Peligros a cielo abierto en Mina Gonzalito

Desguazadas durante tres décadas, casas donde se vivió y trabajó.

Es extraño lo que se siente en Mina Gonzalito. La soledad más absoluta, justo donde se advierte –y cómo– la acción humana. Allí no hay nadie. Pero allí está el hombre. Está su huella. En Mina Gonzalito hay el equivalente a varias manzanas de pilas de piedras, la mayoría negras, que brillan al sol. Hay grandes construcciones de piedra, que lucen como las pirámides truncas de los mayas. Hay un profundo pozo abierto, que constituye un peligro mortal para personas y animales. No es un cenote, pero asusta. No se le ve el fondo. Y una piedra tarda varias respiraciones en tocar fondo. Entre 210 y 240 metros de profundidad, según expertos que estaban cuando de ese pique se extrajo 1 millón de toneladas de mineral. La torre desde la cual se operaba fue montada en marzo y abril de 1965. Hoy sucumbió al óxido. En Mina Gonzalito hay inmensos tanques de combustible y productos químicos. Algunos carteles de “Peligro” no alcanzan a prevenir el contacto con lo accesible para cualquiera. En algunos tambores se lee “cianuro de sodio” y, en muchos, el logo de Geotécnica. Eran usados para trabajar el yacimiento de fluorita, zinc y plata que, en los 60, descubrió Gonzalo Corchado, luego comisionado de fomento de Arroyo Ventana. Hay también un área yerma. No cuesta imaginar que allí hay años de barro con químicos. Se adivinan las olas secas de lo que fue un fluido. Amarillentas y volcándose una sobre otra en varios cientos de metros cuadrados. Tal vez miles. En Mina Gonzalito hay unas 25 casas. Allí llegó gente, por trabajo. Allí vivió. Algunos, durante más de diez años. Hoy están desguazadas, peladas. No hay chapas, ni canillas, ni baldosas, ni artefactos. Un solo árbol sigue verde. Y algunas pitas. Lo demás, un peladero. Los pozos ciegos a punto de desmoronarse al menor paso. Lo que fue una cisterna, fracturada y vencida. Es comprensible que la minería genera un impacto ambiental notable. Se basa en extraer lo que estuvo bajo tierra. Sería impensable evitar o reparar por completo un área que, como Mina Gonzalito, fue explotada durante veinte años hasta 1982, cuando cerró por la caída en el precio de los metales. Pero Mina Gonzalito encierra muchos peligros reales hoy mismo: el pique, los químicos, los pozos. Hasta la inmensa cantidad de hierros y chapas herrumbradas son un riesgo concreto. Para el Derecho Civil, quien genera el daño debe prevenir sus efectos. O repararlos. Podrá decirse, como descargo, que cuando Geotécnica se retiró los usos y costumbres no incluían las normas actuales de seguridad y medio ambiente. O, tal vez, que está en una de las zonas de más baja densidad de la provincia. Hasta llama la atención que el camino que pasa por el medio de lo que fueron mina y aldea –y que vincula Sierra Pailemán con la Ruta 3– ni siquiera esté señalado en el mapa que el Estado de Río Negro entrega en las oficinas de Turismo. Aunque lo recorran cientos de personas cada año para asistir en setiembre a la suelta de cóndores, esa ceremonia ecologista por naturaleza. No está señalado ni con línea de puntos. Como si Mina Gonzalito no existiera. Como si, al obviarla, no correspondiera preguntar qué hicieron en los últimos 30 años los responsables del área de Medio Ambiente para exigir que se remedie el área, para prevenir que personas o animales sufran perjuicios. En otro país, Mina Gonzalito sería evidencia de un pasado del cual es posible aprender. Hasta podría ser un atractivo turístico, debidamente acondicionada con rejas que eviten caer en el pique o alambrados que demarquen las áreas peligrosas. Con cartelería que contara su historia, fechas, nombres, datos técnicos, que explicara de dónde vinieron y a dónde fueron las personas que habitaron en esas casas y se ganaron la vida trabajando en ese lugar. Aquí no. Está así, abierta, expuesta y a la vista. Con su soledad y su presencia humana. Como delatando las acciones. Y las omisiones.

ALICIA MILLER amiller@rionegro.com.ar


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