Ricardo Fort, el incómodo

Verónica Bonacchi vbonacchi@rionegro.com.ar Ricardo Fort fue un personaje incómodo para todos. Incluso para él mismo. Hecho a la medida de su propia ambición, con músculos demasiado inflados; un mentón cuadrado, pulido a fuerza de cirugías, y talones que, médicos mediante, le dieron más altura, Fort terminó recibiendo el golpe letal desde su propio cuerpo, aquejado por las más de 27 operaciones a las que se sometió para alcanzar su ideal de belleza, dolorido, agotado de calmantes, a los 45 años. Fue aceptado en el medio televisivo casi exclusivamente para sacarle provecho a su excentricidad y fue repudiado por lo mismo exactamente en el mismo lugar. Había logrado ingresar a “las ligas mayores” de la pantalla chica luciendo su oro y sus músculos esforzados en el jurado de “ShowMatch”. Pero sus desafortunados cruces con el verdadero dueño del circo, Marcelo Tinelli; su intento de golpear a piñas a Flavio Mendoza; sus renuncias intempestivas; sus regresos televisados y sus opiniones lo terminaron por dejar en la orilla del desplazado: fue declarado persona non grata por El Trece. Ese mismo millonario, que casi podría haberse comprado un canal entero, armó su propio y bizarro programa en América, un ciclo que ni los propios técnicos del canal parecían tener demasiado en cuenta a juzgar por las veces que se quedaba sin luz, sin audio y casi sin invitados. Fue el rico con tristeza en su estado más patético: el que no logra –ni aún comprando– el respeto y sobre todo la fama que él tanto ansiaba. Y hay que decirlo, hizo tantas cosas desafortunadas (como interpretar el musical “Jesucristo superstar” y comparar el dolor de Pampita y Benjamín Vicuña por el fallecimiento de su hija con su recreación de un Jesús crucificado por la prensa). Pero, ajeno a la percepción que causaba, él igual se sentaba como si fuera un verdadero divo de la tevé y atendía el teléfono como si imitara a Susana Giménez, en medio de un decorado tan excesivo como él: todo dorado y recargado, por supuesto. Creyendo que su popularidad había llegado de regalo junto con su primera aparición en la pantalla chica, armó su propio reality show y lo subía a Youtube, dispuesto a mostrar el paraíso VIP al que había ingresado gracias al imperio de chocolate, FelFort, que creó su abuelo. Para levantar el escaso rating de su programa, hizo pública su vida semiprivada: en cámara, se separó de la vedette que lo acompañaba en ese momento e hizo pública su homosexualidad. Pero nada movió demasiado la aguja del rating. De su bolsillo, hizo obras teatrales (Fortuna y Fortuna II) para terminar de concretar el sueño de ser artista. Fort, enorme, todo tatuado, cubierto de oro, con autos de lujo, protagonista de miles de viajes al paraíso de la compra de Miami, protagonista sobre todo de su propio reality, ni siquiera lograba escandalizar demasiado. Fort sólo incomodó.


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