El primer cultivo del Valle que se reinventa 100 años después de la mejor época
Miles de hectáreas componían, en los años ‘20, la extensión de tierra dedicada a la alfalfa, este noble forraje que supo dar fertilidad y alimento donde parecía imposible. Un siglo después, el uso de tecnología genera un escenario nuevo y sobre todo, prometedor.
Donde hace décadas pasó el rastrón tirado por caballos, usado para bajar médanos y emparejar terrenos, hoy drones y equipos sirven para fertilizar, fumigar y hasta sembrar. Los usos de una tecnología soñada se fueron haciendo realidad en experiencias concretas, como lo que hoy se ve con la alfalfa en Huergo, y como resultado, se optimizan tiempos, gastos y labores, de formas que antes parecían impensadas.
¿Pero dónde comenzó todo? y ¿qué tan importante fue la alfalfa en esta región? Para aquellos que dieron por cierto que esta zona fue siempre frutícola, desde sus inicios, la historia de la economía regional viene a recordar el papel que cumplió este forraje, en la primera mitad del siglo XX.
Adaptable, ya que no necesitaba tierra seleccionada, esta alternativa ofreció la posibilidad a los primeros productores de empezar con cosechas sin tanto tiempo de espera y sin tanto riesgo ante las heladas y el clima riguroso que se registraba durante el año.
Daba buenos rendimientos para la época, recordó Cesar Vapnarsky en su libro “Pueblos del Norte de la Patagonia”, al compartir como dato, que la alfalfa disponible permitía tres o cuatro cortes por año, durante unos siete años, hasta que fuera necesario roturar y volver a sembrar. Hoy se sabe que ese ritmo se reformuló, con más cortes pero con recambio cada menos tiempo, para cuidar el suelo y sus propiedades.
Antes, eran tiempos en los que los vehículos de la agricultura se movían, en su mayoría, con tracción a sangre, con equinos al frente, sobre todo caballos, por lo que conseguirles alimento también era un problema que se resolvía con la alfalfa, para pastoreo o en fardos. A modo de combustible natural, sus nutrientes permitieron, a su vez, dar vida al transporte en sulky, por ejemplo, que conectaba la zona rural con el incipiente radio urbano de las distintas poblaciones.



En ese contexto, se les sumaba la demanda que generaba la exportación hacia Europa y que llegaba hasta el puerto gracias al tren. Por eso, la cantidad de hectáreas dedicadas a este tipo de plantación creció exponencialmente: de 5000 en 1911 pasaron al récord de casi 30 mil promediando los años ‘20 y así se mantuvo con fluctuaciones hasta la década del ‘50.
La calidad de la tierra era la necesaria pero también cabe decirlo, salió beneficiada, porque junto al avance del riego, ésta recibió el aporte de las raíces de la alfalfa, que alimentaron un proceso útil para enriquecer sus propiedades. Se supo que eran valiosas para un “basilo radicular” que ayudaba a fijar el nitrógeno atmosférico, pasándolo a la plata y a la tierra por descomposición, explicó Vapnarsky. Esto generó que cuando llegaron nuevas opciones para el desarrollo agrícola, como papas, leguminosas y luego la fruta, los resultados también quedaron a la vista.
Hacía 1930, la alfalfa cedió su lugar a la fruticultura, pero fue en Huergo justamente, dónde en ese tiempo empezó a industrializarse, pasando por molinos para generar un polvo finísimo que seguía siendo vendido a Europa. Esas posibilidades se incrementaron y por eso, tantos años después, continúa su presencia allí, ahora creciente y ayudada con enfardadoras y enrolladoras de última generación, junto al sueño de lograr en algún momento importar vaporizadoras para lograr una humedad controlada. Una muestra más de que el Valle se reinventa para seguir activo.

Donde hace décadas pasó el rastrón tirado por caballos, usado para bajar médanos y emparejar terrenos, hoy drones y equipos sirven para fertilizar, fumigar y hasta sembrar. Los usos de una tecnología soñada se fueron haciendo realidad en experiencias concretas, como lo que hoy se ve con la alfalfa en Huergo, y como resultado, se optimizan tiempos, gastos y labores, de formas que antes parecían impensadas.
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