Son dupla, gemelas, colegas, se recibieron de médicas y quieren volver a su pueblo, Luis Beltrán, a dar lo mejor

Onelia y Anacleta Huebra, criadas en Luis Beltrán, se graduaron como médicas en la UNS. Sueñan con regresar a su pueblo para ejercer y devolverle a su comunidad lo que les dio.

De Beltrán al guardapolvo blanco: el sueño cumplido de Ana y One.

En una mañana cargada de emoción, entre abrazos apretados, nieve loca y bengalas de colores Onelia y Anacleta Huebra sonreían agarradas fuertes al cartel que decía “somos médicas”. En sus rostros se pintaba el sueño que las había sostenido durante años: recibirse. No fue un logro más; fue la coronación de una historia hecha de esfuerzo, unidas, como siempre desde las entrañas, con esperanza y una promesa silenciosa: volver algún día a su pueblo natal, Luis Beltrán, para devolverle con ciencia y corazón todo lo que les dio.

Nacieron en Neuquén capital, pero a los tres años llegaron a Beltrán, ese pequeño pueblo de Río Negro donde el viento corre entre las alamedas y los canales de riego son la mejor sala de juegos. “Es como nuestra ciudad natal”, dicen con certeza. Allí crecieron entre diagonales y costumbres de pueblo, rodeadas por una comunidad que aprendió a ser familia extendida.

Onelia y Anacleta, One y Ana, como se llaman entre ellas, fueron inseparables desde siempre. “Siempre fuimos muy unidas, y conocernos como hermanas al momento de estudiar y rendir exámenes fue una ventaja. Sabíamos nuestras fortalezas y debilidades. Nos complementábamos. Fue siempre un trabajo en equipo”, cuenta Ana.

El día en que la nieve y las bengalas celebraron un desafío cumplido.

En los últimos años de secundaria, las certezas escaseaban. “A los 18 uno es chico todavía para elegir una carrera para toda la vida. No sabía qué vocación tenía, pero Ana sí. Como a mí me gustaba la biología, me incliné por la misma rama. Estar siempre juntas hizo que fuera natural elegir lo mismo”, dice One.

Ana dice que el deseo de ser médica no venía de una tradición familiar. Su mamá es docente y su papá trabaja en computación. Pero tenía una sensibilidad especial por el cuerpo, la alimentación y la salud. Lo resume así: “Me gustaba mucho cuidar mi salud desde la alimentación, el ejercicio, la idea de transmitir cuidado a las personas, como lo hacía conmigo, creo que es lo que me gustaba”.

En 2015 egresaron del colegio y decidieron, casi al azar, que Bahía Blanca sería su nuevo hogar. Empezaba un camino que les exigiría mucho más que estudio.

Unidas desde la cuna, médicas por elección.

Los años en pausa


No fue fácil entrar a Medicina. Tres años les llevó sortear el ingreso. El cupo era de apenas 60 personas y cada intento implicaba meses de preparación, exámenes complejos y frustraciones. “No nos fue facil, costó un montón y más de una vez nos planteamos si éramos capaces de hacerlo”. Mientras intentaban el ingreso, Ana estudió y se recibió de periodista; One probó con la carrera de Contador Público, pero supo enseguida que no era lo suyo.

“Sabíamos que íbamos a entrar, por más que nos costara cinco años más. Esa era nuestra meta, y teníamos lo más importante: el aguante de la familia”, recuerdan.

No fue magia: fue estudio, fue pueblo, fue amor.

Estudiaban por su cuenta, asistían como oyentes a materias clave como Biología Celular, una materia de Bioquímica para la que no necesitaban ingreso para adoptar conocimientos que veían necesarios para el ingreso. Había un examen de comprensión de texto, que aprobaron de una, y el de febrero que tenía varias áreas de epidemiología, biología, por ahí te sacabas un 9,50, pero si 60 personas tenían un 10, entraban esas.

El día en que vieron sus nombres en el listado de ingresantes fue una revolución. “Festejamos más que el día que nos recibimos”, admiten. En Beltrán hubo hasta un asado organizado por su papá.

Les habían dicho que las notas estarían a las 8 de la mañana. Esa noche One no durmió y Ana cayó rendida. Presentían que les había ido bien, habían estudiado un montón, habían hecho consultas con docentes. La idea era abrirlos juntas y cuando vio que ya estaban colgadas las notas salió a despertar a su gemela.

“Esos segundos que demoré en ir de una habitación, fueron eternos, igual que abrir el PDF. Cuando lo hicimos, ella me encontró a mi y yo a ella ‘One entraste a medicina, me dijo. No vos Ana entraste”, le respondí y festejaron hasta las lágrimas.

«Llegar hasta acá no fue fácil; cada esfuerzo, cada día de estudio, cada renuncia y cada desafío dejaron huellas», dice Onela.

De la secundaria a la universidad, el pase que muchos padecen


Onelia y Anacleta analizaron las dificultades para ingresar y sostuvieron que sienten que el nivel de educación, de secundaria a universidad tiene un bache muy grande.

El fenómeno se viene profundizando hace unos años, la laxitud en las exigencias en la escuela secundaria, reflejada en los pobres niveles de formación con que egresa hoy la mayoría de los estudiantes, tiene su correlato en una profundización de la brecha que la separa de la universidad.

Hace unas dos décadas que se ve que la escuela, en general, tiende a apiadarse del alumno. El objetivo es que los chicos estén en la escuela y no en la calle. La universidad, en cambio, no se apiada: si el alumno no rinde, no rinde y lo termina expulsando.

Cuatro de cada diez ingresantes no completan el primer año. Como señala la doctora en Economía y socióloga Ana García de Fanelli, los más afectados en ese primer año, los que llegan con menores recursos educativos desde el secundario, coinciden con los estudiantes de menor nivel socioeconómico.


En carrera, a toda marcha


Medicina no dio tregua. Pero lo hicieron en tiempo y forma. No porque fuera fácil, sino porque nunca aflojaron.

Para bancar algunos gastos personales “darse algunos gustos”, vendían frutos rojos, bombones artesanales, y entradas al Club Universitario para pagarse alguna actividad física, que aseguran, es muy importante tener cuando sos estudiante.

“El pueblo siempre nos recibe bien. En la carrera, todos eran muy amables. Eso te genera ganas de devolver. Queremos volver a Beltrán porque faltan especialistas. Algunos no pueden acceder a atención médica y nos encantaría, desde nuestro conocimiento”, dicen.

Si bien terminaron la carrera el 14 de diciembre del 2024, cuando rindieron su último final, el 16 de mayo fue la entrega de títulos y actualmente están en Bahía Blanca haciendo una pre-residencia becadas por los ministerios de Educación y de Salud de la provincia de Buenos Aires.

Ana está en el Hospital General de Cerri y One en el Hospital Penna. Comenzaron el 5 de marzo, justo antes de que las lluvias inundaran la ciudad y vieron los múltiples desafíos que se pueden enfrentar desde la medicina. “Eso nos permitió ver lo que es actuar en una emergencia, en una catástrofe, más allá del consultorio. Fueron días muy movilizantes”, cuentan.

Todavía no definen con certeza su especialidad. Tienen tiempo hasta agosto. Por ahora, Ana está en la pre residencia de Medicina Familiar y One por Clínica Médica. “En agosto eso termina y será como elegir una nueva carrera, hay que pensarlo bien”, explican.

“Nuestra idea hacer acá la especialización. También queremos decirle a los jóvenes que están estudiando, que no bajen los brazos, que es importante para crecer en la vida, y se puede, solo hay que luchar por los sueños”, aseguran casi al unísono.

El día de su recibida Onelia escribió: «Ser médica no es solo un título, es un compromiso con las historias de cada persona, con sus emociones y sus luchas. Es aprender a escuchar más allá de las palabras, a estar presente cuando alguien lo necesita y a tender una mano cuando parece no haber salida».

Hoy aseguran que quieren regresar a su pueblo a hacer eso. No solo como médicas, sino como mujeres formadas, con experiencia, listas para hacer una diferencia donde más se nota. Porque hay historias que no terminan con un diploma. Apenas empiezan.