“¿Papa yo? ¡Oh… no, no!”

¡Yo! ¡Oh… no, no! ¡Yo! A través del libro hay que reconstruir el gesto. Darle forma. Imaginarlo. Morris West ayuda pero, a pesar de la maestría, no todo cierra. En la película la cuestión es otra. El gesto estalla. Irrumpe con la fuerza que siempre dispara lo desconcertante. –¡Yo! ¡Oh… no, no! ¡Yo! –dice Kiril Lakota mientras levanta su tosca hombruna y despliega miradas interrogativas sus pares, los cardenales. Acaban de hacerlo papa. Lo rodean. Los malos muy malos lo miran con desprecio. El resto, los buenos sin alcanzar a ser muy buenos porque en ese lugar –el Vaticano– no es aconsejable ser muy noble, le preguntan cómo se quiere llamar. Antes de la fumata blanca debe darse un nombre. Pero Kiril Lakota no sale de su asombro. –¡Yo no, no! Rostro huesudo. Pómulos altos, asiáticos. Cejas pobladas. Negras. “Mi mamá me pasó de horno”, dirá en una oportunidad Kiril Lakota (o Anthony Quinn) en la película. Cara rústica. Tosca. Casi modelada a piñas en un bar de puerto. Pero Kiril Lakota tiene que darse un nombre. Y urge, la Plaza de San Pedro se carcome las uñas. –¡Yo! Cirilo… ¿Cómo no volver ahora, tras el revoltijo de fumata que no, fumata que sí, a “Las sandalias del pescador”, la sugestiva novela del australiano Morris West? Y a la película, donde Laurence Olivier funge de Piotr Ilyich Kamenev, duro estalinista primer ministro que en una república del plan soviético de los años 60 ha tenido preso durante dos décadas a Kiril Lakota? Ahora Lakota es papa en el mundo del precario equilibrio que definió la Guerra Fría. Y Kiril Lakota, papa, con el Sacro Colegio Cardenalicio detrás suyo, enfila hacia el balcón del Vaticano, mirando la plaza, descubriéndola. El lugar donde, a la hora de la coronación, se quitará la tiara. Pura humanidad. Desprenderse del peso de un ritual que es más frívola jerarquía que cálida sencillez. Y de golpe, anuncia que enajenará los bienes materiales de la Iglesia Católica para ayudar a China. Una China a la que la férrea dictadura maoísta y su ingeniería social no pudo evitar otra hambruna con historia milenaria. Y San Pedro estalla. Apuesta a Cirilo. La historia sigue. En la novela, en la película… –Fue la única vez que me sentí un humano haciendo una película –diría con los años y con su vozarrón cavernícola Anthony Quinn. O Kiril Lakota. Como guste.


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