Quila Quina, la playa que la rompe este verano a 18 km de San Martín de los Andes

En el Parque Nacional Lanín, a orillas de las aguas transparentes y no tan frías del Lácar, es la preferida de muchas familias y grupos de chicas y chicos. Las dos embarcaciones que llegan hasta ahí trasladan un 35% más de pasajeros este verano que el anterior. Otros llegan por un sinuoso camino de montaña.

La aguas del Lácar transparentes, tolerables, menos frías que la de otros lagos del sur, las playas entre montañas que invitan a buscar el rincón de la distancia justa en el verano de la pandemia.

La playa del muelle. Foto: Patricio Rodríguez

El muelle donde atracan los catamaranes que cada día traen un promedio de 380 turistas, el resto-bar donde uno de los platos más pedidos es la trucha con guarnición a 850 pesos en ese balcón con la mejor vista, la banda del kitesurf que disfruta entre saltos y piruetas de esa geografía que parece de cuento pero es tan real.

La adrenalina del Kitesurf. Foto: Patricio Rodríguez

Los kayaks que se alejan de la costa o bordean las laderas y se asoman a la profundidad hasta el límite que marcan las banderitas rojas y amarillas , el vuelo de las bandurrias y los cauquenes en el cielo puro de la Patagonia hacia el bosque donde predomina el roble pellín.

El camping de la comunidad mapuche Curruhuinca y sus carpas de cara al Lácar o el más antiguo que da al Arroyo Grande en el corazón del Parque Nacional Lanín. Los chapuzones desde el muelle o la costa, la sensación de estar dentro de la foto, de ser parte por un rato de ese paisaje soñado.

El muelle es el eje. Foto: Patricio Rodríguez

Todas esas imágenes en simultáneo regala una panorámica de Quila Quina, el paraíso ubicado a 18 km de San Martín de los Andes al que se puede llegar en vehículo por un camino sinuoso en las alturas, que a veces se angosta demasiado y hay que andar con cuidado, sobre todo en las curvas. Y sin olvidar que hay quienes se aventuran en bicicleta.

El bosque y la banda del kitesurf en acción. Foto: Patricio Rodríguez

«No hay que superar los 20 km/h. Lo mejor es venir disfrutando del paisaje, que es hermoso. Vienen de paseo, nadie está apurado, no deberían correr ningún riesgo: es un camino de montaña. Incluso hay un mirador donde parar dos km antes. Además, los crianceros mapuches tienen a sus animales sueltos porque no tienen alambrados: así fue toda la vida y hay que respetar eso», dice el guardaparque Patricio Garrido.

Postal repetida: grupos de chicas y chicos. Foto: Patricio Rodríguez

También se puede llegar en las embarcaciones de la naviera Lácar & Nonthue (1.300 pesos para mayores de 16 ida y vuelta) que parten desde las 10 de la mañana cada hora. La última para volver es a las 20.15. Menores de 16 pagan 1.040 pesos.

El catamarán rumbo a Quila Quila. Foto: Patricio Rodríguez.

Tardan 30 minutos, unos 15 menos que si salís en auto de San Martín, tomás la mítica 40 a orillas de uno de sus siete lagos, hacés cinco km hasta el balneario Catritre y seguís un km más hasta el desvío rumbo a Quila Quina, al que se accede a 640 metros sobre el nivel del mar y se asciende hasta los 900 sobre ripio consolidado, siempre con las luces bajas encendidas y a baja velocidad, por eso se tarda más que en catamarán en verano, con tanto tráfico.

El Cipresal es ideal para el kitesurf. Foto: Patricio Rodríguez

En invierno es otra cosa, porque en la villa quedan apenas las 60 familias mapuches de la comunidad Curruhuinca, con sus chivas y sus ovejas. Aunque a mediados de agosto pasado, en plena retirada humana por la pandemia, hubo un visitante inesperado: un cachorrón de puma caminó por el muelle y siguió hasta la casa de don Valdemar Lagos, pero los perros lo torearon y se fue por donde vino.

Relax a metros del lago. Foto: Patricio Rodríguez

Los guardaparques también detectaron por esos días las huellas de un pequeño ciervo Pudú Pudú. No hay otros registros en los últimos tiempos de presencia en la villa de estas especies, ni la del zorro colorado, la otra que habita en el bosque cercano.

Cauquenes en la playa del muelle. Foto: Patricio Garrido / Parque Nacional Lanín.

En cambio, sí anda la banda de cauquenes que se adueñan de la playa por la mañana. Conviven con los primeros visitantes pero cuando llega la oleada se dispersan. Patricio Garrido los fotografió días atrás y siempre les recomienda a los turistas que no les den de comer, porque eso altera su alimentación natural y crea dependencia. El guardaparque también tiene que advertirle a los que les tiran piedras que eso no se hace.


Embarcados, en auto o en bici, el premio es descubrir uno de los tesoros de la Patagonia, ya un secreto a voces a juzgar por los datos que manejan en la naviera. Esta semana, en la sede de la firma en San Martín de los Andes (que tiene un promedio de 80% de ocupación en estos días) Analía estaba intrigada porque veía demasiado movimiento. Entonces hicieron los números comparativos con igual período del verano anterior.

La playa del mielle. Foto: Patricio Rodríguez

“El resultado es que en el 2021 tenemos un 35% más de pasajeros que en el 2020 –explica–. Y cuando te ponés a conversar muchos dicen lo mismo, que dudaban en venir pero que al final pudieron más las ganas de salir, la idea de que en la Patagonia podés encontrar tu rincón al aire libre entre las montañas, las playas, los lagos”, cuenta.

A Enrique, del camping Antu Ti Lafken de la comunidad mapuche Curruhuinca, le pasó algo parecido: tienen más demanda en plena pandemia. “Es como si los hubieran soltado a todos juntos”, explica sorprendido por la cantidad de gente que llega, mucha más que en la temporada pasada. De las 24 parcelas, todas de cara al lago, difícil que quede una libre. «Veo mucha más gente que otros veranos», coincide el guardaparque, a quien todos llaman Pato por aquí.

Grupos de chicas y chicos copan las playas. Foto: Patricio Rodríguez

La comunidad mapuche es la encargada de cobrar los 230 pesos para entrar al Parque Nacional Lanín a residentes nacionales en el acceso a la villa. Los provinciales pagan 100 pesos y los locales (Villa Traful, Villa La Angostura, Junín de los Andes, San Martín de los Andes, Aluminé y Villa Pehuenia) entran sin cargo. Tras el acuerdo por el que Parques tercerizó el cobro, el 50% de la recaudación es para los Curruhuinca y el otro 50% para el Estado.

Cerca del acceso está el sendero de unos 500 metros que lleva hasta la cascada del Arroyo Grande, un salto de agua de unos 60 metros. El paseo, también administrado por la comunidad mapuche, cuesta 100 pesos.

Una tarde en Quila Quina. Foto: Patricio Rodríguez

¿Qué recomienda el guardaparque para conocer Quila Quina? «Lo ideal, lo que siempre aconsejamos, es tomar el sendero que está cerca del muelle y la capilla para que se formen una idea tras una caminata de alrededor de una hora veinte y después elijan dónde quedarse», responde Patricio.

El sendero pasa por las playas, se mete en el bosque hasta la Virgen donde llega la peregrinación cada 8 de diciembre, llega está la gruta de la vertiente de agua carbonatada y piedras rojizas, sigue en paralelo bordeando a la montaña y continúa hasta el acceso a Quila Quina. También hay una escalera que baja al costado del Arroyo Grande.

El guardaparque Patricio Garrido y uno de los pobladores.

La oferta del destino se completa con cabalgatas y la feria de artesanos con dulces caseros y productos elaborados con lana y madera. Lo mejor es caminar como aconsejan los lugareños, conversar con los pobladores, explorar la península.


Es lo que se observa en las playas: hay distancia entre los grupos, pero poco uso de barbijo, aunque muchos se los ponen si entran a un lugar cerrado. El guardaparque está satisfecho con el resultado del trabajo codo a codo con los prestadores, muchos de ellos de la comunidad. «Se cuidan, cuidan a los visitantes, hacen respetar los protocolos. Por ejemplo, nunca hubiera imaginado al paisano que toda su vida anduvo a caballo ofrecer las cabalgatas y montar con el barbijo puesto. Y ahí está. Y limpia todo con alcohol en gel entre salida y salida», dice.

Hay servicio de guardavidas de 14 a 19 h en las playas del muelle y la puntilla.

Las playas más concurridas son tres. La del muelle es la que recibe a los turistas. Allí hay kayaks para alquilar por hora (700 pesos los simples y 1.000 los dobles) y en el restaurante además de truchas se puede probar una milanesa con fritas por 600 pesos, una pizzeta individual por 450 y una empanada por 90. Las gaseosas cuestan 120 pesos y la cerveza entre 150 y 230.

A unos 800 metros, en el camping mapuche, el plato del día (por ejemplo guiso de lentejas) cuesta entre 250 y 300 pesos y la gaseosa de litro y medio 180 pesos. Otra opción es almorzar en el restaurante del camping Quila Quina.

Pirueta en el muelle. Foto: Patricio Rodríguez

Hay boyas que impiden que pasen las embarcaciones en la zona de los bañistas y los kayaks y sobre la playa un cartel que indica fin de uso público que algunos no respetan para seguir de largo y tirarse al Lácar desde las piedras: es riesgoso por el peligro de golpearse con las propias piedras bajo el agua. Días atrás, uno se tiró con salvavidas y el sacudón que lo hizo volver a la superficie de golpe lo hizo perder el conocimiento y debieron intervenir los guardavidas, que prestan servicio de 14 a 19 horas.

El área de los deportes acuáticos. Foto: Patricio Rodríguez

La playa que sigue la Puntilla, a unos 700 metros hacia la izquierda si uno está parado de frente al lago. Hasta allí llega la arena y a partir de ahí se mezcla con las piedras hasta llegar a la de la Desembocadura, donde hay un tramo de 50 metros delimitado para uso de los kitesurfistas.

Hay clases de kitesurf. Foto: Patricio Rodríguez

Luego de cruzar el Arroyo Grande hay unos 500 metros más de playa, ya con piedras más grandes. Los que buscan soledad siguen hasta ahí y encuentran su lugar entre las pataguas que crecen en la costa del lago.

Si la playa del muelle está al resguardo del viento en en la bahía sur, eso no ocurre a en la playa de la Desembocadura, a poco más de un kilómetro y medio, donde se congregan los fanas del kitesurf, en un lugar donde pueden salir a navegar casi siempre.

Kitesurf en Quila Quina. Foto: Patricio Rodríguez

“Quila Quina ofrece buenas condiciones, la dirección del viento, en general de entre 14 y 18 nudos, la amplitud de la playa. Hay carteles de Parques indicando que es zona de kitesurf y windsurf, hay poca gente tomando sol ahí y nos podemos mover bien”, explica Fernando Penan, uno de los instructores de Viento Patagónico, que ofrece clases en el lugar. Por si faltara un detalle, afirmada sobre sus tablas y con las ráfagas que traccionan los barriletes, la banda del kitesurf aporta adrenalina y vértigo a los días de Quila Quina.


A unos 800 metros de la playa del muelle funciona el camping Antu Ti Lafken, de la comunicad mapuche Curruhuinca, que pasó de agreste a organizado hace cinco años.

El camping Antu Ti Lafken, de cara al lago

Ofrece 24 parcelas de cara al lago con fogón y parrillas, sanitarios, duchas con agua caliente, estacionamiento gratuito, wifi, proveeduría y comedor (el plato del día cuesta entre 250 y 300 pesos, el pan casero 150 pesos).
Los tres kayaks son sin cargo y se reservan en el momento. Cuesta 1.000 pesos por persona (menores de 5 sin cargo). Los dormis (hasta 4 personas) valen 4.000 por día.

A 250 metros de la playa más cercana, el camping Quila Quina cuesta 1.000 pesos por día (menores de 12 años sin cargo).

Una de las vistas del camping Quila Quina, a metros de la playa y rodeado de naturaleza.

Ofrece 52 parcelas con fogón, parrilla, bancos y mesa, duchas de agua caliente, uso libre del quincho semicubierto, piletas de lavado de vajilla y otras para lavar ropa, restaurante con wifi, proveeduría y dormis (4.500 pesos, hasta 4 personas).
Cuenta con un kiosco con baños en la Playa La Puntilla a 400 metros del predio.


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