Los Lucero: la música, la esquila y la leyenda flotando en Valcheta

Vinculados por la línea de sangre paterna, dejaron huella en su tierra y en el recuerdo popular. Hoy, una integrante de la familia los caracterizó uno por uno, a modo de reconocimiento.

Hija, sobrina y hermana, Gloria Lucero es la integrante de la familia que recibió a RÍO NEGRO en su casa de Allen, para hablar de recuerdos que nacieron allá lejos, en Valcheta y sus alrededores, hace años. Recuerdos de cuando su padre Severo, su tío Bernabé y su hermano “Tatano” (José Rubén), compartieron el mismo tiempo y algunos gustos, sobretodo por la música. A pesar de la diferencia de edad (cuando murió Bernabé tenía unos 60, Severo pisaría la mitad de los 30 y “Tatano” recién 15), la vida y las decisiones los conectaron, tanto que hoy el apellido es sinónimo de leyenda y de talento, entre la Región Sur y Viedma.

A falta de registros y actas, en un punto de la meseta tan desprovisto de todo, son las cuentas entre los datos de uno y otro las que ayudan a ubicarnos en la línea de tiempo. Tomando como referencia su propia edad, Severo calculó que Bernabé nació en la década de 1890, cuando José Lucero, origen de esa familia en el Territorio de Río Negro, conoció a una joven indígena de apellido Chucitray. Él, viedmense, hijo de español y también de madre originaria, joven de a caballo con tropilla, compartió con esa muchacha entre Conesa y El Solito, cerca de la costa del río, hasta que ella quedó embarazada y al tiempo se dejaron de ver.

Cada uno rehizo su vida, pero de esa unión nació un muchacho de mirada profunda, pómulos sobresalientes y labios gruesos, que no conocía más realidad que la del campo agreste con su mamá. De pronto una visita “al pueblo”, a los nueve o diez años, le cambió la vida. El puesto donde ellos vivían quedaba a unas 10 o 15 leguas de allí, por lo que al llegar a Conesa se quedaron varias jornadas, la primera vez para todo. Y en una de esas noches, el punteo de un sujeto con guitarra lo deslumbró.

La pintura de Mussi, con versos de Toli Tolosa, en la que se representó lo vivido por Bernabé.

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Hasta en sueños llegó a escucharlo Bernabé a ese músico, fantaseando acaso si él podría hacer lo mismo. En una entrevista para el libro “Bajo del Gualicho”: una planicie patagónica bajo el nivel del mar”, coordinado por Ricardo Freddy Massera y Julio César Guarido, Severo contó que en esos encuentros oníricos, el hombre le propuso:

“Si vos querés tocar la guitarra como yo, tenés que ir a tal parte, en el Gualicho (…) tenés que entrar en determinado lugar y si tenés coraje y sos guapo, vas a salir tocando, sino te vas a enloquecer”.

Era conocido el sitio, porque por ahí pasaba una huella para ir a Valcheta, donde era la costumbre dejar una ofrenda (una moneda, un cigarrillo) “para que no les pasara nada”, como por ejemplo perderse, ya que al no haber agua, lo más probable era morir de sed.

Todo indica que Bernabé aceptó la invitación para ir hasta allí, aunque esquivaba responder consultas, al menos sobrio, para no contar lo que vivió. Lo cierto es que sin saber música y sin haber visto una guitarra más que contadas veces en su vida, alrededor de los 25 años, comenzó a tocar magistralmente. No dejó de ser la persona solitaria y reacia que era (de hecho al independizarse de su madre se fue a vivir a las barrancas de esa zona, sin compañía, ni caballo, ni rancho ni demasiadas provisiones), pero cada vez que venía al pueblo era una fiesta en los boliches y bares, por su destreza con las cuerdas. Allí recibía lo que le regalaran para que hiciera sonar una milonga, hasta ropa, mientras que del campo traía para vender lienzos repletos de cuero de gato montés y zorro en invierno o juntaba dinero levantando pasto en verano.

Severo, sus 12 hermanos y su madre Juana Ortiz, la familia que formó José Lucero después en Pajalta, al sureste de Valcheta, sabía de la existencia de ese medio hermano, que había nacido varios años antes. Por eso en 1939, cuando José murió, lo mandaron a buscar con la policía, para cumplir con el reparto de las vacas que habían quedado como herencia. Bernabé primero vivió con uno de ellos, pero a falta de una buena convivencia producto de su vicio con el alcohol, se mudó a la chacra de Punta de Agua (laguna Curicó) donde estaba Severo, uno de los menores, que no tenía ni 20 años en ese entonces. El recién llegado ya iba por los 45.

Severo se casó con Elisa Buganem (ambos a la derecha). De origen árabe con ella tuvo a Gloria y a “Tatano”.

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En su hogar de Valcheta, Severo guardó recuerdos de campo y esquila.

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Durante un tiempo compartieron el día a día y también la guitarra, fabricada por la porteña Breyer Hermanos en 1928, instrumento que el papá de Gloria había comprado. Bernabé jamás tuvo una propia, ni acompañó sus melodías cantando. Solo dos fotos quedaron de ese tiempo, cuando Severo llegó a dudar de la salud mental de su nuevo pariente, porque desaparecía por las noches, sin acusar motivo. Apartado de los aplausos en el boliche, lo que Bernabé experimentaba por las noches no tenía explicación, contó su hermano, que salía a buscarlo cuando no lo encontraba en la pieza donde dormía. Desconcertado, lo descubría como meditando, en plena oscuridad, a veces hasta escuchaba sonar la guitarra, en sitios que al día siguiente amanecían salpicados por colillas de cigarrillo. Después de varios episodios como ése, Bernabé un día se fue del pago y volvió a la desolación de la barranca, en la Bajada del Gualicho.

Distanciado de esas experiencias inquietantes y sin haber logrado que lo llevaran a ver cómo se recibía un don así, Severo siguió su vida. Se casó con Elisa Buganem, de origen árabe, con quien tuvo a Gloria y a “Tatano”. Por su cuenta, este nacido en 1922, aprendió a tocar valses y rancheras en la misma Breyer que había compartido con Bernabé. Pero su oficio fue, sin dudas, el de la esquila, a cargo de una comparsa (grupo de trabajo) con el que recorrió estancias por toda la zona, empezando en septiembre cerca de la Península de Valdés y subiendo de regreso a su casa hasta enero, pasando en el medio por el resto de la Línea Sur y la cordillera.

De visita en la comparsa. Severo y su nieta Marcela, en la zona de Chacabuco, hoy Alicurá.

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40 años cumplió esa rutina, con tope cada 4 de enero, “porque ese día cumplía años mamá”, contó nuestra entrevistada, sosteniendo para la foto una tabaquera bordada que le quedó como recuerdo de aquel hombre solidario y bonachón. «Si te habremos extrañado/por aquellas navidades/ y sin omitir verdades/ volvías con la sonrisa/ para el cumpleaños de Elisa/ deseando felicidades”, le escribió Gloria unos versos de reconocimiento.

Esa zona del interior rionegrino había cobrado importancia por los trabajos derivados de la lana de oveja, ya que la cría de esos animales era la principal actividad económica que sobrevivía a pesar del fuerte viento y la sequedad del clima, explicó Silvio Winderbaum, en el libro “Para entender Río Negro”. Expulsadas las comunidades tehuelches que vivían allí, se instalaron cerca de mallines y arroyos algunos grandes propietarios ingleses, que dejaron trabajando a capataces y peones, a cargo de la tierra.

También llegaron indígenas de otras zonas, que escapaban de la persecución del Ejército, y se sumaron luego inmigrantes españoles, italianos y turcos, dueños de los almacenes de ramos generales, indicó el profesor de Historia e integrante del Centro de Estudios de Historia Regional de la UNCo. “Al comenzar en 1908 a construirse la línea ferroviaria que atraviesa toda esta región y llega hasta Bariloche, una parte de la población dispersa se agrupó alrededor de las estaciones y dio origen a los pueblos más importantes de la zona: Valcheta, Maquinchao, Jacobacci, Pilcaniyeu. Nacía lo que hoy conocemos como la Línea Sur”, resumió. En ese contexto, la lana comenzó teniendo un muy buen precio en los países europeos, hasta que en 1914 comenzó a bajar y no se recuperó más. “Actualmente sólo progresan los estancieros y los acopiadores”, aseguró el docente. Aún así, la labor de la esquila se las ingenió para salir adelante.

Recuerdos de la presidencia del Consejo Municipal. Severo, el primero a la izquierda.

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Cómo se dieron las cosas para que este trabajador de campo, que se agachaba a la par de su gente, terminara como presidente del Consejo Municipal de Valcheta es extraño hasta para su hija Gloria. Pero llegó con su carisma y honestidad, y permaneció por dos períodos, en los que logró armar el alumbrado, trayendo postes desde El Bolsón, también gestionar el primer colegio secundario, el armado de dos plazas, la instalación del sistema de riego y hasta la sucursal del Banco Provincia. De afiliación radical, lo propusieron y ganó por muchos votos, pero ya estando en el cargo no cobraba sueldo, y tampoco podía trabajar con la comparsa de esquila, por lo que fueron tiempos difíciles para la economía familiar.

“Llegaba de visita algún funcionario, ¿y a donde paraba? Donde Severo. Mi mamá sufría… ¿quién paraba la olla?”,

recordó Gloria al pensar en esos años.

Una foto sobre el capot de un camión cargado de pasto la muestran a esta docente de Educación Física siendo niña, con las piernas colgando sobre el paragolpe, junto a un preadolescente de pantalón largo y camisa. Es “Tatano”. Hoy con 73 años, este padre y abuelo, vive en su Valcheta natal, donde se dedicó a sostener su corralón, aunque la vocación lo volvió un talentoso de la música popular, con composiciones propias en letra y melodía, a pesar de no saber leer partituras. Hasta un libro con sus obras mandó a imprimir Gloria, “Cantor de pueblo chico”, con motivo de su cumpleaños N°70. Desde siempre había visto a Severo tocar la guitarra de flores nacaradas, adornando la roseta marrón de “la Breyer”, pero en aquellos años en que dejaba la niñez jugando en las calles de tierra, sólo la armónica era su compañera, con la que andaba siempre a cuestas.

Foto: Andrés Maripe

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En esas andanzas estaban cuando un día, volvieron a tener noticias de Bernabé. Muy enfermo, aseguran que de una neumonía, lo encontraron descompensado en soledad, a causa de su vida ermitaña. A la fuerza, lo trajeron al hospital de Valcheta, donde “Tatano”, de 15 años, fue a verlo junto a su madre y Gloria, de apenas 10, que cruzaba a ese tío por primera vez. Allí, el pariente arisco, callado y reacio, habló, pero no sólo con los adultos, sino también con el adolescente:

“usted (porque nunca tuteaba), usted con esas manos tiene que tocar la guitarra”,

le dijo, transmitiendo, despertando quizás, la herencia.

Y así se cumplió el destino: “El arte que a gritos me llamaba/ por ser entonces niño/ yo ni cuenta me daba/ que en el ruido del viento/ la música estaba”, reconoció el mismo José Ruben, en un poema. “Cuando encontré mi guitarra/ salí a buscar la milonga/ me costó hallarla, usted sabe/ pero hoy la tengo conmigo./ Cantores y guitarreros/ poetas y soñadores/ me mostraron la vertiente/ de donde brotan las canciones”, agregó en la obra que dedicó justamente a Bernabé.

Superstición y creencias aparte, fallecido aquel tío ermitaño, “Tatano” y Severo, transitaron la vida cercanos, hasta que el exintendente esquilador falleció con 86 años en 2008. Como bastión de un amor por la cultura que a esta altura ya es genético, el “cantor de pueblo chico” sigue representando el talento de su pueblo, aunque quizás la edad y la salud ya no lo acompañen. Mientras tanto, la Breyer de 1928 continúa intacta, dormida pero no tanto, esperando entre los tesoros de esa hija y hermana, que los admira y que los homenajeó desde el Valle.

«Tatano» sigue representando a su familia, como talento de su pueblo. 

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La antigua guitarra familiar, en manos de Gloria.

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Gloria también heredó el gusto por escribir y por la historia.


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