¿Quiénes mataron a Fernando Marti Reta?

Intimidades de un crimen que conmociona a Bariloche por sus conocidos personajes. "Río Negro" reconstruyó los días previos y posteriores al brutal asalto al empresario, accedió a pormenores de testimonios, incriminaciones y relatos inéditos. Una causa que se encamina al juicio oral, pero curiosamente sin imputados de la autoría del crimen.

El 8 de noviembre de 2002, la noche previa al asalto salvaje que terminaría con su vida, Fernando Marti Reta hizo una llamada desesperada al celular de una de sus hijas en Buenos Aires. Quería ayuda, que lo aconsejaran. Había caído en la cuenta de que sus finanzas se iban arruinando, «y todo por ser generoso con su mejor amigo…» que ahora lo «estafaba».

En esa conversación, la familia de uno de los antiguos empresarios más conocidos de Bariloche, tuvo por primera vez una impresión distinta del amigo del que tanto les hablaba Fernando: Renzo Mongiardini. Este italiano de 71 años, hombre de palabra fácil e indiscreto, fue tal vez el mejor amigo de Marti Reta. Y lo fue a lo largo de casi 40 años. Incluso recibió de Fernando cobijo en su casa por un buen tiempo, desde que pisó tierra barilochense. Mongiardini, con el tiempo, fue agente inmobiliario, ejecutivo de una constructora y finalmente socio de la mujer con la que ahora comparte un procesamiento, sospechado de partícipe de asesinato de nada menos que su benefactor.

Contó Marti Reta en esa llamada que le venía prestando plata a Mongiardini, pero que éste le seguía pidiendo con una insaciabilidad tal que hacía que sus disponibilidades se fueran agotando. Para colmo, no advertía voluntad alguna de devolución. «¿Qué hago? ¿Le hago firmar pagarés?, ¿en pesos o en dólares?», preguntaba el anciano con una angustia que reconocieron en su voz e inquietó a todos. Del otro lado de la línea estaban sus dos hijas y un yerno.

Por relatos de familiares y detalles de la causa, «Río Negro» pudo reconstruir las horas anteriores a la trágica jornada y las que sobrevinieron cuando Marti Reta luchaba por su vida en una clínica de Bariloche.

Fernando Marti Reta murió el 27 de noviembre luego de que su frágil pero aún vital humanidad de 88 años fuese incapaz de resistir la paliza que le propinaron por lo menos tres sujetos, a los que les abrió la puerta de su casa, engañado, pues creía que quien llamaba era un empleado de su hija (la empresaria Graciela Robles, ex dueña de una parte del cerro Catedral).

«Pero papá, ¿cómo les abriste?, le preguntó una de sus hijas al borde la cama. «Y… pensé que era Sergio», alcanzó a balbucear en uno de los pocos instantes de lucidez que tuvo en su larga agonía de 18 días. Se refería al empleado de Graciela Robles. Pero el que llegaba no era él, sino unos cuantos sujetos a los que no pudo identificar y que, apenas traspusieron la puerta, le destrozaron a golpes el rostro

A las 9.45 del 9 de noviembre de 2002 la policía tomó conocimiento del hecho, ocurrido en diagonal Capraro 1.345, la casa de Marti Reta.

Cuando llegan los uniformados, la víctima ya había sido trasladada a un sanatorio, y en la casa se observaba una oficina con las luces encendidas, manchas de sangre en el suelo y en una alfombra, documentación sobre un escritorio, una caja fuerte abierta y vacía, y un gran desorden en el resto de las dependencias.

La primera en advertir la situación fue la empleada doméstica de la víctima, Porfilia del Carmen Díaz Andrade, quien llegó a las 9.35, y al ver la puerta principal abierta supuso que Marti Reta le había franqueado el ingreso a una persona conocida.

Esta mujer fue la primera que declaró que su patrón le había prestado dinero a Renzo Mongiardini, y que «estaba peleando para que se lo devuelva, ya que lo necesitaba para pagar los gastos de un campo». Interpretó que «a Renzo lo habían coimeado y don Fernando le prestaba dinero para que pagara», y recordó que para achicar la deuda, el imputado le había entregado un tapado de piel para que lo vendiera, y su patrón lo guardó, pero le dijo que «la solución no era vender el tapado, sino que le devolviera la plata». Sobre este aspecto puntual, Mongiardini dijo que se trataba de un abrigo de visón que le había costado 8.000 dólares, y que nunca pudo recuperar.

El testimonio de la doméstica fue de importancia para la causa, y también el de una vecina de Marti Reta, María América Lezcano, quien declaró que mientras auxiliaba a la víctima, Marti Reta le contestó con movimientos afirmativos de su cabeza a las preguntas sobre si había estado Renzo, y si éste estaba enojado, y que luego el herido le refirió que habían sido muchos los atacantes. En su declaración, no explica sin embargo por qué interrogó al anciano en ese sentido puntual. De todas maneras, señaló que Marti Reta siempre tenía la puerta cerrada «y si abrió debió ser a alguien conocido», y que había visto a Mongiardini después, cuando ingresó preguntando qué había pasado. También declaró que tres días antes lo había visto al acusado «muy enojado y nervioso», y que supo por la empleada que la víctima le había prestado dinero.

Una hija de la víctima, Graciela de Robles, declaró que el día anterior al suceso su padre le había trasmitido por teléfono, conmovido y angustiado, que Renzo Mongiardini lo había estafado y que le haría firmar documentos por el dinero prestado.

La testigo recordó que el 3 de setiembre de 2002 su padre le había pedido 1.500 o 2.000 dólares para entregarle a Renzo Mongiardini, y que el imputado fue a buscar el dinero acompañado por Laura Adriana Russo. Aquí, entonces, aparece en escena la mujer que ahora es co-imputada como partícipe del crimen. Se trata de la hija de una conocida maestra de la década del '50 y del '60, Luzmira Crespo. Y esta es la mujer a quien Wálter Aguerre, el confeso asesino del encargado de la estancia San Ramón (el suizo Christian Gsell) dice conocer muy bien e involucra, como se verá más adelante.

Volvamos al relato de Graciela Robles. La empresaria dijo que Russo se había incomodado al verla (durante esa breve reunión matizada por té), y que en otra oportunidad la había llamado para comentarle que «Renzo estaba muy mal», y pedirle que le prestara otros 1.800 dólares. Declaró que Russo y Mongiardini le habían contado que tenían 189.000 dólares en una caja fuerte de la Banca Nazionale del Lavoro -que no podían retirar porque el gerente les pedía dinero-, y dos cheques certificados por 200.000 dólares, que el juez (cuyo nombre no especificó) no le autorizaba si no pagaban una coima.

Ante la jueza, Robles expuso que relacionaba la agresión con el conflicto que su padre tenía con Mongiardini, y sus sospechas sobre la preocupación del imputado para saber si Marti Reta había podido relatar lo sucedido (cuando estaba aún con vida). Para la testigo, la víctima le había prestado 21.000 dólares a Mongiardini, y desconoce con qué destino.

Muy valioso es el testimonio de la hermana de la anterior, Beatriz Marti Reta, porque fue la que alcanzó a mantener la breve conversación con su padre antes de que falleciera. Como se relata al comienzo de este informe, la víctima habría referido que le abrió la puerta a los agresores, porque uno le dijo que era Sergio -el empleado de confianza de Robles-, y no había sospechado. También le dijo a su hija que habían sido tres los asaltantes, que no los conocía, y que se habían llevado un arma, y probablemente otra que estaba muy bien guardada. Después se supo que fueron dos las armas sustraídas, y fueron secuestradas en poder de un reducidor.

Beatriz Marti Reta también declaró que Renzo conocía muy bien a Sergio y los movimientos de la casa, y que sospechaba del italiano y de Laura Russo, porque las veces que iban a buscar plata su padre subía a la planta alta a buscarla. Sin eufemismos, expuso que desconfiaba de Mongiardini o de la gente con la que se vinculaba, a la que pudo haberles trasmitido información.

También declaró el esposo de Beatriz, Horacio Tomás Liendo, quien aportó detalles de sus conversaciones con terceros que comprometerían a Mongiardini, porque éste se habría enterado del ataque a Marti Reta y habría llegado al escenario del asalto en un horario muy cercano a la ocurrencia del hecho. Apuntó que le había llamado la atención la presencia del imputado en la casa a poco de ocurrido el hecho, la pretensión de que le devuelvan el tapado de piel, y el interés por el estado de salud de su suegro. Estas circunstancias, en parte, encuentran apoyo también en la declaración del dueño de Casa Palm (la tradicional empresa de materiales de construcción), Roberto Giménez, y aunque no hay coincidencias ni certeza en relación con el horario en que Mongiardini se habría enterado del suceso, este testigo contradijo al imputado al decir que se había alejado del lugar a bordo de un taxi, sentado al lado del conductor. El italiano, en cambio, al prestarse a la indagatoria, había declarado que había llegado a la casa de la víctima en su Chevette gris, y se dirigía a la agencia Renault «Puelo», y esa contradicción fue valorada en su contra.

Pese a que ya existirían sospechas sobre alguno de los imputados, la causa cobró dinamismo a partir del último 7 de mayo, cuando un yerno de Graciela de Robles, José Villalonga, recibió un llamado telefónico de una mujer que se identificó como Cecilia, ofreciendo información sobre la muerte de Marti Reta. Lo volvió a llamar 15 días después, acordaron una cita, y sorpresivamente la que apareció no fue Cecilia sino Laura Russo, asegurando que el responsable del hecho había sido Mongiardini, quien había mandado a tres personas para cometer el asalto, y que el precio que solicitaba a cambio de la información era la protección de un menor, al que habrían drogado para hacerlo participar en el evento.

Villalonga expuso que la mujer le había relatado que los asaltantes habían invocado el nombre de una persona de «Robles Catedral», en coincidencia con los dichos de la víctima, y que al no encontrar dinero se habían llevado las armas. La imputada habría ofrecido documentos incriminatorios sobre el suceso, y en las conversaciones telefónicas grabadas señaló que uno de los delincuentes también había participado en el asalto a la estancia «San Ramón». Estaba hablando de Wálter Aguerre.

No se sabe con certeza cómo se involucró en esta causa Wálter Aguerre, pero aparece brindando una declaración fundamental para imputar a Russo. Expuso que la conocía porque le proporcionaba drogas y psicofármacos, y que en uno de esos encuentros le confió que había contratado gente para que robaran en la casa de Marti Reta, donde habría dinero de la empresa «Robles Catedral». Explicó que dos días después la imputada le dijo que las personas habían ido a robar antes de que llegara la plata, que el plan había fracasado, y que un amigo de ella había comprado las armas que sustrajeron en la ocasión. Relató que había visto muchas veces a Mongiardini en la casa de Laura, que ésta lo extorsionaba diciéndole que ambos estaban relacionados con el hecho, a partir de fotografías que había tomado un policía Federal, y que Renzo le dio un collar de perlas para que lo vendiera y le pagara al policía. Agregó que Laura le pedía entre 2.000 y 3.000 dólares por mes a Mongiardini, y que presume que éste había propiciado la conexión entre Laura y el dinero que tenían que robar. La vinculación entre Aguerre y Russo, para la jueza Baquero Lazcano, ha sido confirmada por testigos y escuchas telefónicas, y los datos que brindó Aguerre son coincidentes con los que ofreció Russo a Villalonga, y se corresponden con los plasmados en el acta de procedimiento policial. Un testimonio, además de las grabaciones telefónicas, reforzaría la hipótesis de que existiría una relación amorosa entre la mujer y Aguerre.

En sus declaraciones, Mongiardini afirma que le entregó a Laura Russo, 20.000, 30.000 y hasta 50.000 dólares, además de otros 10.000 dólares en joyas. A poco de conversar con él se puede apreciar que su locuacidad no va de la mano con su memoria, que confunde conceptos y circunstancias con facilidad, y que en su declaración ante la audiencia de debate podría volver a modificar sus dichos, y no precisamente para verse favorecido. No registró la cantidad de dinero que le había proporcionado a Laura, pero sí registra la que le debe a sus amigos (se sabe que le pidió a varios connacionales, entre ellos a un hotelero), e incluso reconoció que le debía a Marti Reta 19.900 dólares.

Respecto de los horarios, también hay múltiples contradicciones en la causa, a partir de que se apuntan los dichos de testigos presenciales y los que hablaron por boca de terceros, que en algún caso son más elocuentes que los mismos protagonistas.

En el auto de procesamiento la jueza no solicitó la intervención de la fiscalía para investigar hechos conexos, pero para vincular a Russo con Mongiardini expuso que hacían «lo imposible para conseguir dinero para pagarle a un juez, a un abogado, a un gerente de un banco y a un subcomisario de la policía Federal, para que les abran una caja de seguridad de un banco de esta ciudad y sacar dinero de su interior para pagar lo que debían».

La vinculación entre los protagonistas, el juez Federal Leónidas Moldes y el ex secretario Alejandro Bianco Dubini tampoco fue descartada por la jueza, aunque sonara contradictorio que Russo le estuviera entregando dinero a las personas que la procesaron y que podían llevarla a la cárcel.

 

Serafín Santos

e Italo Pisani

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