San Carlos, un hotel con historia

Una vez por semana atendía un doctor en una pequeña habitación.

Relatos locales

Las historias de la ciudad son múltiples como cada uno de sus habitantes. El hotel San Carlos, lleno de mística, fue símbolo del crecimiento de un lugar. Fue a principios del siglo pasado cuando Félix Petitti arribó a la región del Nahuel Huapi proveniente de Pigüé, en la provincia de Buenos Aires. Llegó a establecerse en “Ñirihuao”, en donde tuvo una majada y fue comprador de lana y cueros para luego dedicarse a la hotelería en Bariloche. Contrató a Arnaldo Billecke, un experimentado constructor recién arribado. El primitivo edificio de madera, ubicado en Villegas y Mitre, recubierto íntegramente en tejuelas de alerce, fue una construcción de llamativo exterior, si bien sus interiores de imperdonable falta de confort y sentido práctico lo hacían modesto y humilde, rodeada de árboles frutales, cerezos y manzanos, amplias alamedas y extensos cercos de madera, que compartía la vecindad junto a algunas pintorescas residencias de familia, que a decir por sus tratamientos de aire aristocrático solían diferenciarse de esa gran mayoría de fisonomía estandarizada y más austera. En definitiva un pequeño edificio de pretenciosa fragancia de la campiña inglesa y francesa en medio de un mundo rural, alejado de las comodidades de los grandes centros urbanos. Una vez por semana llegaba desde su estancia en el lago Gutiérrez y a caballo José Emanuel Vereetbrugghen, el único doctor que había en la región, para atender en una habitación muy pequeña a la población del lugar.


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