Saxo del mejor con Branford Marsalis
Luego de cerrar el Festival Buenos Aires Jazz, se presentará por primera vez en Neuquén. Será el martes 17 de noviembre de 2015 en el Cine Teatro Español a las 21:30. Antes charló con “Río Negro”.
Música
El gran saxofonista Branford Marsalis junto a Justin Faulkner en batería, el contrabajista Russell Hall y el joven Samora Abayomi Pinderhughes en piano, actuará mañana por primera vez en la capital neuquina.
Nacido en Breaux Bridge, Luisiana, el 26 de agosto de 1960, Branford es el mayor de seis hermanos. Ganó tres premios Grammys y tocó con Miles Davis, Art Blakey, Dizzy Gillespie, Herbie Hancock, Lionel Hampton, Sonny Rollins, Sting y con su propio cuarteto desde el 86. Su primer instrumento, el clarinete, le abrió paso al saxo alto, luego al tenor y al soprano cuando, aún adolescente, comenzó a trabajar en bandas sureñas.
También formó duetos enormes con los pianistas Harry Connick Jr. y Joey Calderazzo, e incursionó como solista. Su concierto en la Catedral de San Francisco de octubre del año pasado, es un ejemplo de ello y quedó documentando en el compacto “In my solitude: Live at Grace Cathedral”.
Además de su fascinación por el jazz, la música clásica ocupó y ocupa también su sensible universo creativo.
Toca obras de Aaron Copland, Claude Debussy, Gustav Mahler, Heitor Villa-Lobos, Aleksandr Glazunov o la británica Sally Beamish, con las sinfónicas de Chicago, Detroit, Düsseldorf y la Filarmónica de Nueva York.
Allí no terminan las búsquedas de Marsalis, porque para el teatro de Broadway, compuso la música de “La cima de la montaña” que protagonizaron Samuel Jackson y Angela Bassett en 2012.
Tras el feroz paso del huracán Katrina por NO (05), creó junto a colegas y organizaciones “El barrio de los músicos” para familias desplazadas, donde se encuentra el “Centro de Música Ellis Marsalis” dedicado a preservar el legado cultural de esa ciudad.
Además de tocar en Neuquén el martes 17 de noviembre, acaba de cerrar anoche el festival Buenos Aires Jazz, en el Teatro Colón.
En octubre se presentó en Katowice, al norte de Polonia, con la sinfónica de la National Polish (28) y en Krakow (29), solo; luego en Pinecrest Gardens, Florida.
-¿Podría describir del modo más sensible su relación con el saxo?
-No tengo, realmente, una relación fija con mis instrumentos. Hay saxos que encajan con el oído del músico que los ejecuta, y yo, por supuesto, prefiero los que tienen un buen sonido, por sobre todas las cosas, y estén bien desarrollados. Hace dos años tocaba un saxo con hermoso sonido, pero su diseño era malo y terminó arruinándose. Yo elegí el alto que toco ahora por su sonido y construcción. Es una diferencia con los violines, que son de madera. Los saxos son metálicos y gran parte de su sonido proviene del músico que lo ejecuta, no del instrumento. El sonido que tengas en la cabeza es el que generarás. Si no me gusta mi sonido con el saxo, tendré que trabajar para cambiar el que viene de mi cabeza, más que comprar un nuevo saxofón.
-¿Cómo influyó en su forma de tocar, el conocimiento de la música clásica?
-Desde que empecé a estudiar a los quince años, vengo estudiando y aprendiendo música, inclusive antes de tomar clases de saxo. Tengo más control sobre mi instrumento, logro un sonido más sólido. El dominio técnico me permite expresar mis ideas con mayor variedad y disponer de más herramientas en el momento de decidir cómo expresarme. El proceso continúa, siempre estoy escuchando música que cambie el rumbo y me lleve a reflexionar los modos y la forma de abordarla. Mucha de ella, es la clásica en este momento, por sus texturas y lo complejo de su ejecución. Me ha ayudado a entender la manera de desarrollar un solo para crear un efecto dramático dejando los fragmentos rápidos y las notas agudas para la conclusión de la obra, una octava más arriba que al comienzo; técnicas que generan tensión dramática. La música clásica me ha hecho tender más hacia la importancia y desarrollo de las melodías, en vez de preocuparme por mi solo que debe ser parte del tema y no algo separado. Lo clásico es muy difícil de tocar y por eso me gusta, porque debo estudiar mucho. En el jazz hay que descubrir un lenguaje propio, puede tocarse según se sienta o piense en cada ocasión, pero en el mundo clásico hay que tocar bien lo que está escrito.
-En una entrevista con el pianista argentino Adrián Iaies (recientemente publicada por este medio), consideramos la cuestión del intercambio como vital en el jazz; a sus alumnos les explica que el tempo no lo marca un metrónomo sino que resulta de tocar con otros, y que deben aprender a lidiar con ello porque una mitad de la energía está puesta en tocar, y la otra, en escuchar a los demás, lo que condiciona la propia ejecución. ¿Qué piensa usted al respecto?
-Salvo en la música popular, encuentro casos cuyo resultado está tan alejado de su formato original que son irreconocibles. Nuestro trabajo es saber qué estamos tocando, el del oyente es sentir lo que tocamos. Si tiene que saber qué estamos tocando para apreciarlo, algo falla. Con el tiempo, he aprendido a convertir cada canción en algo emocional, a usar mis saxos para generar emociones. El sonido logra el efecto emocional, no el conocimiento musical. Sinceramente, ahora no escucho muchos saxofonistas, sí música que a veces me lleva a oír colegas en mi instrumento. Pero no estoy interesado en lo bien toca alguien, me atrae escuchar y ver cómo se para un instrumentista frente a un grupo. Están los que tocan fantástico, pero no prestan atención a la banda o a lo que la obra necesita. Yo evito ese tipo de ejecución. Escucho a mis compañeros y pienso en qué puedo ser útil.
Eduardo Rouillet
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