Vida de circo: los últimos artistas nómades que luchan por mantener viva una pasión

El desafío cotidiano por sostener la magia del circo en una sociedad que se mueve al ritmo de las nuevas tecnologías y la velocidad de las redes sociales. Los nuevos objetivos en pleno siglo XXI en la mirada de algunos de sus protagonistas.

Las tenues luces amarillas, rojas y azules hacen movimientos ondulares en el techo de la carpa que aún está vacía. La música comienza a preparar el ambiente. En las casillas rodantes, los artistas ultiman los detalles del vestuario. Karen se maquilló hace rato y abraza a su bebé, mientras espera por el inicio de la función. Axel es uno de los motociclistas del globo de la muerte. Observa con cariño a su pequeño hijo antes de ir a cambiarse para la presentación.

Las puertas se abren y los chicos son los primeros en entrar. Observan, asombrados, hacia todos lados. Sonríen. Los padres ingresan detrás, con los tradicionales conos de papas fritas y algodones de azúcar. Es jueves por la noche y la ciudad todavía no baja el ritmo en las calles. En pocos minutos, todo está dispuesto. Las luces se apagan de manera súbita.

Un locutor anuncia que había llegado el tiempo de reír, de sumergirse durante casi dos horas en una mágica aventura. Es la hora del circo, que resiste el paso del tiempo. Que sobrevive en un universo dominado por las nuevas tecnologías y la velocidad frenética de las redes sociales.

El primero en salir a escena es Daniel Molina. Su historia está vinculada al circo. Es la cuarta generación de una familia que lleva el circo en el corazón. No conoce otra forma de vida.

El circo lucha por seguir adelante en el siglo XXI. (Alfredo Leiva)

“Mis abuelos fueron los fundadores del Circo Australiano”, rememora. Destaca que de allí salieron muchos artistas. Fueron épocas doradas para el arte circense, en siglo XX.

La vida nómade para las familias del circo es normal. Permanecer más de tres o cuatro semanas en un pueblo o una ciudad provoca ansiedad.

Daniel destaca que sus padres emprendieron el 16 de noviembre de 2012 el proyecto del circo propio. Hasta ese momento, siempre habían trabajado con los abuelos de Daniel. La odisea estaba en marcha.

Los artistas están comprometidos con su trabajo para que el público vea un buen espectáculo. (foto Alfredo Leiva)

Los tiempos cambian


Sus recuerdos de la infancia lo trasladan a aquellos años cuando los circo tenían animales. “Mucha gente en los pueblos conocía animales gracias a los circos”, acota. Pero los tiempos cambiaron. Y cuando se les prohibió a los circos contar con los animales fue un cimbronazo.

Dice que fueron sentimientos encontrados. Por un lado, la tristeza de desprenderse de animales que cuidabas de chiquitos, pero al mismo tiempo fue un alivio porque ya no podíamos trabajar tranquilos por el acoso permanente de ese momento”, explica. “Había grupos proteccionistas muy agresivos”, asegura. “Pero uno tuvo que abrir la mente, el mundo cambió y los animales necesitan volver a sus ámbitos naturales”, sostiene. “Lo insólito es que los animales fueron a parar a zoológicos, no a su hábitat natural”, lamenta.

Los payasos son un clásico que resiste el paso del tiempo. (foto Alfredo Leiva)

Esa cambio de época representó un nuevo desafío para los circos en Argentina. Había que “reinventarse”. Hubo que agudizar el ingenio. La creatividad. El objetivo era no perder al público que es la base de la economía de la actividad. Sin público no hay ingresos, porque no es una actividad subsidiada. Y encontraron la forma de que el circo siguiera vivo.


Nuevo desafío


El siglo XXI los puso frente a otro desafío. Las nuevas tecnologías, las plataformas, los juegos de video. Deben batallar todo el tiempo contra un adversario gigante. Y con las armas que tienen: el talento, la destreza, el esfuerzo y, sobre todo, la pasión.

“Hoy es una exigencia aún mayor, porque los chicos deciden quedarse en su casa en lugar de venir a ver un espectáculo de circo en vivo”, reflexiona Daniel. Por eso, sostiene que deben mejorar en infraestructura, en la iluminación, en sonido para poder brindar un espectáculo que llame la atención.

Diego Molina y su señora Romina Morales, en plena función. (foto gentileza)

Antes, adonde ibas con el circo era un éxito asegurado. Ahora, es incertidumbre”, explica. La situación económica que vive el país es otro enorme problema. Las familias cuidan el bolsillo. “No todas las provincias están bien”, observa Daniel, que conoce el país tal vez mejor que muchos sociólogos o políticos.

“Hoy todo es difícil y para el circo cada vez se hace más duro”, asevera. Dice que en la mayoría de los municipios del sur del país casi no existen espacio públicos donde les permitan instalarse para trabajar. Y si hay, tampoco se los facilitan. Por lo general, indica, “nos desplazan lo más lejos” de la zona urbana. “No pedimos plata, solo que nos permitan ubicarnos en un espacio para trabajar”, insiste.

“Lo más lindo para el cirquero es llegar a una ciudad o un pueblo y poder trabajar y que esté repleto”, asegura. Para instalarse hay que acreditar varios papeles. Hay que presentar toda la documentación: los seguros, los planos, cumplir con los requisitos del municipio, la Afip.

Los artistas del circo trabajan para el público que sostiene la actividad. (foto Alfredo Leiva)

Al borde del abismo


La pandemia causada por el covid-19 los dejó al borde del abismo. Durante un año y medio estuvieron cerrados. No los autorizaban a abrir. Fueron meses de incertidumbre. La alegría del circo se perdió. Solo hubo angustia. Pero sobrevivieron. Y las luces y los artistas volvieron al escenario y a la pista.

Daniel cuenta que tuvieron que volver a armar la compañía, porque muchos artistas se fueron con sus familias. Lograron rearmar el circo y salir. Contrataron artistas de Colombia y de otros circos. Es algo habitual en la actividad. Los artistas mandan sus números por videos y de esa forma se agilizan los contactos. Hoy, 14 familias conviven en el circo Dihany. Todas en sus casillas rodantes, que desde el lunes empezarán la partida de Bariloche.

Santino le pidió a sus padres que deseaba festejar su cumpleaños en el circo. (foto Alfredo Leiva)

Hay acróbatas, equilibristas, payasos, bailarinas. Pero además están los choferes, el capataz, electricista, herreros, las personas que cocinan y venden las golosinas, las entradas. Daniel es mago, motociclista, responsable de la publicidad, chofer, presentador y hasta psicólogo. Sus padres lo acompañan.

El circo Dihany llegó a finales de diciembre a Bariloche, procedente de El Bolsón. En tres días levantaron la carpa que tiene una capacidad de 1.500 espectadores. Daniel y Romina aseguran que hubo varias noches que estuvo a pleno.

Aseguran que se viven cosas muy lindas en ese mundo nómade. “Todas las funciones son diferentes”, afirma. Y todo depende del público.

“No me imagino otra vida que no sea con el circo”, sostiene Daniel, que es el mago Dihany sobre el escenario. El nombre fue una idea que tuvo su padre.

Romina Morales, con su madre, Ramona Aranda, y su hija; tres generaciones vinculadas al circo. (foto gentileza)

“Creo que el circo no va a morir nunca. Se van a ir modernizando en infraestructura, en las funciones, y esperemos que no deje de existir nunca y ojalá en Argentina se lo valore un poco más”. Daniel Molina, artista y propietario del Circo Dihany Espectacular.

Una historia que nació y creció en el mundo del circo


Hay recuerdos que Romina Morales atesora en el corazón. Pasan los años y no se borran. Como aquel cumpleaños que disfrutó en el circo mexicano Tihany, uno de los más grandes de América. Estaba con sus padres en Brasil y cumplía 5 años. “El Profesor Jirafales (el personaje de la serie El Chavo) estaba ahí y me levantó a upa”, rememora.

Hoy, Romina tiene 30 años. Toda su vida transcurrió en las carpas de los circos. Su padre, nacido en Perú, siempre trabajó en circos, como fotógrafo. Conoció a su madre, Ramona Aranda, cuando visitó Salta, con el circo Egreep, de Colombia. Recorrieron varios países de Sudamérica y nacieron tres hijas. Pero solo Romina sigue en el circo.


Un momento muy difícil


Su hermana, Estrella, sufrió en agosto de 2010 un accidente en una caída mientras ejecutaba una actuación en anillos olímpicos y cayó en el medio de un pasillo. Quedó cuadripléjica. Hoy, vive con Ramona y su esposo. Su otra hermana vive en Río Colorado.

Romina es la pareja de Daniel Molina. Se conocieron en el circo Dihany. Tienen una nena de 1 año, Dafne, que será la quinta generación circense por el lado de la familia de Daniel.

Romina es trapecista de anillos olímpicos, pero no el único número. Hace cuerda indiana, aros y fuerza capilar, “cuando te cuelgan del pelo”, explica.

“No puedo vivir sin el circo”, dice. Y recuerda una caída que sufrió en plena actuación hace unos 5 años. Sufrió una fractura de tibia y peroné y luxación de un tobillo, porque cayó parada desde una altura importante.

“Estuve seis meses sin poder trabajar. Durante un mes y medio estuve inmóvil. ¿Qué hacía? Así que le pedía a mi marido que me llevar a upa al circo todos los días a ver las funciones”, relata.

Asegura que no sintió temor ni desistió. “Al contrario, quería subirme otra vez (al trapecio). Extrañaba tanto”, enfatiza.

Los artistas se preparan para entrar a escena. (Foto Alfredo Leiva)

Un sueño constante


Ramona viajó esta semana desde Corrientes a visitarlas. Cuenta que su vida cambió desde 2014, cuando con su marido compraron un terreno en Corrientes y se establecieron. Pero añora la vida del circo.

Asegura que, a veces, sueña que está en el circo. “Y cuando me despierto, pienso ¡cómo no me voy al circo!”, dice. Ramona tiene 71 años. Su esposo, 77. Trabajaron por última vez en el circo Dihany.

Su hija la observa, mientras la nieta se mueve de un lado a otro en la casilla rodante. “A veces hay cansancio, cuando son muchas funciones, y yo les digo que recuerden lo que fue la pandemia”, expresa Romina.

Para la joven el momento más feliz es cuando “hay gente que se para y te aplaude al final del espectáculo, cuando estamos todos” en el escenario. Destaca que el público de Bariloche les demostró su cariño y reconocimiento. «Hubo mujer que vino nueve veces a ver las funciones», valora.

“Haya cinco personas o cien, siempre ponemos toda la energía. Pero cuando hay mucho público estás más acelerado, no querés que nada falle y, a veces, ocurren imprevistos”.

Romina Morales, trapecista.
Hay números de mucha adrenalina para que el público disfrute. (Foto Alfredo Leiva)

La pandemia puso en riesgo la actividad


En la historia de la actividad circense hubo varios momentos de crisis. Pero la pandemia causada por el covid-19 puso en riesgo la continuidad de la actividad. Daniel Molina recuerda que con su padre vendieron pollos a la parrilla para sobrevivir esos meses largos y duros.

La pandemia, con toda la batería de restricciones impuestas desde Nación, los sorprendió cuando estaban en Cipolletti. Tuvieron que cerrar el circo por las prohibiciones. Pensaron que sería algo pasajero. Estuvieron un año y medio sin trabajar. “Fue el momento más duro. No tuvimos ayuda de nadie. Fuimos los últimos en abrir”, rememoró. “Nos sentimos muy discriminados en ese sentido y somos parte de la cultura”, señala.

Salíamos por los barrios a vender pochoclos, manzanitas acarameladas, hicimos fletes, cortamos leña”, indica. Romina, su pareja, relata que pudo trabajar como manicura por un curso que había hecho meses antes de la emergencia.


Lo mínimo indispensable y comer


“Hicimos lo que saliera para poder pagar lo mínimo indispensable y comer”, afirma Daniel. Muchas familias se fueron. Su familia tuvo que vender un camión y una camioneta para pagar deudas.

“Fue un momento de una tristeza muy grande, el sacrificio de mi familia de muchos años estaba en riesgo, el material se estropeaba porque el circo estaba parado”, relata.

Recién volvieron a trabajar en septiembre del 2021. Lo vivieron como un renacer. Cipolletti no los dejó, solo Allen les abrió las puertas para que pudieran volver a empezar con los protocolos sanitarios.

“Cuando se reactivaron los circos, varias familias regresaron a esta actividad porque se dieron cuenta de que vida es el circo”, destaca Daniel.


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