“Remembranzas de ‘Viento del Sur’ (Huaihuen) a 150 años de la colonización galesa”
Hace más de 31 años, con el título de ingeniero civil obtenido en la Universidad Nacional del Sur bajo el brazo, una maravillosa familia en expansión y una mochila de ilusiones, crucé el umbral de mi natal y querida Bahía Blanca y “rumbié pal’sur-oeste”. El soplo cuya magia captó magistralmente don Atahualpa Yupanqui en su libro “El canto del viento” guió la melodía que la voz de José Larralde pregonaba a la convocatoria de los hermanos Berbel: “A ver, paisano, venga, vamos pal’sur, hay que domar un río, la patria necesita de su valor”. Era necesario “jinetear” el Limay y el Neuquén, que hoy conducen su energía amansada y transformada hacia el norte. Dejé a la izquierda las obras de El Chocón y a la derecha Cerros Colorados. Franqueé la punta de rieles que queriendo continuar al poniente para integrarnos a Chile se frustró en Zapala y llegué a Aluminé, en el oeste neuquino, que magistralmente el Dr. Gregorio Álvarez describió y publicó en “Donde estuvo el paraíso”. El viaje con mi señora y prole ante un inclemente temporal de lluvia y nieve me obligó a buscar refugio en cercanías del puente sobre el arroyo La Jardinera y allí aprecié la nobleza de uno de los tantos patagónicos que me albergaron y ayudaron desinteresadamente: don “Toncho” Cordero. Conocí también a los descendientes del Ing. Juan Benigar, un sabio políglota venido de Croacia que difundió internacionalmente la idiosincrasia del aborigen y los pobladores patagónicos, defendió y adoptó su cultura y luchó por la reivindicación del sur argentino. Los arquitectos polacos Ricardo Bialous y su esposa Cristina, en Zapala, me brindaron su cariño. Con su integridad y empuje, don Ricardo me enseñó a vencer dificultades y transformó una “picada de catangos” en un tramo de la Ruta 23, que hoy permite ir al lago desde el pueblo. En Ruca Choroy, entre charlas y vivencias, asados y mateadas, compartimos con el “cacique” Amaranto Aigo, el padre Valerio y el obispo don Jaime de Nevares, unos con bombachas y botas gastadas y el otro con sotana remendada pero con espíritus brillantes. Percibí el amor que irradiaban a la tierra, sus criaturas y semejantes, mapuches y paisanos desprotegidos. Un amigo al que recuerdo con afecto y con quien compartimos tareas para el logro de otro tramo de la Ruta 23, “El Rotito” Rigoberto Ramírez, me llevó de invitado a un Nguillatun. También tuve la suerte de apreciar los “servicios” de maravillosos jóvenes llegados de Cutral Co y Plaza Huincul que al culminar su trabajo misionero hacían –y me honré participando– misas oficiadas por el obispo De Nevares en la reserva; respetando y complementando culturas y religiones –soy metodista– me enseñaron que es posible convivir armoniosa y fraternalmente. Los ríos, lagos, cerros, bosques, mesetas y, fundamentalmente, la generosidad del poblador de la tierra cordillerana perduran en mi retina y alegran mi corazón. Pido disculpas por omitir nombrar a todos mis generosos hermanos… la lista está guardada con cariño. Las necesidades laborales me trajeron a la atlántica ribera y en el 72 me afinqué en Trelew, que bullía. La liberación de presos políticos convocaba a todo ciudadano sin distinción política, de credo, nacionalidad o raza a un objetivo: “liberar a los presos por sus ideales”. El rescate de su historia reafirmó la tolerancia y la respetuosa convivencia no sólo del patagónico NIC sino de todos lo que arribaron con su tradición, sus ideas y su cultura. Los galeses “protestantes” arribados en 1865 y los residentes aborígenes, innegables dueños de la tierra, dieron ejemplo de coexistencia en armonía. Lo anterior, incuestionable, lo revalidó la ONU hace casi dos décadas y hoy perdura. Concluido el conflicto de Malvinas y recuperada la democracia argentina, invito al intendente y amigo de Gaiman Raúl Mac Burney, descendiente de galeses, a que exponga la maravillosa convivencia de celtas y mapuches. El valle inferior del río Chubut al este y los cordilleranos de Esquel y Trevelin se colonizaron no con odios y a sablazos, sino con el arado, cuya reja se clavó en la inhóspita tierra de la que, doblegada y regada con sudor, se obtuvo un trigo que en una exposición internacional logró el máximo galardón y cuya espiga que engalana el escudo chubutense. El pan amasado del trigo cultivado por “galensos” que arribaron de otros lares y la carne de animales que aborígenes cazaban fueron moneda de intercambio de comidas y culturas. Un pasado integrador de inmigrantes y aborígenes laboriosos se ha arraigado en este suelo y formó la amalgama que surgió de un crisol de tolerancia solidaria. Se vislumbra en el futuro que el abrazo de Argentina cobijará a los hermanos del Atlántico al Pacífico, se unirán por corredores brasileños y chilenos, uruguayos, paraguayos y bolivianos… esperamos que se sumen a un mercado que se expanda desde América del Sur. Sólo espero que integrados desde aquí el impulso de Huaihuen lleve el puro aliento y el aroma del esfuerzo y la esperanza al mundo entero. La paz se logrará con trabajo fraternal. Latinoamericanos, compatriotas… un abrazo solidario desde el sur. Heraldo Ruddy González DNI 5.471.578 Trelew
Heraldo Ruddy González, DNI 5.471.578 Trelew
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