Pinochet sobreseído

La eventual condena a Pinochet hubiera hecho más claro el mensaje a los asesinos en potencia. Aunque todo el proceso judicial fue bastante contundente.

Para algunos, los juicios a los militares latinoamericanos que fueron responsables de la violación sistemática de los derechos fundamentales de sus adversarios declarados o hipotéticos en el transcurso de los años sesenta y ochenta han servido para blanquear, por decirlo así, a los movimientos de otro signo político pero de métodos comparables que proliferaron una generación atrás en buena parte de la región: desde su punto de vista, el sobreseimiento por la Corte de Apelaciones de Santiago del ex dictador chileno Augusto Pinochet por «demencia moderada» fue un revés porque, siempre y cuando quede firme, los ha privado de una causa que les ha resultado ser muy útil y que no han vacilado en aprovechar. Asimismo, los deudos de las víctimas se han sentido decepcionados por motivos que son comprensibles. Para los simpatizantes del general, en cambio, el sobreseimiento ha sido una píldora agridulce: si bien han podido celebrar la liberación de su caudillo, el que la Justicia lo haya juzgado un discapacitado mental que es demasiado senil como para defenderse no puede sino parecerles humillante.

Para los que no quieren a Pinochet ni a los «revolucionarios» de la izquierda totalitaria, empero, lo más importante del fallo no serán los supuestos ganadores o perdedores políticos, sino la eventual incidencia de este caso y otros que le son equiparables en el futuro de Chile y en los demás países de América Latina. Todavía es temprano para saberlo, pero hay buenos motivos para el optimismo. Desde luego que si el fallo del tribunal sirviera para convencer a los asesinos en potencia que sin duda alguna aún abundan en todos los países de la región de que en última instancia siempre disfrutarían de la impunidad tradicionalmente otorgada a los vinculados con el poder, sería legítimo considerarla un retroceso muy peligroso, pero por fortuna no es nada probable que muchos tomen el hecho de que por razones de edad Pinochet no será condenado por los delitos que cometió por una victoria indiscutible de los partidarios de la mano dura. Por el contrario, tanto la detención prolongada de Pinochet en el Reino Unido como el proceso que más tarde tuvo que enfrentar en Chile sirvieron para advertirles que el mundo actual es distinto de aquel de sólo veinte años antes y que cualquier acusado de crímenes contra la humanidad podría terminar siendo juzgado en cualquier parte del mundo. Si bien la eventual condena de Pinochet hubiera hecho más claro dicho mensaje, la verdad es que ya es bastante contundente.

La revisión del pasado reciente que, gracias a los juicios está concretándose en diversos países latinoamericanos, resultará saludable con tal que nadie, exceptuando a los irremediablemente comprometidos con la ilegalidad, pueda creer que sólo se ha tratado de una especie de show mediático organizado por sectores políticos determinados, pocos de los cuales son precisamente democráticos. Si gracias al protagonismo de comunistas, guevaristas o castristas por un lado y pinochetistas por el otro, la opinión pública chilena tuviera la impresión de estar asistiendo a una reedición, si bien pacífica, de las luchas sanguinarias de períodos anteriores, la influencia del juicio truncado a Pinochet en la conducta de los militares, policías y extremistas de su país será con toda seguridad escasa. Pero aunque tales sectores han participado en el proceso, los papeles más significantes han sido desempeñados por hombres y mujeres que por lo menos han parecido más interesados en asegurar que la ley fuera aplicada con ecuanimidad, que en anotarse algunos puntos políticos o en desquitarse de un enemigo personal. Puede que muchos observadores hayan interpretado las decisiones que se han tomado a través de prismas ideológicos, celebrando algunas y condenando otras sin preocuparse en lo más mínimo por los detalles jurídicos, pero la mayoría parece haber aceptado que los magistrados han actuado con imparcialidad y que, a pesar de que no quisieron continuar con el proceso contra un anciano al cual siempre le sería fácil afirmarse incapaz de recordar lo que hizo, optaron por sobreseerlo no por la presunta falta de evidencia, sino por considerarlo una pobre sombra de lo que era.


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