Ruptura radical

Si los radicales "progresistas" quisieran dotarse de un ave totémica, la elegida sería el avestruz.

Hace algunos años, la UCR disfrutaba de la rara distinción de ser un partido que, a pesar de haber declarado la guerra a lo económico por querer «subordinarlo a lo político», contaba con el mejor equipo económico del país. Se trataba de una contradicción insostenible que por fin ha sido superada gracias a la decisión del ex ministro de Economía, Ricardo López Murphy, de abandonarla luego de muchos años de militancia. Mientras que López Murphy parece tener asegurado un porvenir político destacado, sea como protagonista de un gobierno o líder de una corriente opositora importante, no se puede decir lo mismo de sus ex correligionarios. Por haber apostado virtualmente todo a lo político, el radicalismo se ha desprestigiado tanto que de celebrarse elecciones en los próximos meses correría el riesgo de verse aniquilado. En efecto, el motivo principal por el que Raúl Alfonsín apoya al gobierno del presidente Eduardo Duhalde consiste precisamente en su temor a que su pronta caída signifique el inicio de una campaña electoral en la que la UCR perdería todas las cuotas de poder que consiguió en elecciones previas. Si bien aún conserva una proporción nada despreciable de los bancos legislativos, a raíz del fracaso del gobierno aliancista ya representa muy poco.

López Murphy se ha granjeado la reputación de ser un impulsor férreo de políticas económicas inhumanamente duras, pero la verdad es que la estrategia que intentó poner en marcha a inicios de su brevísima gestión era con toda probabilidad la más blanda realmente posible. Como él mismo ha señalado, de haberla aplicado el gobierno del radical Fernando de la Rúa, el país bien podría haberse ahorrado «la terrible y dolorosa crisis actual», la que, es innecesario decirlo, ha supuesto que los eventuales remedios serán incomparablemente más severos que los que planteó hace apenas un año. En aquel entonces los radicales Federico Storani, Leopoldo Moreau y Alfonsín privilegiaron, como era su costumbre, el corto plazo por encima del mediano, oponiéndose a las medidas propuestas sin preocuparse por el hecho ya patente de que los costos de no tomarlas serían muy elevados. Según parece, se habían convencido de que si rehusaran reconocer la gravedad de la crisis, ésta no tardaría en irse sin que les fuera necesario hacer nada antipático. Si los radicales «progresistas» quisieran dotarse de un ave totémica, la elegida sería el avestruz.

El eclipse del radicalismo, movimiento que nunca logró recuperarse por completo del golpe que le supuso el surgimiento del peronismo que enseguida ocupó buena parte de lo que había sido su territorio ideológico, se ha debido más que nada a su incapacidad para hacer frente al desafío planteado por la crisis económica. En vez de tratar de adaptarse a los tiempos que corren, creando una síntesis de la «dureza» realista encarnada por López Murphy y la sensibilidad social más el compromiso con las libertades republicanas que muchos radicales creían representar, prefirieron dar a entender que a ningún gobierno le sería necesario actuar con cierto rigor. Al optar por el facilismo y la demagogia tan barata como sensiblera que suele acompañarlos, los radicales se las arreglaron para gobernar solos o en sociedad con otros varias veces, pero al precio de aceptar ser parte de un orden corrupto e inepto y, por lo tanto, de privar al país de una alternativa auténtica al populismo hegemónico. Aunque la UCR no ha sido la única agrupación responsable de la catástrofe que se oficializó a fines del año pasado, su aporte ha sido muy pero muy grande. De haber reaccionado de manera más digna ante el desafío supuesto por el surgimiento del peronismo, la UCR, fuera por su influencia o por las gestiones de sus miembros, hubiera hecho la diferencia entre la Argentina actual y un país posible que además de asegurar a sus propios habitantes una vida decente hubiera incidido de forma decisiva en la evolución de toda América Latina. Los costos supuestos por la pusilanimidad de algunos gobernantes y de quienes deberían respaldarlos suelen ser aún mayores que los ocasionados por regímenes malignos, razón por la que si la salida de López Murphy significa la muerte de la UCR como un partido de gobierno en potencia, muy pocos salvo los irremediablemente comprometidos lo lamentarían.


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