Situaciones extremas: ¿cómo rompen con la realidad? 05-11-03

Aunque resulte incomprensible para la mayor parte de la sociedad, es un amor delirante y no el odio el que puede llevar a un padre a terminar con la vida de sus hijos. Los especialistas en psiquiatría coinciden en que este sentimiento desmedido azuzado por un cuadro de depresión profunda podría explicar algunos trágicos parricidios que registran las páginas policiales.

Los psiquiatras denominan a este tipo de conducta suicidio ampliado u homicidio por compasión y afirman que se trata de un tipo de crimen «muy frecuente».

Habitualmente, el camino hacia el horror por el que transitan los protagonistas de estos sucesos es el mismo: una historia de desavenencias con su pareja y una separación traumática que conduce a un cuadro severo de depresión. Otras veces, situaciones de extrema pobreza donde la supervivencia pende diariamente de un hilo. «Es un trastorno grave, ya que se produce una verdadera alteración química en el cerebro», ha escrito Luis Borrás, especialista en criminología de la Universidad de Barcelona, España. En un 15% de los casos el afectado desarrolla ideas delirantes, sentimientos de culpa y pensamientos catastrofistas. La idea de suicidio aflora con frecuencia.

Llegados a este punto, el futuro se vislumbra negro. «Incluso el de sus hijos. Deciden matar a sus seres más queridos, porque los aman, por compasión», agrega el experto y referente mundial en este tema. ¿Cómo es posible? «Estas personas rompen con la realidad, pierden su horizonte perceptivo y sufren mucho».

Su amor se percibe en los métodos que emplean con mayor frecuencia. Según Borrás, «buscan que no sientan dolor. Es muy habitual que primero los adormezcan con medicamentos, los asfixien o que abran la llave de gas», en vez de recurrir a soluciones más cruentas, como un cuchillo o un arma de fuego.

Borrás rememora un antiguo caso que conmocionó a España en los años '50. Los policías no pudieron reprimir las lágrimas cuando encontraron en la cama de un hotel de Barcelona los cuerpos sin vida, cuidadosamente vestidos y peinados, de dos gemelos de cuatro años. Licia Guarnieri, que se había separado recientemente de su marido, los adormeció con unas pastillas y los estranguló con una media dentro de la bañera de la habitación. El taxista que condujo a la mujer y a sus hijos al hotel recordaba en el juicio que por el camino Licia iba besando apasionadamente a los niños.

Los psiquiatras que la atendieron hablaron de esquizofrenia, de irresponsabilidad mental, de carácter desequilibrado.

Entonces no se tenía conocimiento de cómo un trastorno depresivo grave puede inhibir completamente a una persona y dejarla prácticamente inmóvil. Licia no quiso levantarse de su lecho de la prisión para ir a juicio y tuvo que ser llevada en silla de ruedas.

La experiencia del parricida que fracasa como suicida es, según Borrás, «terrible».

«Cuando se recupera y se da cuenta de lo que ha hecho, la tragedia es tremenda», dice.

Y es que la enfermedad que les conduce al crimen tiene tratamiento y se puede curar gracias a los modernos antidepresivos.

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