Prioridades propias y ajenas

Puede que sea motivo de cierto alivio el escaso interés que se ha manifestado en el exterior por las dudas expresadas en Nueva York por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner sobre la evolución reciente del terrorismo islamista, un fenómeno que, insinúa, le parece más “cinematográfico” que real porque ha aprendido a “desconfiar”. De difundirse la idea de que nuestro gobierno se oponga a los esfuerzos por combatirlo de una coalición amplia de países tanto occidentales como árabes, la Argentina podría verse tratada como cómplice del autodesignado Estado Islámico y por lo tanto merecedora de sanciones punitivas. Así y todo, el que el intento de Cristina de convencer a los gobiernos de Estados Unidos, la Unión Europea y la mayoría de los países del Oriente Medio de que son víctimas de una burda maniobra emprendida por vendedores de armas no haya tenido repercusiones es de por sí preocupante. Parecería que en el resto del mundo virtualmente nadie la toma en serio cuando opina acerca de temas tan importantes como el supuesto por la eventual consolidación de un “califato” genocida en la región más explosiva del planeta. Lo entienda o no Cristina, el terrorismo yihadista plantea una amenaza sumamente grave a la paz internacional ya que, además de haber provocado decenas de miles de muertes en las zonas de Irak y Siria dominadas actualmente por los combatientes de Estado Islámico, hay temores legítimos de que grupos conformados por personas con pasaportes occidentales, entre ellos algunos argentinos, procuren hacer de Europa su próximo campo de batalla. Asimismo, para los islamistas la Argentina será un blanco tentador, por tratarse de un país gobernado por políticos que son proclives a minimizar el peligro y que, de todos modos, no cuenta con fuerzas armadas o de seguridad en condiciones de enfrentarlos. Cristina y otros miembros del gobierno kirchnerista creen que el aislamiento internacional les ha resultado políticamente beneficioso, razón por la que pocos días transcurren sin que agreguen otro país a su lista de enemigos. Por ahora, la encabeza Estados Unidos, que a causa del fallo del juez Thomas Griesa ha desplazado al Reino Unido del lugar que tradicionalmente ha ocupado, e incluye, según parece, a Alemania que, asevera el jefe de Gabinete Jorge Capitanich, siempre nos ha sido “hostil”, aunque, para sorpresa de muchos, acaba de discrepar el canciller Héctor Timerman al asegurarnos que la Argentina no se siente “enojada” con dichos países. Sea como fuere, la funcionaria del Departamento de Estado norteamericano a cargo de los vínculos con los países latinoamericanos afirma que la relación bilateral está pasando por “un período duro”, mientras que el gobierno alemán insiste en que no tiene nada que ver con los fondos buitre. En cambio, parecería que son óptimas las relaciones con la Rusia de Vladimir Putin y China, países que, como es natural, quieren sacar provecho de la oportunidad, con toda probabilidad pasajera, que les han brindado las dificultades diplomáticas ocasionadas por la voluntad de Cristina de subordinar toda la política exterior a las vicisitudes del conflicto con los holdouts. A la presidenta le indigna el que en otras latitudes el terrorismo islamista sea considerado un tema más urgente que el planteado por lo que llama el “terrorismo” financiero de los fondos especulativos. Aunque muchos gobiernos extranjeros coinciden en que convendría que hubiera reglas que sirvieran para atenuar las consecuencias económicas y sociales de los defaults soberanos, pocos creen que los problemas resultantes sean equiparables con los causados por los miles de asesinos fanatizados cuya brutalidad extrema está motivando tanto horror. No sólo los países occidentales y los árabes, sino también nuestros “aliados estratégicos” Rusia y China, saben que, a menos que se aplaste pronto el Estado Islámico yihadista, los terroristas continuarán cometiendo atrocidades tanto en el Oriente Medio como en otras partes del mundo. Es comprensible, pues, que la resistencia de Cristina a avalar los esfuerzos, necesariamente militares, por eliminar la amenaza haya ocasionado extrañeza, lo que no sería el caso si hubiera propuesto alternativas a los métodos que, según ella, distan de ser los “adecuados”, pero, huelga decirlo, no se le ocurrió sugerir ninguna.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.124.965 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Martes 30 de septiembre de 2014


Puede que sea motivo de cierto alivio el escaso interés que se ha manifestado en el exterior por las dudas expresadas en Nueva York por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner sobre la evolución reciente del terrorismo islamista, un fenómeno que, insinúa, le parece más “cinematográfico” que real porque ha aprendido a “desconfiar”. De difundirse la idea de que nuestro gobierno se oponga a los esfuerzos por combatirlo de una coalición amplia de países tanto occidentales como árabes, la Argentina podría verse tratada como cómplice del autodesignado Estado Islámico y por lo tanto merecedora de sanciones punitivas. Así y todo, el que el intento de Cristina de convencer a los gobiernos de Estados Unidos, la Unión Europea y la mayoría de los países del Oriente Medio de que son víctimas de una burda maniobra emprendida por vendedores de armas no haya tenido repercusiones es de por sí preocupante. Parecería que en el resto del mundo virtualmente nadie la toma en serio cuando opina acerca de temas tan importantes como el supuesto por la eventual consolidación de un “califato” genocida en la región más explosiva del planeta. Lo entienda o no Cristina, el terrorismo yihadista plantea una amenaza sumamente grave a la paz internacional ya que, además de haber provocado decenas de miles de muertes en las zonas de Irak y Siria dominadas actualmente por los combatientes de Estado Islámico, hay temores legítimos de que grupos conformados por personas con pasaportes occidentales, entre ellos algunos argentinos, procuren hacer de Europa su próximo campo de batalla. Asimismo, para los islamistas la Argentina será un blanco tentador, por tratarse de un país gobernado por políticos que son proclives a minimizar el peligro y que, de todos modos, no cuenta con fuerzas armadas o de seguridad en condiciones de enfrentarlos. Cristina y otros miembros del gobierno kirchnerista creen que el aislamiento internacional les ha resultado políticamente beneficioso, razón por la que pocos días transcurren sin que agreguen otro país a su lista de enemigos. Por ahora, la encabeza Estados Unidos, que a causa del fallo del juez Thomas Griesa ha desplazado al Reino Unido del lugar que tradicionalmente ha ocupado, e incluye, según parece, a Alemania que, asevera el jefe de Gabinete Jorge Capitanich, siempre nos ha sido “hostil”, aunque, para sorpresa de muchos, acaba de discrepar el canciller Héctor Timerman al asegurarnos que la Argentina no se siente “enojada” con dichos países. Sea como fuere, la funcionaria del Departamento de Estado norteamericano a cargo de los vínculos con los países latinoamericanos afirma que la relación bilateral está pasando por “un período duro”, mientras que el gobierno alemán insiste en que no tiene nada que ver con los fondos buitre. En cambio, parecería que son óptimas las relaciones con la Rusia de Vladimir Putin y China, países que, como es natural, quieren sacar provecho de la oportunidad, con toda probabilidad pasajera, que les han brindado las dificultades diplomáticas ocasionadas por la voluntad de Cristina de subordinar toda la política exterior a las vicisitudes del conflicto con los holdouts. A la presidenta le indigna el que en otras latitudes el terrorismo islamista sea considerado un tema más urgente que el planteado por lo que llama el “terrorismo” financiero de los fondos especulativos. Aunque muchos gobiernos extranjeros coinciden en que convendría que hubiera reglas que sirvieran para atenuar las consecuencias económicas y sociales de los defaults soberanos, pocos creen que los problemas resultantes sean equiparables con los causados por los miles de asesinos fanatizados cuya brutalidad extrema está motivando tanto horror. No sólo los países occidentales y los árabes, sino también nuestros “aliados estratégicos” Rusia y China, saben que, a menos que se aplaste pronto el Estado Islámico yihadista, los terroristas continuarán cometiendo atrocidades tanto en el Oriente Medio como en otras partes del mundo. Es comprensible, pues, que la resistencia de Cristina a avalar los esfuerzos, necesariamente militares, por eliminar la amenaza haya ocasionado extrañeza, lo que no sería el caso si hubiera propuesto alternativas a los métodos que, según ella, distan de ser los “adecuados”, pero, huelga decirlo, no se le ocurrió sugerir ninguna.

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