A 42 años de la Guerra de Malvinas, el sueño del sobreviviente del crucero Belgrano aún no tiene quien lo cumpla

Héctor Gil tenía 21 años y era cabo segundo cuando los ingleses hundieron el barco. En homenaje a sus compañeros que no volvieron, quería plantar 323 rosales frente a su casa, en el baldío que ayudó a convertir en plaza en Choele Choel. Había llegado a a 150 cuando el Covid se lo llevó de este mundo. El Memorial vandalizado, el cartel de la calle con su nombre que se cayó y su conmovedora historia.

Héctor Jorge Gil se fue de este mundo sin poder cumplir dos sueños. El primero, terminar de plantar 323 rosales en homenaje a sus compañeros del Crucero General Belgrano que no volvieron. El segundo, viajar a conocer las islas Malvinas por las que fue a la guerra. “Ir no pudo porque era muy caro, pero sería lindo ver todas las flores en la plaza como él quería”, dice Emanuel, su hijo. Su padre le contó aquel infierno que nunca pudo olvidar, esos dos torpedos disparados desde el submarino nuclear inglés Conqueror que mandaron a pique hace 42 años al viejo barco botado en 1938 y se llevaron todas esas vidas. Lo estremecía el recuerdo, los marinos tragados por pantanos de combustible en su puesto en la sala de máquinas, el fuego, los gritos, la desesperación, las puertas trabadas por la destrucción, los hombres que no lograban salir de los camarotes a los que habían ido a descansar hasta que les tocara el turno. Él quería que las flores brillaran en la plaza frente a su casa en Choele Choel, en el Valle Medio al norte de la Patagonia, esa que era un baldío y que ayudó a nivelar con sus propias manos de veterano de guerra para que también brillara el verde. “No podía ser que no tuviéramos dónde dejarles una flor”, explicó a Río Negro en plena pandemia. No pudo completar la misión: el maldito Covid se lo llevó de este mundo a fines del otoño del 2021. Ese sueño aun no tiene quien lo termine.

El dramático momento previo al hundimiento del crucero General Belgrano visto desde las balsas de los sobrevivientes.

El cabo segundo Gil en la sala de máquinas del Crucero General Belgrano. En 1982, tenía 21 años, era uno de los 1093 tripulantes del buque. Estuvo 31 hs en una balsa hasta que lo rescataron. Nació en Neuquén y vivió desde los 9 años en Choele Choel.

El homenaje


Le ofrecieron poner su nombre a la plaza, pero él no aceptó. «Les dije que no, que le pusieran Crucero General Belgrano, el lugar donde nuestros compañeros siguen cuidando a la patria a 4.000 metros de profundidad”, contó. En cambio, sí hay una calle Héctor Jorge Gil, que en una esquina tiene el cartel oxidado y en otra se cayó. Un vecino lo guardó en su casa y llamó a su hijo para preguntarle si lo quería.


Emanuel Gil dijo que no, que lo que correspondía era que volviera a su lugar, que él ya tenía lo más preciado que le había dejado: las fotos, las cuerdas del mástil, la bandera Argentina y la de Río Negro que se izan cada 2 de abril.


Ahora hay un hipermercado en esa calle de la ciudad de más de 12 mil habitantes que crece rodeada de chacras, peras, manzanas, vacas y pasturas. La primera vez que fue a comprar y en el ticket vio el nombre de su papá como dirección se quedó mirando el papel, pasaron varios minutos sin poder decir palabra. También observó un rato largo el Memorial en la plaza cuando lo vandalizaron, todas esas rayas y esos dibujos cerca de los nombres de los que no volvieron mientras le creía el enojo.



Eso fue en la primavera del 2023 y ya había pasado en el otoño del 2021. Esa vez, cuando se enteraron, el Malona y otros empleados municipales corrieron a pintar todo de blanco el Día del Trabajador. La mañana siguiente, la del 2 de mayo, se cumplirían 39 años del hundimiento. “No entiendo por qué lo ensucian así”, dice ahora Emanuel. También le duele que nadie haya tomado la posta del homenaje de los rosales. “Debe haber unos 150 nomás”, calcula.


El otro sueño pendiente de su padre era viajar a las Malvinas. “Pero era muy caro, nunca pudo juntar la plata”, dice Emanuel. Por esas islas se embarcó a combatir a bordo de un buque que había sobrevivido a los japoneses en Pearl Harbor y por eso le decían “El Afortunado”. Perón lo había comprado a los norteamericanos en 1951 y en 1982 los jerarcas de la dictadura lo mandaron a la guerra sin sonares: nadie supo a bordo que un submarino enemigo los seguía en las gélidas aguas del Atlántico Sur desde el 30 de abril y los tenía a vista de periscopio. Héctor lo contaba entre asombrado y triste.


En el ojo del cazador


Estábamos en el ojo del cazador”, dijo Héctor Gil, que por entonces era cabo segundo, en aquella entrevista. “Yo quería ir a defender las islas, si en la escuela nos habían enseñado que eran nuestras”, contó después emocionado, al borde de las lágrimas, aquella mañana otoñal.


Estaba preocupado: las balas del Covid picaban cerca y su esperanza era eludirlas y plantar los rosales que le faltaban y viajar a las islas. No pudo hacerlo: el virus se lo llevó el año siguiente, el domingo 20 de junio, justo para el Día del Padre. Dos semanas después, murió su mujer, también contagiada. En su casa tenía otros diez rosales que había comprado y quería plantar con su hijo, que siempre le daba una mano. “No pudo, no pudimos. La vida de mi viejo me emociona, fue dura, siempre la peleó”, dice Emanuel.


De Neuquén a Choele Choel


Si a Héctor le enseñaron en la escuela la historia de las Islas Malvinas, no le había resultado sencillo conseguir un lugar en las aulas. Nacido en Neuquén, a los 9 años llegó a Choele Choel a vivir con sus tíos: su madre había muerto y su papá, que era policía, no pudo criarlos ni a él ni a sus dos hermanas. “Nos desparramaron entre familiares”, recordó. Le tocó en suerte una familia de gente de trabajo en el Valle Medio.

“Yo quería estudiar, pero no se podía”, contó. Cargó camiones y camiones de arena a pala y un día llevaron 31.000 ladrillos para la construcción del Gran Hotel: “Me sangraban los dedos”, relató. Se las ingenió para terminar la primaria en la escuela nocturna, con maestros que le dieron una mano para ingresar a la Escuela de Mecánica de la Armada en Buenos Aires a los 17. “Me fui porque estaba cansado de trabajar”, dijo. “Cuando volví los maestros me dijeron: ‘Casi hacemos una macana, por ayudarte casi te matamos’”, recordó.


Disparos en la ESMA


Con su metro sesenta y 55 kilos, volaba en los ásperos bailes donde quedaría solo una parte de los 6000 aspirantes. Había que levantar las rosetas con el pecho mientras se ganaba su lugar en aquel 1978, el año del Mundial, en plena dictadura en la tenebrosa ESMA de los grupos de tareas y los detenidos desaparecidos. Con el uniforme, lo dejaban pasar en la cancha de River en los partidos previos, aunque siempre fue de Boca.


De noche, en las guardias, desde su posición veía llamaradas del otro lado de la avenida Lugones, en tierras ganadas al río. Veía las luces de los autos y la camionetas. Y aunque estaba lejos para escuchar gritos, sí llegaba el sonido de los disparos. “Yo creo que los mataban. Eran los tiempos de la represión, era difícil hablar de eso”, relató.


Con 21 años, había embarcado el 13 de abril y la que comenzó el 16 rumbo a Ushuaia era su primera navegación, la que deseaba desde que el 2 de abril supo en Puerto Belgrano que la Argentina había recuperado las islas Malvinas. “Llegaba el momento de ir a pelear para defenderlas, queríamos ir”, recordó. Llegó a mandarle una carta a Norma, por entonces su novia, que trabajaba en un almacen en Chimpay. Le dijo que se iba a la guerra.


Como todos a bordo, el cabo segundo Gil miró las películas de la Segunda Guerra que les proyectaban mientras les explicaban estrategias bélicas, participó de los zafarranchos que simulaban situaciones de combate o de abandono del buque y memorizó cuál de las 62 balsas le tocaba. “Salimos a media máquina, avanzábamos mientras se terminaban las reparaciones”, relató.

Se sorprendió del tamaño de esa miniciudad flotante donde había hasta cantina y la chance de hacer largos recorridos para estirar las piernas y descubrió un detalle que lo inquietó: aquellos misiles que brillaban en la cubierta que eran cajones pintados de gris. Lo recordó así: “Fuimos a la guerra con una gomera contra misiles portátiles de última generación”.


El infierno


Aquel 2 de mayo a las 16:01, mientras el crucero General Belgrano navegaba fuera de la zona de exclusión impuesta por Inglaterra en la Guerra de las Malvinas, Héctor terminaba su turno en la sala de máquinas en el corazón de la nave de 196 metros de eslora y 1093 tripulantes, el puesto en donde con otros 11 camaradas transformaba el petróleo de sólido a líquido con seis calderas y once quemadores.


Por las ráfagas de aire caliente y la temperatura agobiante (superaba los 40° C) solo llevaba zapatos, un pantalón grafa, camiseta y chaqueta liviana. Como siempre, habían tomado mate y bebido agua para hidratarse.


Fue entonces cuando escuchó ese sonido brutal que se le quedó grabado, como si el barco hubiera chocado contra una pared de granito: era el primer torpedo disparado por el submarino de propulsión nuclear inglés Conqueror a unos 5 km, que provocó un boquete de 20 metros de ancho, cuatro de alto y el ingreso de 9.500 toneladas de agua. Encerrada por las corazas, la onda expansiva de esos 345 kilos de explosivos destruyó cuatro pisos hacia arriba en su demoledor trayecto hacia la cubierta mientras arrasaba con cientos de vidas y hería de muerte a la nave insignia de la Armada.


Treinta segundos después del primer impacto, el segundo torpedo arrancaba de cuajo 15 metros de la proa. El buque detuvo la marcha, se quedó sin luz y allá abajo, donde estaba él, en medio de los gritos, el humo y las llamas intentaban cumplir la orden del encargado de apagar los quemadores y cerrar las válvulas mientras veía cómo se le iban sus compañeros en pantanos de petróleo. “Pisaban como si fuera una arena movediza y los perdíamos, se los tragaba”, recordó.

Vio a otros con graves quemaduras y el uniforme pegado a la piel que buscaban a tientas una salida, la mayoría con las manos en carne viva porque atinaron a proteger la cara. Iluminado por el fuego, observó también a los que yacían atrapados por la estructura deformada de metales. “¿Qué pensé? En ese momento no pensás en nada, solo querés sobrevivir, dar una mano a los heridos, llegar a cubierta”, dijo. “Ese torpedo hizo un desastre. En el sector donde dormían muchos suboficiales destruyó las puertas y no pudieron salir. Se fueron a pique con el crucero”, agregó.


El cabo segundo Gil y sus camaradas lograron llegar a la cubierta. Sin luz ni sistema de parlantes, la guerra no se parecía al zafarrancho. Las órdenes se daban por megáfono o a los gritos y el buque se escoraba cada vez más.


¡Abandonen el buque!


A las 16.23 llegó la orden de abandonarlo. “Ayudé a un muchacho herido a subir a su balsa y después busqué la mía”, dijo. Todo se descontroló y al final ya era meterse en la que se pudiera. “Algunos se tiraban al mar y no salían”, relató. Y agregó que varias balsas se pincharon por las chapas o los dientes de perro, como le decían a esos caracoles largos afilados como cuchillos adosados al casco.


A las 17, el Belgrano se fue a pique. Los sobrevivientes miraban sin poder creerlo. “Estábamos a unos 30 metros cuando se hundió. Había mucho viento y costaba alejarse en las balsas”, recordó Héctor. “Eran para 20 y en la nuestra éramos como 28. La atamos con otras dos y quedamos en el medio. Como en la adelante iban tres nada más, se pasaron varios”, relató.


La noche se hizo cerrada y el mar estaba embravecido en la tempestad. Por las grandes olas, por unos segundos la balsa del medio quedaba bien arriba en la cresta y las otras dos abajo. “Vino una enorme y la de adelante se dio vuelta porque la amarra era muy corta y no le dejó seguir el ritmo del agua. Pudimos subir a uno de los muchachos y la de atrás a dos. No se veía nada. Al resto los perdimos”, dijo y su voz sonó otra vez emocionada.


Lo que siguió fue tratar de darse ánimos, rezar, cantar. “¡Vamos! ¡Vamos que nos podemos salvar!” gritaban. Tenían el agua a la cintura e intentaban sacarla con los zapatos. En la oscuridad, no había forma de encontrar las provisiones ni las herramientas. Y lo más importante era no cerrar los ojos, no dejarse ir. “A medianoche, uno de los muchachos se quedó dormido y nunca se despertó”.


El rescate


Estuvieron 31 horas hasta que los rescató el Aviso Burruchaga. Minutos después de subir a bordo del buque murió otro de los náufragos de su balsa. “Le dio un paro cardíaco. No aguantó. Era muy duro todo. Yo no sentía las piernas”. Navegaron hasta Ushuaia y al llegar a la base se enteraron que la Fuerza Aérea había hundido al barco inglés Sheffield. “¡Viva la patria!”, gritaron.

Lo que siguió fue un regreso silencioso a Puerto Belgrano donde permaneció hasta el final de la guerra. En octubre de casó en Chimpay. Y dos años después se encontró en Buenos Aires con aquel marino herido al que ayudó a llegar a su balsa. “Nos dimos un abrazo. Es fuerte cuando nos encontramos. Hay que tener el corazón bien para aguantar”, dijo. Emanuel sabe cuánto impactó a su padre aquel encuentro.


El retiro


Héctor Gil tuvo cuatro hijos y siete nietos. En 1998, cuando el Aviso Somellera fue embestido por el Aviso Castillo en Tierra del Fuego, pidió el pase a tierra. Terminó el secundario como lo soñó desde chico, a los 35 años. Se jubiló en el 2013 como suboficial principal.

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En la plaza donde había un baldío y trabajó duro para que aflorara el verde frente a la casa que el IPPV le otorgó en 1996.


En febrero del 2020 se reencontró con sus hermanas (con una de ellas 50 años después, con la menor tardaron 25 en volver a verse) y una mañana regresaron los tres juntos al barrio neuquino donde pasaron sus primeros años hasta que su mamá partió y su papá no pudo hacerse cargo de ellos.


“Mi padre falleció en el 2019. Pude perdonarlo. También perdonaría al que apretó el botón en el submarino. Después de todo, hizo su trabajo. Los que arman las guerras se quedan en las oficinas mientras peleamos nosotros”, dijo Héctor y se despidió para ir al patio a ver los rosales que quería plantar en la plaza de enfrente, esos que su hijo quiere ver brillar ahí ahora que no está su padre para cumplir ese sueño y tanto lo merece.


A 42 años de la Guerra de Malvinas, actos en Río Negro y Neuquén

* En Neuquén capital: desde las 9, acto por el Día del Veterano y de los Caídos en Malvinas en el Monumento en el Parque Central Este. Asistirá el intendente Mariano Gaido, que también irá a las 18 al homenaje en el mismo lugar.
* Actividades de la Asociación Civil Soldados de Malvinas de la provincia de Neuquén:
* 8 hs. En la Escuela de Policía de Plaza Huincul para el izamiento de la Bandera.
* 9:30 hs. En Cutral Co, acto en la Plaza Jorge Águila. Estarán los familiares del soldado neuquino caído en Malvinas.
* 11:30 hs. En Plottier, desfile organizado por Sergio Miguel, familiar de caído de Malvinas. El miércoles 3, en Paso Aguerre acto en homenaje a Jorge Néstor Águila, soldado neuquino caído en Malvinas.
* En Viedma, los homenajes empezaron el lunes en el Memorial con la entrega de ofrendas florales. Hoy a las 15:30 será el acto.
* En Roca, el acto será a partir de las 10.30 en el Memorial en San Juan y Artigas.
* En Cipolletti la convocatoria es a las 18 en el Memorial de Brentana y Fernández Oro.

* En Bariloche::

01:00 hs Maratón nocturna Asociación de Atletismo Bariloche. Los Veteranos de Guerra pasarán toda la noche en la vigilia
09:30 Izamiento del Pabellón nacional
10:00 hs Acto central y desfile cívico militar por Costanera
11:30 hs Ofrendas florales monumento Escuela Técnica
12:00 hs Ofrendas placas a caídos plaza Perito Moreno
16.30 hs Barrio Nuestras Malvinas – Entrega de diplomas y descubrimiento de placa homenaje a los Héroes de Malvinas.


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