Recursos naturales y verdaderos intereses por Asia Central
Por Graciela Iuorno y Alcira Trincheri (*)
En este nuevo siglo ¿se podrán introducir transformaciones profundas con sentido de desarrollo y justicia, o continuará reinando la primacía de los intereses económicos sobre los derechos de la «ciudadanía universal», en un sistema mundial regido por unos pocos países ricos que domestican y controlan a un concierto de naciones pobres?
La Revolución Francesa significó el punto final de un largo proceso, no sólo de la historia de Francia, sino del mundo capitalista -delineado como un sistema histórico- que precisó de tres siglos para la gestación y consolidación de sus instituciones fundamentales: la división del trabajo, la primacía de la acumulación de capital incesante y la formación de estados nacionales «soberanos». Ahora bien, tras la represión a las clases trabajadoras en las sociedades urbanas industriales, durante la primera parte del siglo XIX, el liberalismo reformista recomendó a las derechas hacer algunas «concesiones». Esta receta combina un poco de derecho al sufragio, un poquito de estado de bienestar y una buena dosis de nacionalismo que amalgama a las clases bajo una identidad común, dando como resultado una fórmula capaz de mantener a los elementos esenciales del sistema capitalista. En la segunda mitad del siglo XIX los principales actores demandantes resultaron los trabajadores de Europa y de EE. UU. y en el siglo XX el cambio político y la soberanía fueron reclamaciones de los pueblos del mundo dominado, colonizado. Por ello los liberales enuncian la extensión del concepto de reformismo racional al sistema mundial en su conjunto: autodeterminación de los pueblos.
La idea histórica de imperialismo está vinculada con un Estado-nación y su capital. Es decir, con la exportación de capitales y bienes, con el traslado de materias primas, energéticas, minerales y alimentos y con la venta de servicios más allá de la propia frontera. En el siglo XIX, el concepto está asociado con la exportación del capital británico, acompañado de una expansión en términos políticos y militares. Después de la Segunda Guerra Mundial, los EE. UU. tomaron la «posta». A finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, el mapa mundial ha cambiado, el papel del Estado-nación se ve modificado por la instauración de nuevas reglas mundiales -posimperialismo-. Hoy la relación entre los líderes y los subordinados está mediada por un organismo multilateral. Tal es el caso de la guerra de Kosovo, declarada por Clinton bajo la férula de la OTAN, solapando el interés central en el escenario: las reformas económicas con el auspicio del FMI y el Banco Mundial.
Actualmente, el sistema mundial está hegemonizado por EE. UU., gracias a su desarrollo tecnológico, su sistema académico, la difusión de sus estilos y prácticas culturales y su poderío militar. Este país es un «imperio no territorial», dado que lidera el proceso de globalización -norteamericanización- y su política exterior responde casi exclusivamente a los intereses de sus empresas privadas. Con sus acciones estratégicas, el gobierno estadounidense garantiza la seguridad de las mismas en las regiones productoras de petróleo. En este sentido, una experiencia favorable fue la de Arabia Saudita en 1930, cuando una empresa petrolera (ARAMCO) ensayó la fórmula exitosa: fundamentalismo islámico, más tribus, más petróleo. Los Estados de Europa Occidental intervinieron económica y militarmente en Medio Oriente hasta el proceso de descolonización y no volvieron a ejercer un liderazgo mundial. La hegemonía de Occidente, en el sistema bipolar, era ejercida por los Estados Unidos.
Paradójicamente, en 1945, la victoria de los aliados sobre las potencias del eje se presentó como el triunfo del liberalismo global -en alianza con la URSS- sobre el desafío fascista. Sin lugar a dudas, EE. UU. era de lejos y con mucho la mayor fuerza económica y militar del mundo y en cinco años reorganizó políticamente el sistema mundial.
En este marco, los norteamericanos ingresaron al territorio árabe de la mano de los británicos, que permanecieron en el golfo Pérsico hasta 1971. Allí se confrontaron con los intereses de la URSS. Esta última disputó durante siglos con los europeos su liderazgo en esa región, concretando avances significativos en Asia Central. En 1948, la explotación del petróleo árabe atrajo a un tercio del total de las inversiones norteamericanas realizadas en el extranjero. La presencia estadounidense en el Golfo contaba con Irán como su principal aliado -Doctrina Eisenhower-.
En la década del setenta, los conflictos bélicos y el embargo petrolero de 1973, si bien revelaban una erosión del control de EE. UU. sobre las políticas petroleras de los países árabes, terminaron beneficiándolo. Ello por varias razones: no dependerán de esas explotaciones petroleras, sino del «reciclaje» de los petrodólares, de la demanda de mercancías y servicios requeridos por el aumento del poder adquisitivo de los países productores. Debemos recordar que el 70% de la reserva de petróleo mundial está en el golfo Pérsico y sus yacimientos pueden explotarse cien años más. Asimismo, Arabia Saudita posee más de la cuarta parte de las reservas del mundo. Por ello, los diferentes gobiernos de los EE. UU. han pretendido y pretenden, aun hoy, mantener su hegemonía en este espacio.
En este sentido, las confrontaciones que se conocen como «guerras infinitas» se iniciaron con las intervenciones militares en el mundo árabe islámico, y culminan en la actualidad, con la búsqueda de un posicionamiento claro en el mundo musulmán no árabe del Asia Central. No debemos olvidar, en este nuevo contexto, la amenaza latente de un nuevo conflicto indo-paquistaní por Cachemira -herencia poscolonial de la política británica: divide y reinarás. Actualmente, el contraataque de EE. UU. en Afganistán pone en riesgo de guerra civil a la región, dado que etnias iguales o similares ocupan un extenso espacio territorial: las ex repúblicas soviéticas, Irán, Irak, Afganistán, Pakistán y el norte de la India.
La Guerra Fría y el interés por el «oro negro» fueron determinantes en la política exterior de los Estados Unidos y la ex URSS. La República Islámica de Irán dificultó las acciones estratégicas norteamericana como guardián de los intereses petroleros en el golfo Pérsico. Por un lado, los obligó a replantear su política regional, esto es: fracturar la unidad del mundo árabe y militarizar la región con nuevas armas nucleares. Y por otro lado, frenaron al «Islam revolucionario iraní», para que los rusos no tengan acceso a la zona e incentivaron una guerra de desgaste entre Irak-Irán. Sin embargo, el apoyo estadounidense a Irak fue decisivo para sus intereses en Irán y por la influencia del Islam en las masas. Irak, constituida en una potencia regional con poderío bélico, planteó sus apetencias sobre Kuwait. Los norteamericanos se desprendieron del otrora aliado, transformando a Saddam Husseim en un rival. No obstante, tuvieron precaución en no destruir al líder iraquí, ni a su régimen, pero sí su peligrosidad, instalando bases militares en su escenario. En estos acontecimientos, las Naciones Unidas cumplieron un papel subordinado. La victoria contra Irak les permitió a los EE. UU. la posesión del 50% del comercio mundial de petróleo.
En los años ochenta, la invasión rusa a Afganistán y la Revolución Iraní hicieron que la región caucásica y el Asia Central se involucraran en la escena de las disputas económicas e ideológicas. El colapso de los regímenes comunistas dejó un vacío político-ideológico en estas regiones, donde no se aceptó fácilmente la intervención de Occidente, resistiendo tras un proyecto político-religioso.
El conflicto de intereses entre Rusia y EE. UU. está centrado en el manejo de los recursos hidrocarburíferos en el Mar Caspio y en Turkmenistán, del algodón de Uzbekistán y del oro en Kirguizistán. El Asia Central es una región geopolítica clave para las compañías occidentales como espacio de comunicación, dado que los mares permiten bordear Irán y Rusia sin necesidad de hacer escalas. Europa ha tratado de ingresar a las repúblicas transcaucásicas a través del proyecto de «ayuda humanitaria». El dominio del área permitiría contar con una fuente de alimentos alternativa en caso de problemas en Medio Oriente, como la inestabilidad política, que generan muchos grupos islámicos contra los Estados Unidos.
En la «cuestión chechena», el petróleo desempeñó un papel decisivo, desde 1994 el ejército ruso intentó controlar los únicos oleoductos operativos que le permiten exportar por el Mar Caspio. Sin embargo, la influencia rusa sobre el Cáucaso se vio limitada por la humillación de los islámicos chechenos y la injerencia de la inteligencia norteamericana. Recordemos que Rusia es el mayor productor de petróleo y gas del Asia Central, y las exportaciones petrolíferas procedentes de las ex repúblicas pasan por su territorio.
Por último, los talibanes tomaron Kabul en 1996 luego de enfrentarse varios años con los rusos, apoyados por Pakistán, EE. UU. y Arabia Saudita, tras un proyecto que apuntaba a la construcción de un gasoducto que uniera Turkmenistán con Gwadar (Pakistán), atravesando por el oeste de Afganistán. Detrás de esta propuesta estaba el acuerdo de la compañía petrolera UNOCAL asociada a la saudita Delta Oil. En este contexto, la guerra por los hidrocarburos prosiguió.
En síntesis, la primera víctima de las tensiones que afectan al sistema mundial es la legitimidad de estructuras estatales y de su capacidad por mantener el orden, siendo diferente el funcionamiento de las estructuras políticas y culturales del mundo.
El desafío en este siglo es la defensa de los derechos humanos que contenga por igual a un «nosotros» y a un «ellos», a ciudadanos y a extranjeros. Hoy, la discriminación cultural, étnica, el racismo, el miedo a lo extraño, se entrecruzan con el mundo de representaciones. En este marco, aparece un nuevo enemigo de la «libertad y la democracia» internacional: el terrorismo musulmán. Las oligarquías y los halcones del mundo rico buscan justificación para sus expediciones armadas con el fin de asegurar el flujo de materias primas desde los países pobres.
La consecución de los intereses económicos, sin importar de dónde provengan y quiénes lo detenten, es incapaz de contener en su seno el respeto universal de los derechos de la mujer y del hombre, dado que el valor supremo es el dinero y no las personas, los/as ciudadanos/as. Sin embargo, en distintos espacios del globo están emergiendo resistencias políticas y sociales que se expresan a través de organizaciones por la paz y en manifestaciones callejeras contra la guerra.
* Docentes-Facultad de Humanidades -UNComahue
En este nuevo siglo ¿se podrán introducir transformaciones profundas con sentido de desarrollo y justicia, o continuará reinando la primacía de los intereses económicos sobre los derechos de la "ciudadanía universal", en un sistema mundial regido por unos pocos países ricos que domestican y controlan a un concierto de naciones pobres?
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios