Ganadería en Patagonia Norte: una actividad que se recrea y sostiene territorios
Un informe reciente del INTA analiza la estructura social y productiva de la ganadería en Neuquén y Río Negro y describe los desafíos que atraviesa la actividad en zonas áridas y semiáridas.
La ganadería en Patagonia Norte vive una transformación silenciosa pero profunda. Un estudio reciente del INTA muestra cómo esta actividad -practicada por alrededor de 9.000 productores en ambas provincias- continúa siendo la base productiva de amplias zonas áridas y semiáridas, sosteniendo la economía regional y la vida rural.
El informe “Actividad ganadera en Río Negro y Neuquén: Ganadería sostenible en zonas áridas y semiáridas de la Patagonia” analiza datos de fuentes secundarias (ARCA, SENASA) complementados con entrevistas en territorio para reconstruir estrategias familiares y dinámicas productivas. “Quisimos entender no sólo cuántos animales hay o a dónde se destinan, sino cómo son hoy las familias ganaderas, qué las sostiene y qué desafíos enfrentan”, explica Fernanda Menni, investigadora de INTA IPAF Patagonia y coautora del trabajo junto a Marcelo Pérez Centeno (INTA IPAF Patagonia) y Patricia Villarreal (INTA Alto Valle).
El estudio confirma una marcada especialización regional: Neuquén concentra la producción caprina, basada principalmente en la raza Criolla Neuquina; mientras que Río Negro combina sistemas ovino–bovinos. En bovinos predomina la cría para carne; en ovinos, la producción es mixta -lana y carne-; y en caprinos, el destino principal es la carne en Neuquén y la fibra mohair en Río Negro. “Las condiciones agroecológicas definen lo posible. Por eso, en gran parte del territorio, la ganadería es la única actividad viable”, señala Pérez Centeno. La actividad representa el 39 % del producto bruto agropecuario de Neuquén y el 35 % del de Río Negro, reafirmando su peso económico.
Productores familiares y no familiares: dos realidades que conviven
Se considera que los productores familiares son aquellos que disponen menos de 500 unidades ganaderas (cabezas de animales) y no cuentan con empleados permanentes en la unidad de producción. El productor familiar es el tipo social predominante, que dispone de menos de 120 unidades ganaderas en promedio y se organiza con 3 o 4 integrantes, generalmente de la familia. Son la segunda o tercera generación en la actividad.
“Los productores familiares comercializan excedentes, pero su prioridad sigue siendo el autoconsumo; garantizan proteína animal para la familia”, afirma Villarreal. También advierte que el registro estadístico no refleja la magnitud real de la actividad: “El porcentaje de ovinos y caprinos declarados en las guías de traslado es muy bajo”.
Estas familias suelen complementar ingresos con trabajo extrapredial o con jubilaciones o pensiones. En Neuquén, es frecuente la ocupación de tierras fiscales con tenencia precaria, con escaso nivel de inversiones. El manejo se caracteriza por un pastoreo continuo, limitado por la falta de apotreramiento, y por suplementación ocasional durante el destete. La comercialización se realiza de manera directa -al consumidor o al carnicero local-, cada vez más apoyada en redes sociales.
“Lo que vemos es una recreación constante de la actividad. Las familias buscan adaptarse, reinterpretando su tradición ganadera en un contexto cambiante”.
Fernanda Menni, investigadora de INTA IPAF Patagonia.
En contraste, los productores no familiares cuentan con mayor número de existencias, personal permanente y estructuras productivas más complejas. Suelen combinar ganadería de secano con producción de forrajes bajo riego, una estrategia que fortalece el engorde y la terminación. “El nivel de inversión en infraestructura, forrajes y manejo reproductivo es claramente mayor. Esto explica su productividad y su presencia en los circuitos comerciales formales”, describe Pérez Centeno. En estos establecimientos son comunes el servicio estacionado, la inseminación, el apotreramiento y la comercialización a través de ferias o consignatarios.
Limitantes estructurales y una recreación constante
El trabajo señala que ambos tipos de productores enfrentan restricciones significativas: caminos en mal estado, déficit en servicios de salud y educación rural, dificultades para acceder a agua de calidad, energía y conectividad. “La falta de conectividad frena la incorporación de tecnologías de información, fundamentales para sistemas de alerta, gestión del pastoreo y toma de decisiones”, advierte Pérez Centeno. Es frecuente el manejo semipresencial, con familias que alternan entre el campo y localidades cercanas.
“Las condiciones agroecológicas definen lo posible. Por eso, en gran parte del territorio, la ganadería es la única actividad viable”.
Marcelo Pérez Centeno (INTA IPAF Patagonia).
La actividad se recrea a partir de varios factores: el acceso de nuevas generaciones a mayores niveles educativos, la apropiación de tecnologías digitales, el fortalecimiento de la venta directa y la articulación entre espacios urbanos y rurales. A ello se suma el impulso que generó la pérdida de rentabilidad frutícola, que promovió la conversión de áreas bajo riego en superficies forrajeras, lo que amplió la oferta de carne para el mercado patagónico.
“Lo que vemos es una recreación constante de la actividad. Las familias buscan adaptarse, reinterpretando su tradición ganadera en un contexto cambiante”, concluye Menni.
La ganadería en Patagonia Norte vive una transformación silenciosa pero profunda. Un estudio reciente del INTA muestra cómo esta actividad -practicada por alrededor de 9.000 productores en ambas provincias- continúa siendo la base productiva de amplias zonas áridas y semiáridas, sosteniendo la economía regional y la vida rural.
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