8M: feminismos, ambientalismo y la contundencia del daño ambiental

En esta entrevista, la docente e investigadora de la Universidad Nacional del Comahue, Belén Álvaro propone una aguda reflexión sobre estos conceptos y los debates que se ponen en juego. "La economía hegemónica expoliadora no es la única posibilidad de construcción de la vida", planteó.

«Igualdad de género hoy para un mañana sostenible», es el lema que la organización de Naciones Unidas ONU Mujeres, eligió este 2022 para conmemorar el Día Internacional de la Mujeres Trabajadora. ¿Hasta qué punto una cosa es condición de la otra? ¿En qué medida el cambio climático afecta más a las mujeres y niñas y comunidades vulnerables? ¿Cómo dialogan en nuestra región las organizaciones feministas y ambientalistas? ¿Cómo se entrecruzan los feminismos con las luchas en y por los territorios? Para responder estas y otras preguntas, hablamos con Belén Álvaro, docente e investigadora de la Universidad Nacional del Comahue.

P: ¿Cómo se vinculan las luchas por los derechos humanos de las mujeres y la cuestión del medioambiente?

R: Entiendo que para las corporalidades feminizadas el registro de la vida siempre ha sido otro que el de la mirada androcéntrica y es algo que los feminismos han politizado. Esto no es en absoluto algo que portemos como una cuestión natural, sino más bien tiene que ver, como señala (Silvia) Federici, con los lugares sociales que nos han sido adjudicados, no sin resistencias. Se nos atribuye a determinadas corporalidades y genitalidades a lo largo de la historia moderna, pero también anterior en algunos casos, un sentido de cuidados y reproductivo asociado a lo biológico, que no es tal.

P: ¿Cuándo surgen las cuestiones ambientales en los discursos feministas? 

R: Siempre hubo en los feminismos otros conocimientos sobre las formas de habitar, sobre los efectos de las relaciones de dominación en algunas corporalidades y sus formas de vida (feminismos negros, antirracistas, anticoloniales, antipunitivistas, etc) censuradas, perseguidas o anuladas por la imposición del modo de producción capitalista occidental y moderno que va cercenando todo a su paso desde sus inicios a la actualidad.

P: Decías que situarlo en un tema de Derechos Humanos es siempre controversial…

R: Sí. porque nos pone a interlocucionar con un Estado (nacional, provincial, municipal), que legitima, participa y/o fomenta las actividades extractivas y expoliadoras del medio. Esta situación ha quedado absolutamente al desnudo hoy en día, dado que existen empresas cuyo capital no sólo incide por la vía legal e ilegal en el diseño y aplicación (o no) de la política pública extractiva, como ha sido históricamente, sino que por su escala económica multiplican en tamaño y en recursos a esos Estados (las más de las veces endeudados), subsumiéndolos a su lógica y estrategias. 
No me parece una casualidad que la última ola de endeudamiento de los Estados en América Latina venga de la mano de fuertes políticas extractivas. En relación a esto último, entiendo que la potencia de las luchas, si bien puede cristalizar en la adquisición de derechos o reconocimiento de los ya existentes, tiene su vitalidad concreta en la construcción y fortalecimiento de tejido comunitario, que es centralmente el sostén por excelencia de posicionamientos políticos anticapitalistas en esta fase histórica. Eso explica que los mismos Estados producen instrumentos jurídicos que reconocen derechos al tiempo que atacan comunidades y persiguen, también judicialmente, referentes sociales; al tiempo que las estrategias de las empresas son de fragmentación y ruptura de los lazos vecinales y territoriales.

P: ¿Y en este momento particular ante el colapso ambiental más que evidente?

R: En este momento histórico creo que la vinculación entre feminismos y ambientalismo hace mucho sentido por la contundencia del daño ambiental. Ya no es una advertencia o una posibilidad de que ocurra una catástrofe. Estamos frente a un problema político de dimensiones insoslayables, que representa un desafío para hacer posible la vida en los territorios que habitamos.

P: ¿Cómo conceptualizamos esas relaciones? ¿Ecofeminismo? ¿Feminismo ambientalista? ¿Ecología feminista? ¿Otro término?

R: Creo que cada conceptualización implica anclajes diferentes y lo que me parece más interesante es que cada experiencia y cada territorio defina sus coordenadas de lucha. No siempre es feminismo, no siempre es ambientalismo, a veces son luchas más concretas como el acceso a una vertiente de agua, o la bajada a un río, y otras más abstractas como el acceso a bienes comunes por su mercantilización alarmante. Me parece que lo significativo es el sostén práctico de las luchas para que se pueda seguir produciendo otra forma de vida y experiencias singulares que demuestren que la economía hegemónica expoliadora no es la única posibilidad de construcción de la vida y que cambiar esa economía conlleva efectos en las subjetividades y el medio que habitan.

P: ¿En nuestra región, cómo se presenta esta relación entre feminismo y ambiente en las organizaciones de mujeres, por un lado, y en las organizaciones ambientalistas?

R: Creo que en la región como en todos los lugares donde existe vinculación entre estos puntos, no se presenta de manera lineal, sino de forma singular y controvertida, siempre en construcción, con articulaciones y rearticulaciones permanentes. Las organizaciones feministas, las comunidades mapuce y los grupos ambientalistas, así como quienes articulamos de manera no orgánica con estos colectivos, aportan sentido a las luchas desde distintas posiciones y prácticas vitales.

P: ¿Hay corporalidades más expuestas a los efectos directos del extractivismo? 

R: Quienes por distintos motivos están a cargo de la crianza, trabajo reproductivo, labores de producción en la tierra o habitan de manera permanente territorios donde se realizan prácticas extractivas, son quienes identifican de manera primaria inmediata los efectos de estas actividades para los cuerpos, los territorios y producción de la vida. Y también quienes dan cuenta de saberes y experiencias de construcción de lo común para el potenciamiento de eso que llamamos ‘vida digna’, que es siempre una definición singular y territorial. Sus relatos, prácticas y experiencias desnaturalizan las bondades del discurso del desarrollo y disputan las jerarquías que ese discurso produce en relación a la vida.
Por eso creo que lo más rico, potente y disruptivo es pensarlo desde la micropolítica, que son aquellas prácticas del orden de los afectos, las singularidades, las alianzas más o menos espontáneas, más o menos desconocidas, a veces totalmente anónimas, que van mostrando la posibilidad de habitar de otros modos estos territorios, desde la producción para el autoconsumo, el cultivo en pequeñas superficies domiciliarias, el paulatino conocimiento de la tierra, la generación de saberes locales, etc.

P: Para vos, en nuestra región ¿es un tema de estudio académico o un debate presente en el campo popular?

R: Todo discurso que gana entidad macrosocial lo logra a fuerza de disciplinar potencias y rebeldías. Entonces, más bien confío en el encuentro des-ordenado entre los saberes académicos y las prácticas micropolíticas como formas siempre creativas en territorios específicos de construir la lucha y producir efectos desnaturalizadores de las prácticas extractivas y los discursos del Desarrollo.

P: ¿En qué planos se dan estas luchas y qué aprendizajes hemos hecho?

R: Si algo aprendimos en todos estos años de conjunción entre luchas anticoloniales, antipatriarcales y anticapitalistas es la importancia de las tramas y las alianzas para sostener las luchas en el tiempo. Venimos aprendiendo en primer lugar, que es en el tejido social y comunitario donde tenemos la apuesta más fecunda.  En segundo lugar, que es en el plano de la experiencia cotidiana de cada quien donde podemos devolvernos la disposición de un hacer lento y acompasado que vaya a contramano de la maquinaria estatal-extractivo-comunicacional.


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