Por fin, una propuesta
La CTA se ha mostrado dispuesta a afrontar el desafío de formular propuestas factibles.
Como era de prever, al ministro de Economía, José Luis Machinea, no le resultó demasiado atractiva la idea impulsada por la Central de Trabajadores Argentinos de Víctor de Gennaro de dar a los desocupados un seguro de desempleo y formación de 380 pesos por mes, más un «salario familiar» de 60 pesos por mes por cada hijo en los hogares relativamente pobres. Además del costo del plan así supuesto, el cual en la actualidad alcanzaría casi 10.000 millones de pesos anuales, Machinea podría argüir que el monto sería demasiado generoso en un país en el que muchos obreros ganan menos. Sin embargo, como otros integrantes del gobierno subrayaron, el que una entidad como la CTA no sólo haya reclamado un nuevo «gasto social» sino que también haya explicado en cierto detalle cómo conseguir el dinero necesario, constituye un avance de gran importancia. Significa que a diferencia de tantos otros – políticos como Raúl Alfonsín, sindicalistas como Hugo Moyano, obispos «solidarios»- que se limitan a vociferar insultos contra el «neoliberalismo», «la globalización» o «el modelo menemista», distintos grupos representativos están haciendo un esfuerzo auténtico por plantear propuestas concretas cuya eventual instrumentación no dependería de una transformación milagrosa del orden económico planetario o de una poco probable revolución ética.
Puede que para un país cuyo ingreso per cápita anual es de aproximadamente 9.000 pesos, la suma reclamada por la CTA sea un tanto excesiva -sería como si en Europa los desocupados recibieran más de mil pesos mensuales-, pero si bien en principio la propuesta parece razonable, esto no quiere decir que al gobierno del presidente Fernando de la Rúa le sería fácil adoptarla. Por desgracia, el país no cuenta con una administración pública capaz de manejar un programa que según sus pautas particulares resultaría muy complejo. Asimismo, los que tendrían que financiarlo se resistirían tercamente a hacerlo, advirtiendo que cualquier intento de aumentar la presión impositiva sólo serviría para profundizar la recesión y asustar a los inversores.
Puesto que por ahora el tema de la pobreza se ha visto desplazado por el de la recesión y cómo salir de ella, el momento elegido por la CTA para reclamar lo que en efecto equivaldría a la distribución levemente más equitativa del ingreso no fue el mejor, pero por lo menos ha logrado plantear una «alternativa» que con toda seguridad producirá una serie de polémicas en los próximos meses y que, andando el tiempo, bien podría brindar sus frutos. Después de todo, es del interés no sólo de los pobres mismos sino también de la sociedad en su conjunto que se tomen medidas prácticas encaminadas a frenar el proceso de «latinoamericanización» que el país emprendió hace décadas y que se ha agravado mucho en los años últimos. No será posible revertirlo en el futuro inmediato, pero a menos que comencemos muy pronto a tratar de reintegrar a la parte formal de la economía a los millones que se han quedado afuera, un día descubriremos que ya es demasiado tarde y que la Argentina se ha convertido irremediablemente en una sociedad dual, en la que una pequeña minoría próspera vive en barrios como fortalezas rodeados por una abrumadora mayoría que está hundida en la miseria.
Los responsables de crear la situación actual no son los empresarios que, como es natural, priorizan sus propios negocios. Tampoco son aquellos que, por los motivos que fueran, han logrado adaptarse sin problemas a las exigencias actuales. Son los políticos, sindicalistas, intelectuales y eclesiásticos los que optaron por tratar la crisis socioeconómica como una oportunidad para hacer gala de su indignación, proponiendo «luchar» contra el mundo tal como es. En cambio, la CTA -lo mismo que los gremios aeronáuticos- se ha mostrado dispuesta a afrontar el desafío incomparablemente más difícil supuesto por la necesidad de formular propuestas no testimoniales sino factibles, planteando de este modo la posibilidad de que, por fin, la clase dirigente procure atenuar los problemas vinculados con la extrema pobreza en lugar de continuar aprovechándolos para anotarse algunos triunfos en lo que para ellos es un juego abstracto o, como dirían, «principista».
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