Sin miedos
La democracia argentina se halla frente a una oportunidad tal vez irrepetible para curarse en salud.
La mayoría de los legisladores y operadores partidarios se opone a los proyectos de reforma política que están en danza y que, de prosperar, harían más transparentes sus actividades y reducirían sustancialmente los costos de subsidiarlas. Tal actitud puede entenderse. Luego de décadas de considerarse la encarnación viva de la democracia, los políticos están viéndose obligados a aceptar que a juicio de la sociedad han aprovechado su condición para enriquecerse personalmente y para construir redes clientelares burocráticas que sólo sirven para beneficiar a sus parientes, amigos y presuntos simpatizantes. Claro, que esto haya ocurrido se debe a algo más que las ambiciones y pretensiones de los políticos mismos. Puede decirse que todo “sector”, esté conformado por políticos, sindicalistas, militares, religiosos, funcionarios, empresarios, académicos o delincuentes, propenderá a expandirse hasta que otros decidan que ya ha sobrepasado todos los límites tolerables, de suerte que la causa básica del “imperialismo” de los políticos que tanta indignación está provocando en la actualidad ha consistido en la debilidad del resto de la sociedad que, por diversos motivos, no hizo lo bastante como para frenarlo antes.
En el fondo, la reacción tardía de la sociedad frente al sobredimensionamiento de la actividad política es el resultado lógico de tres factores: la eliminación de la tradicional “alternativa” militar, la derrota de la inflación galopante que ha supuesto que una proporción creciente de la ciudadanía haya tenido que abonar impuestos directos y por lo tanto se ha interesado por el destino de sus aportes, y la pérdida de importancia de diferencias ideológicas y, en consecuencia, la desacralización de la política. Ya que no existe ninguna alternativa autoritaria, fuera militar, neofascista o izquierdista, es mucho más fácil que antes formular críticas concretas al funcionamiento del sistema democrático en nuestro país sin correr el riesgo de que los defensores del statu quo las descalifiquen por “golpistas”. Asimismo, debido al estado lamentable de todos los organismos estatales o partidarios que supuestamente brindan servicios o, cuando menos, fuentes de trabajo, a los pobres, los políticos no pueden seguir procurando convencer a los contribuyentes de que los fondos con los cuales se financian sus actividades deberían figurar como “gastos sociales”.
Algunas de las reformas que se han proyectado, como la concerniente a la eliminación de las listas sábana, ya fueron propuestas durante la gestión del presidente Carlos Menem, razón por la cual muchos aliancistas sospecharon que se trataba de una maniobra destinada a perjudicar a la UCR. Sin embargo, el gobierno de la Alianza, consciente de que la ciudadanía está volviéndose cada vez más impaciente, ha optado por tratar de impulsar la batalla contra las listas sábana que, además de permitir el ascenso de una hueste de individuos apenas conocidos por los votantes, aumentó enormemente el poder de los caciques partidarios, acaso porque De la Rúa, a diferencia de otros líderes radicales, nunca ha podido influir mucho a la hora de separar a los “leales” que en ellas ocuparían posiciones privilegiadas de los acaso demasiado independientes que resultarían excluidos.
De todos modos, no cabe duda de que se ha conformado una coyuntura en la que ya es factible una profunda reforma política que, es de esperar, posibilite no sólo un mayor grado de transparencia sino también la reducción de los costos para que estos se aproximen a los habituales en países como los Estados Unidos y Alemania: según parece, a nadie se le ha ocurrido proponer que por ser la Argentina muy pobre deberían ser decididamente inferiores. Aunque muchos dirigentes continuarán resistiéndose a abandonar las “conquistas” que se han anotado en el curso de los decenios últimos, es poco probable que en esta ocasión se las arreglen para salirse con la suya. La democracia argentina, pues, se halla frente a una oportunidad tal vez irrepetible para curarse en salud, ahorrándose así convulsiones políticas similares a la ocurrida en Venezuela en que la incapacidad para reformarse de una clase política viciada por la corrupción abrió la puerta a una aventura populista encabezada por un ex golpista que con toda seguridad terminará mal.
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