Pasión por las ballenas: biología atenta a las visitas más esperadas
Cada año, entre julio y octubre, la ballena franca llega al Golfo San Matías para reproducirse. A la par del turismo, una experta del Conicet aprovecha estos meses para volver a verlas de cerca y seguir aprendiendo.
Hace más de 10 años que Magdalena Arias se siente una afortunada por el trabajo que realiza. Bonaerense, se graduó como Licenciada en Ciencias Biológicas en esa provincia, pero vino a la Patagonia a perfilar y profundizar su carrera. Convencida de su vocación, no se fue más. Su rutina anual, repartida entre varias especies marinas, se distribuye entre el laboratorio, la oficina y el agua, pero espera todo el año para volver a ver a sus queridas ballenas francas.
Población longeva si las hay, que va mostrando cambios en sus hábitos de una manera lenta y paulatina, hizo falta sostener su seguimiento con paciencia y perseverancia, para conocer su dinámica, sus ciclos y sus tiempos. Así los científicos fueron notando que ya no sólo se movían por la Península Valdés, sitio característico para encontrarlas, sino también por el Golfo San Matías, donde los avistajes se vienen consolidando desde 2012.
Iniciativa comandada por los ejemplares juveniles, explicó Magdalena, se sabe que esta conducta de los cetáceos comenzó cuando alcanzaron “la capacidad de carga” disponible en la vecina provincia de Chubut, mientras las madres con sus crías permanecían en el sitio seguro, conocido, hasta que también empezaron a animarse a cruzar al tramo rionegrino de la costa. Y como cada ballena vuelve al lugar donde nació, eso fue construyendo la fidelidad con este lugar que hoy ya es un hecho.
El desafío desde entonces radica en cómo cuidar esa movilidad natural, tan bella y frágil a la vez. Allí es donde esta profesional valora el trabajo que se pudo hacer para anticipar el impacto y con esos datos elaborar un “plan de manejo” para regular los avistajes, estrategia hoy reconocida internacionalmente.
Esto evitó situaciones no deseadas como las registradas en otras partes del mundo, donde la excesiva presencia de turistas afectó la calidad de vida de estos mamíferos. Por el contrario, aquí la experta valoró el intercambio con prestadores y vecinos que residen cerca de la costa y que aportan desde su lugar los datos y conocimientos que pueden, para colaborar con la sustentabilidad.

Estudios aéreos para ver la conducta en zonas alejadas, identificación de ejemplares, bautismos con nombres elegidos por la población, transmisiones satelitales, todo sirve para hacer un seguimiento minucioso y no perder registro de esta especie tan apreciada, que logró recuperar su población gracias a la prohibición de su caza.
Hoy a cargo de estudiantes para guiar su formación, Magdalena extraña sus inicios, en los que podía pasar más tiempo en el mar. Sin embargo, reconoce que gracias a su labor actual, con otras responsabilidades, puede buscar los fondos tan necesarios para cada proyecto y ayudar a transmitir el legado para los nuevos colegas que se suman a esta investigación apasionante. Eso sí, cuando el viento y la marea se lo permiten, vuelve a sentir esa “piel de gallina” que le genera tener cerca a sus queridas ballenas, siempre tan carismáticas: pasó una década y todavía esa satisfacción sigue intacta.
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