esforzada que lúdica, porque allí su saber se imbrica a su arte. Aquí esforzada no significa más que el tránsito escarpado de un género conocido a otro nuevo. La novela es –que duda cabe– un esfuerzo laborioso. Posee una inspiración más larga que un cuento. Sus propios laberintos. Si bien sigue siendo un juego, se trata de un juego más ambicioso. Paola escribió, durante su estancia en Massachussets (donde realizó su Posdoctorado en Neurociencias), su primera novela «La Hermana.» sobre la vida de la poeta Emily Dickinson. Allí, mostró otra dimensión literaria. Científica de día y literata de noche. «La Hermana» es una novela de personaje (también tiene elementos de novela psicológica). Se trata de un texto impecable, macerado en los interminables archivos sobre la poeta que Kaufmann recorrió para recrearla. El texto fue premiado con el Casa de las Américas por unanimidad. Pocas argentinas lo habían logrado a lo largo de la historia, y Paola es la primera escritora nacida en la Patagonia que lo obtuvo. Mientras esperaba el dictamen de La Habana, mostraba entre sus amigos un libo de cuentos anterior y que sólo podía comprarse vía internet y en euros: «La Cancha de Golf del Diablo» Si bien est texto había sido premiado por el Fondo Nacional de las Artes, –crisis mediante– había sido editado en España por Punto de Lectura. Este texto –uno de los que presenta hoy– ya puede adquirirse en Argentina, pues la bonanza los devolvió a sus pagos. Los cuentos, son divertidísimos. El libro es uno de esos libros milagrosos que se leen de un tirón, de los que te quitan el sueño, te devoran las horas y te da pena que se terminen tan pronto.
A «La Hermana», siguió un nuevo desafío. Esta vez, sería un texto más ambicioso, al menos, Paola se planteó un reto, incursionar en la ficción, navegar por la novela negra, que para su molde de científica seguramente se trató de una navegación nocturna. Rápidamente encontró un objeto de inspiración, el monstruo del Lago Nahuel Huapi, el Nahuelito. En menos de dos años parió su creatura. Su nuevo experimento literario volvió a consagrarse con otro premio. «El Lago» es un trabajo formidable. Conjuga sus saberes y su arte, que amorosamente se entrelazan en 330 páginas profundas, densas y magníficas. Un salto cualitativo, donde a la descripción añadió sus conocimientos científicos, su otro yo (desplegado en la naturalista Ana Mullin, personaje principal de la historia) y a esto sumó vuelo metafísico, sutil y poderoso, dando giros en un tiempo oscuro de la Argentina, el que transcurrió durante la última dictadura militar.
El monstruo, finalmente, fue parido con varias cabezas. Allí están todos los monstruos, los propios, los del inconsciente colectivo, los que paren nuestras fantasías, los que necesitamos para justificar nuestros miedos innominados, y finalmente hace visible un anhelo profundo, el de poner nombre a lo innominado. «Clasificar es, también, un acto de amor» escribe en El Lago. Las taxonomías sirven para tranquilizar, lo que tiene nombre suele ser más inocente dentro de una jaula conceptual. Y así, en este texto, su «amor medio morboso por los monstruos…» devino en acto creativo.
Todos sus libros son excelentes. Podría afirmar que, dentro de su género, «El Lago» es el mejor que escribió. Pero, sin duda no será el único, ni el de más largo aliento, ni el mejor. Esta chica tiene un enorme talento que recién está asomando. Se intuye. Habrá más. Paola promete páginas inolvidables para la literatura argentina.
La memoria de una escritora
A horas de llegar a Roca, Paola Kaufmann habló con Río Negro:
–Presentar tus libros en Roca debe ser un acto profundamente emotivo, es algo más que el regreso a tu pueblo natal…
–Sí… un poco de todo. Y la verdad es que la primera presentación que hice de un libro mío, fue la de «La Hermana», aquí, en la librería Quimhué. De hecho no la presenté en Buenos Aires, no dio, o no hubo tiempo, que sé yo. Así que en gran parte el tema de Roca es cábala, si bien esta vez presenté la novela antes en Buenos Aires porque… bueno, porque estaba en el medio del quilombo del premio Planeta y era el momento de hacerlo. De todos modos fue en una librería independiente, chiquita (mi librería, en realidad) y con 99% de amigos.
–¿Cómo operan tus recuerdos en tu producción? Aquello que en crítica literaria se denominó durante el positivismo la influencia del Medio y el Momento (de H. Taine).
–Operan, supongo, como en los sueños, por eso es tan peligroso (e inútil) interpretar cualquier obra de ficción en forma literal. Cuando uno sueña puede reconocer los «restos diurnos», cosas que le pasaron, retazos del día, del pasado, de lo que vio y lo que le contaron, de la televisión, el cine, todo mezclado, sin tiempo, desconectado. Se ensambla un sueño con esos jirones. Con la literatura pasa lo mismo: todos esos restos se ensamblan en la ficción, por un proceso que me es altamente desconocido. Cualquiera que conozca personalmente a un escritor va a poder, seguramente, reconocer hilachas o no tan hilachas de su vida en su obra, como uno mismo reconoce que la cara que vio en el sueño anoche era la del verdulero que esa tarde te paro para saludarte, pero la ficción, en general, esta varios niveles mas arriba del recuerdo puntual. A veces el recuerdo no es algo visual, sino una sensación, un olor, una impresión ante algo, un miedo. Y todo eso, junto, va a parar al mismo tacho: la novela, el cuento, lo que sea. Claro que si uno se pusiera a tratar de discriminarlo, va muerto.
–Hay imágenes y sensaciones poderosas en tu literatura que parecen alimentarse en una fuente transpersonal, en un pasado que te trasciende, como por ejemplo el tiempo de la dictadura. Vos eras una nena durante aquel tiempo, pero hay registros de temor muy certeros que, al igual tiempo, se ensamblan con tus años en el Valle, con acontecimientos trágicos de tu vida ¿Cómo fueron aquellos años en Roca?
–Me preguntás por mi infancia en Roca. Tengo mala memoria, o una patología extraña por la cual no puedo recordar vívidamente las cosas. A mi madre, por ejemplo, no la recuerdo. Recuerdo imágenes que son fotos, nada más. Es raro, porque tenía cinco años cuando ella falleció. Diría que son retazos, esos restos de los que se alimenta, en mi caso fundamentalmente, la escritura, la ficción. La chacra del barrio Las Viñas, mi hermana Virginia que era un gnomo, con el pelo todo revuelto y blanco, como si le hubiese crecido uno de esos algodones de azúcar en la cabeza; Silvina con sus lentes enormes, mi abuela Nora en la verja de la escuela 42, esperándonos en los recreos… Cosas sueltas, imágenes sueltas que a veces recompongo, a veces completo con cualquier otra cosa. Me acuerdo, por ejemplo, de los ejercicios de oscurecimiento cuando la inminente guerra con Chile, y el rumor que decía que si salías a la calle en medio de la oscuridad o si dejabas una luz prendida, te tiraban una bolsa de harina en la cabeza o arriba de la casa para «marcar el lugar». ¿A algún rionegrino lo mató una bolsa de harina?…
SUSANA YAPPERT
sy@patagonia.com.ar
Seguramente, en poco tiempo, Paola Kaufmann hará de estos actos tema de algún cuento. Sustancia literaria. Quizá allí algún personaje divertido le dará la llave de la ciudad donde nació y ella encerrará a todos sus habitantes en sus fronteras imaginarias. O bien, hará que algún ser alado sea condenado a cargar con una inmensa llave que no le permita remontar vuelo para huir de su pueblo; o quizá decida que la entierren con ella en un cajoncito caoba, a su lado, y le dedicará un largo epitafio. No es que Paola se mofe de los actos, no. Seguramente se emocionará hasta la médula presentando sus libros en la ciudad donde nació y donde su familia hizo su destino. Seguramente agradecerá una y mil veces todos los honores que reciba. Pero nadie dude que todo lo que pase por su cuerpo y su ánima pasarán a un anaquel mental, dispuesto a metamorfosearse en letras. Porque Paola Yannielli Kaufmann, Paola Kaufmann, habita en un mundo donde recuerdos, sueños, ensoñaciones, realidad, teorías, teoremas, deseos y fugas, se amalgaman de un modo extraño para terminar en su laboratorio de palabras.
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