Para llegar al Nahuel Huapi se hacía camino al andar

Tras la etapa exploradora, el trazado de caminos para los primeros automóviles involucró a viajeros audaces como el tío de Jorge Newbery y a planificadores estatales como Bouquet Roldán, Eduardo Elordi e Isidoro Ruiz Moreno.

El dentista nacido en Nueva York el 23 de noviembre de 1856, George Arkness Newbery -tío del malogrado aviador Jorge-, podría ser el personaje elegido como el usuario emblemático entre los audaces que a partir de 1890 abarcaron las tres décadas siguientes en ensayar todos los medios disponibles para llegar al Nahuel Huapi, paraíso andino donde ubicó tierras que, en parte, debió disputar agriamente con el pionero Jarred A. Jones, también norteamericano, pero de Texas, y con Santiago Córdoba, del Traful, según noticia de San Martín de los Andes en La Nación el 4 de febrero de 1904.

El tenaz sacamuelas, también vicecónsul de Estados Unidos en Buenos Aires, intentó -sin resultado- establecer una colonia norteamericana en la Patagonia, era tan buscador de oro como su hermano Ralph -socios también en el campo Media Luna de Puán- y abordó todo tipo de transportes para unir Buenos Aires con Nahuel Huapi. Inicialmente por Chile (tren, mula, carro, lancha y caballo) tras su boda (1891) con la mítica Fanny Belle Taylor y en traqueteada luna de miel contraindicada para las sentaderas.

Los tórtolos aparecieron frente al lago por el entonces casi impracticable paso Puyehue (hoy Samoré). Otras veces, George llegó por Pérez Rosales para asomarse al Nahuel en Blest cuando surgió el servicio del vaporcito Cóndor.

Fue cronológicamente el primer Newbery notorio en época para nada mediática, tanto que merecía registro de su paso en tiempos en que nadie se hubiera perdido a un paso de los resplandores nocturnos de una gran ciudad, no solo porque no había tal ciudad, ni luz eléctrica, ni patrulla, ni celulares, sino porque regía el culto al coraje y -quizás- condena a la torpeza.

Bastaba, sí, un telegrama para que los pasos de este dentista neoyorquino por los confines sudamericanos trepara a los diarios nacionales: «Nahuel Huapi, Neuquén. Llegaron los señores Mario Engel y George Newbery, este último vía Puerto Montt» (La Nación, enero 22 de 1904).

 

Los Newbery en boca de todos

 

Tampoco desdeñó la penosa travesía en carro desde la punta de rieles de Neuquén, por lo menos desde que comenzó el servicio del FC Sud en 1902. O al revés, largarse a la proeza del Limay aguas abajo, como lo anunció también La Nación del 12 de marzo de 1904: «Nahuel Huapi, 11. Hoy salen para esa Otto Mülempfordt…Aarón de Anchorena y George Newbery, los que irán embarcados hasta Chelforó». Y más audaz aún -cerca de sus 65 años- encumbrado pasajero en el primer avión que aterrizó junto al lago en 1921, casi dos décadas antes de la precaria pero audaz línea regular que voló inicialmente a Bariloche. Claro, estaba urgido por llegar a su estancia porque blandía un telegrama con la mala nueva de un hijo enfermo.

Compartió con su hermano Ralph, además de una estancia, idéntico afán aventurero y esa mezcla de codicia y talento hurgador que anida en cada buscador de oro. En aras de su oficio transformaba ese metal -como todo odontólogo de su época- en la dorada amalgama para caries, a veces tesoro molar que contribuyó a incrementar la abundancia de profanadores de morgues y de tumbas.

El oro para dientes y paladares no faltó en los consultorios de los Newbery en plena calle Florida (el primero, en realidad en Rivadavia 614, casi esquina de la hoy peatonal). Luego Ralph puso un tercer consultorio con su hijo odontólogo (Eduardo) en Florida 409, «corner Corrientes», según el aviso en el porteño diario The Southern Cross.

Ralph y George viajaban por Neuquén hacia el lago registrando tierras auríferas, proponiendo caminos y, en el caso de George, planes para peticiones oficiales: uno para regular las aguas del Limay (antes que el de Ezequiel Ramos Mejía y de la propuesta de Bailey Willis). Otro para un ferrocarril al lago, pionero y frustrado como tantos otros proyectos soñadores.

En los albores del siglo XX George ya era un hacendado en la región de los lagos pero Ralph persistía como dentista itinerante en las inclemencias patagónicas (sin dejar de buscar oro) y a fines de la primavera de 1905 dejó a Eduardo al frente del consultorio de Florida y Corrientes: desde su casa de Moreno 330 se marchó a pepear oro a Tierra del Fuego.

Solía publicar avisos en La Nueva Provincia con indicación de cuándo atendería en el hotel Londres de Bahía Blanca y luego en El Globo de Trelew. Desplegaba el torno a pedal en habitaciones de muebles ingleses y floridas cretonas. Iluminado con débiles bujías hurgaba en inflamadas bocas de ganaderos suplicantes, o en las de doloridos bribones urgidos por despoblar su ya destartaladas dentaduras. A cualquier precio.

Tenía un buen pasar, 58 años, 7 hijos varones, 5 hijas y la obsesión aurífera desde que peregrinó muy joven por el Viejo Oeste.

 

Roland Garrós, Anasagasti y Anchorena

 

Pero en la Tierra del Fuego lo abatió una pulmonía y en el mediodía del 24 de abril de 1906 expiró en casa de Francisco Bilbao, un vecino de Río Grande.

Los Newbery, se sabe, estaban destinados a las tragedias. Poco más de dos años después, el 17/10/1908, Eduardo, el dentista hijo de Ralph desapareció en el globo Pampero presumiblemente caído en el océano. Jorge, el otro hijo aeronauta que, por detalles sobre aviones se carteaba con Roland Garrós, era amigo de quienes compartían esas pasiones y a la vez la fascinación por el Nahuel Huapi: Horacio Anasagasti y Aarón de Anchorena. Jorge cayó con el avión de Teodoro Felds en Los Tamarindos, Mendoza, el 1° de marzo de 1914.

Esas tragedias no impidieron que el tío George, a fines de octubre de 1921 ante la gravedad del hijo que enfermó en la estancia próxima a Nahuel Huapi, tomara aquella decisión de volar hacia el lago. Nadie lo había hecho. Newbery contrató a Shirley H. Kingsley, ex mayor de fuerza aérea británica y titular en Buenos Aires de la modesta River Plate Aviation. Lo acompañó el periodista de La Nación Guillermo Estrella. Partieron el miércoles 26 de octubre, hicieron noche en Bahía Blanca y aterrizaron a las 19 y 30 del viernes 28 a dos leguas de San Carlos de Bariloche, donde esa noche, por primera vez, los vecinos leyeron un diario impreso en la Capital Federal en la madrugada del día anterior (pero para Newbery el viaje resultó inútil: muy pronto murió su hijo).

Alguna vez se escribirá la historia de los primitivos caminos y medios de transportación hasta el gran lago, cronología desbordante de detalles curiosos y rubro que resultó esencial al futuro turístico, esa fuente de abundancia que comenzó dibujarse a principios del siglo pasado y n siempre logró el enfoque que merece.

Ya a principios de siglo, muy especialmente en 1907, hubo propuestas privadas para obtener la concesión de un servicio de automóviles para transportar correspondencia y pasajeros entre Neuquén y el lago Nahuel Huapi. Pero no había caminos que pudieran llamarse tales. Ni la geografía ni el clima ayudaban. Los planes para un ferrocarril hacia el lago y aún uno trasandino, ya se maduraba en la primera década del siglo XX (recién llegaría a Bariloche en 1934).

Fueron los caminos a la región promovidos por los primeros gobiernos neuquinos de Carlos Bouquet Roldán y sobre todo de Eduardo Elordi -en tándem con el progresista director de Territorios del ministerio del Interior Isidoro Ruiz Moreno- los que basaron el transporte pionero.

Entre Morales y Ada Eiflein

 

El primero de ellos se proponía instalar frente a Chos Malal un alambre carril sobre el río Neuquén (según La Nación del 11/07/1904). Mudó la capital y en la nueva sede suscribió la nota del 13 de diciembre de 1904 en reclamo al Ministerio del Interior porque caducaba el presupuesto anual y su pedido ya otorgado de 50 mil pesos para caminos y 120 para puentes «sobre algunos de los innumerables ríos y arroyos» del territorio, no había sido usado. Acusaba al M° de Obras Públicas de haber dejado de lado las partidas ni aprobó su sugerencia de pasarlas al Ejército para que trabajara en las cordilleras, ya que con «50 mil en herramientas y explosivos se podría construir (caminos) por cuatro veces más» de lo planeado.

Hasta que en el verano de 1917 el periodista Emilio B. Morales abordó un automóvil Mercedes del gobierno neuquino pero afectado al transporte de pasajeros y correspondencia con destino a San Carlos de Bariloche, la historia de los caminos y los automotores rumbo al lago ya estaba jalonado de historias de proyectos, sacrificios, fracasos y tenacidad. Es cierto que Morales -fundador de La Razón-, había sido precedido el año anterior por su colega de La Prensa Ada Eiflein, que con dos amigas viajó planeó viajar primero a San Martín de los Andes y Valdivia (Chile). Pero Morales no sólo describiría el camino al lago y picadas de lo que hoy son circuitos turísticos impagables, sino que hizo un verdadero relevamiento turístico. La hoy laguna Trébol se llamó Morales en su honor). Es que fue el primer gran divulgador profesional de las bellezas del lugar por nota y conferencias y como autor de «Lagos, bosques y cascadas» que editó Péuser en 1918 con 200 páginas, fotos y valiosos mapas. Se la puede considerar la primera guía regional de Nahuel Huapi.

José Varas fue el primero que describió detalles turísticos de la travesía veraniega -terrestre y lacustre- desde Chile por el paso Pérez Rosales hasta Puerto Blest. Lo hizo con una serie de notas que publicó La Nación en 1905 y como ejemplo vale el detalle de la parada en Casa Pangue frente a una vista estremecedora que describe del Tronador , pero también «una mesa bien servida sobre mantel blanquísimo….té, café con leche, mantequilla, queso, bizcochuelo, pan, torta, mermeladas y compotas a discreción».

Sería extenso transcribir esas crónicas de travesía en carruajes, trepadas a caballo y, finalmente llegar al gran lago, anticipado por el ulular del vaporcito Cóndor que aguardaba a los viajeros en el muelle de Blest y navegaba hasta barilochense de la empresa Chile-Argentina.

Para remontar una sintética historia del inicial progreso de caminos, puentes y automóviles, debe anticiparse que fue clave la visita al lago desde Chile hecha por el ex presidente norteamericano Theodore Roosevelt en la primavera de 1913. Sobre todo por el viaje hasta la estación Neuquén del FC Sud. Ese trayecto demandó un arduo plan común elaborado por Elordi e Isidoro Ruiz Moreno. La documentación donada por la familia de este último al Archivo General de la Nación guarda la correspondencia reveladora de cómo se inició la tarea a partir del suceso Roosevelt e inmediatamente establecer una frecuencia de automóviles desde Neuquén hacia Bariloche, San Martín de los Andes y Esquel.

(Continuará)

fnjuarez@sion.com


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