Parálisis progresiva
Puede que estén en lo cierto el ministro del Interior, Florencio Randazzo, y el de Trabajo, Carlos Tomada, cuando dicen que los empresarios de transporte y la Unión de Tranviarios Automotor (UTA) de los choferes se confabularon porque querían “volver a un sistema de subsidios”, razón por la que se prolongó el paro de ómnibus que perjudicó a más de 300.000 pasajeros frustrados, pero la verdad es que en el contexto económico actual no les quedaban demasiadas alternativas. De resultas de la inflación, que se aproxima al 30% anual, el que los choferes hayan pedido un aumento del 23% dista de ser tan “extorsivo” como afirma Randazzo. Antes bien, se trata de una señal inequívoca de moderación. Asimismo, tendrán razón los empresarios del transporte cuando dicen que para pagar el aumento reclamado les sería forzoso incrementar las tarifas hasta tal punto que, en algunos trayectos interurbanos de larga distancia por lo menos, les sería virtualmente imposible competir con Aerolíneas Argentinas que, por motivos políticos, sí recibe subsidios jugosos. Mientras tanto, muchas personas que no pudieron viajar tuvieron que permanecer, algunos casos sin recursos, en terminales infestadas de ladrones. La situación en que se encontraron hubiera sido menos penosa si el país contara con servicios ferroviarios adecuados pero, claro está, los trenes dejaron de funcionar de manera mínimamente satisfactoria hace mucho tiempo. La parálisis que sufrió el sistema de transporte automotor fue premonitoria, ya que todo hace pensar en que en los meses venideros se multiplicarán las dificultades para buena parte de la población del país. Al frenarse la economía, están haciéndose cada vez más evidentes las deficiencias del “modelo” kirchnerista. El deterioro del sector energético se hace sentir a través no sólo de apagones frecuentes sino también de los problemas cambiarios, ya que el gobierno tiene que gastar muchos miles de millones de dólares anuales para importar energía, de ahí el cepo, la sangría de divisas y el alza incontenible del dólar blue. Ha bajado el consumo, lo que está causando repercusiones negativas en la industria, el comercio y, por supuesto, el empleo. La falta de inversiones en obras de infraestructura y la corrupción han agravado los estragos provocados por inundaciones como las que devastaron zonas de La Plata y los barrios más vulnerables de la Capital Federal. Se trata de las consecuencias inevitables de la voluntad oficial de persistir con un “modelo” basado en la idea de que, merced a los ingresos abultados proporcionados por el campo, en especial por el complejo sojero, al gobierno le fuera dado privilegiar a empresarios amigos del “proyecto” y, mientras tanto, liberar al país de la tiranía de los odiados mercados mediante un sistema de subsidios sumamente costoso. En el corto plazo, muchas personas se vieron beneficiadas por las tarifas insólitamente bajas que les han asegurado electricidad y gas a una fracción del precio pagado por los chilenos, brasileños o uruguayos, además de transporte vial, ferroviario o aéreo relativamente barato, pero a la larga quienes sacaron más provecho del esquema resultaron ser empresarios cortesanos y los militantes de La Cámpora que manejan, con ineficiencia llamativa, empresas como Aerolíneas. Desde hace más de un año, el gobierno está procurando desmantelar poco a poco el sistema enmarañado de subsidios que instaló cuando “la caja” estaba llena, lo que, es innecesario decirlo, ha dado lugar a muchas protestas: los acostumbrados a pagar monedas por servicios que en otras latitudes son caros quieren defender ante la Justicia lo que toman por derechos adquiridos. Pero, como los menos ilusos ya se habrán dado cuenta, si bien un gobierno populista puede desafiar a los mercados –es decir, la realidad económica–, por cierto tiempo, tarde o temprano éstos se las arreglarán para contraatacar. Es por eso, sin duda, que los militantes kirchneristas ya se han puesto a hablar de la inminencia de un “golpe de mercado” que, huelga decirlo, atribuirán a las maniobras siniestras de sus enemigos políticos, pero sucede que los ya convencidos de que el “modelo” acabaría mal no han tenido que hacer nada salvo esperar a que termine hundiéndose bajo el peso de sus propias contradicciones inherentes.
Puede que estén en lo cierto el ministro del Interior, Florencio Randazzo, y el de Trabajo, Carlos Tomada, cuando dicen que los empresarios de transporte y la Unión de Tranviarios Automotor (UTA) de los choferes se confabularon porque querían “volver a un sistema de subsidios”, razón por la que se prolongó el paro de ómnibus que perjudicó a más de 300.000 pasajeros frustrados, pero la verdad es que en el contexto económico actual no les quedaban demasiadas alternativas. De resultas de la inflación, que se aproxima al 30% anual, el que los choferes hayan pedido un aumento del 23% dista de ser tan “extorsivo” como afirma Randazzo. Antes bien, se trata de una señal inequívoca de moderación. Asimismo, tendrán razón los empresarios del transporte cuando dicen que para pagar el aumento reclamado les sería forzoso incrementar las tarifas hasta tal punto que, en algunos trayectos interurbanos de larga distancia por lo menos, les sería virtualmente imposible competir con Aerolíneas Argentinas que, por motivos políticos, sí recibe subsidios jugosos. Mientras tanto, muchas personas que no pudieron viajar tuvieron que permanecer, algunos casos sin recursos, en terminales infestadas de ladrones. La situación en que se encontraron hubiera sido menos penosa si el país contara con servicios ferroviarios adecuados pero, claro está, los trenes dejaron de funcionar de manera mínimamente satisfactoria hace mucho tiempo. La parálisis que sufrió el sistema de transporte automotor fue premonitoria, ya que todo hace pensar en que en los meses venideros se multiplicarán las dificultades para buena parte de la población del país. Al frenarse la economía, están haciéndose cada vez más evidentes las deficiencias del “modelo” kirchnerista. El deterioro del sector energético se hace sentir a través no sólo de apagones frecuentes sino también de los problemas cambiarios, ya que el gobierno tiene que gastar muchos miles de millones de dólares anuales para importar energía, de ahí el cepo, la sangría de divisas y el alza incontenible del dólar blue. Ha bajado el consumo, lo que está causando repercusiones negativas en la industria, el comercio y, por supuesto, el empleo. La falta de inversiones en obras de infraestructura y la corrupción han agravado los estragos provocados por inundaciones como las que devastaron zonas de La Plata y los barrios más vulnerables de la Capital Federal. Se trata de las consecuencias inevitables de la voluntad oficial de persistir con un “modelo” basado en la idea de que, merced a los ingresos abultados proporcionados por el campo, en especial por el complejo sojero, al gobierno le fuera dado privilegiar a empresarios amigos del “proyecto” y, mientras tanto, liberar al país de la tiranía de los odiados mercados mediante un sistema de subsidios sumamente costoso. En el corto plazo, muchas personas se vieron beneficiadas por las tarifas insólitamente bajas que les han asegurado electricidad y gas a una fracción del precio pagado por los chilenos, brasileños o uruguayos, además de transporte vial, ferroviario o aéreo relativamente barato, pero a la larga quienes sacaron más provecho del esquema resultaron ser empresarios cortesanos y los militantes de La Cámpora que manejan, con ineficiencia llamativa, empresas como Aerolíneas. Desde hace más de un año, el gobierno está procurando desmantelar poco a poco el sistema enmarañado de subsidios que instaló cuando “la caja” estaba llena, lo que, es innecesario decirlo, ha dado lugar a muchas protestas: los acostumbrados a pagar monedas por servicios que en otras latitudes son caros quieren defender ante la Justicia lo que toman por derechos adquiridos. Pero, como los menos ilusos ya se habrán dado cuenta, si bien un gobierno populista puede desafiar a los mercados –es decir, la realidad económica–, por cierto tiempo, tarde o temprano éstos se las arreglarán para contraatacar. Es por eso, sin duda, que los militantes kirchneristas ya se han puesto a hablar de la inminencia de un “golpe de mercado” que, huelga decirlo, atribuirán a las maniobras siniestras de sus enemigos políticos, pero sucede que los ya convencidos de que el “modelo” acabaría mal no han tenido que hacer nada salvo esperar a que termine hundiéndose bajo el peso de sus propias contradicciones inherentes.
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