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El cura Stochetti, el acoso de la Triple A y el recuerdo de su compañero asesinado

El testimonio del cura neuquino estremeció, 45 años después, a los que siguieron el juicio contra los integrantes de la organización criminal. La persecución por enseñar la justicia y el trabajo por los pobres, lo siguió hasta nuestra región.

El repaso por la vida del sacerdote neuquino Benjamín Stochetti, fallecido esta semana a los 85 años, sacó del archivo un suceso en el que sobrevivió a la persecución y violencia que acechaban antes de la dictadura de 1976. Bahía Blanca fue la ciudad donde presenció el horror y las amenazas, pero aquel grupo oscuro no le perdió pisada en sus sucesivas mudanzas, incluso hasta entrada la década del ’80.

Nacido en Andacollo, Stochetti tenía 38 años cuando todo pasó, en marzo de 1975. Su compañero Carlos Dorñak, checoslovaco de origen, murió por un disparo en la cabeza, durante un ataque terrorista a la residencia salesiana donde convivían varios curas de la congregación, docentes ellos en el Instituto Juan XXIII. Profesaban en el aula el valor de defender la justicia y trabajar por los más necesitados, como proponía el Concilio Vaticano II y el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.

45 años después, en 2020, pudo contar oficialmente lo que vivió aquella madrugada, delante de un fiscal. El Tribunal Oral en lo Criminal Federal juzgó a varios imputados por haber integrado la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) en esa ciudad, donde se le atribuyeron 24 homicidios entre 1974 y 1975. Uno de los asesinados fue Dorñak.

A eso de las 3 de la madrugada del 21 de marzo, “se sintieron explosiones», dijo Stochetti para comenzar a relatar lo que marcó su vida para siempre. «Sentí que me golpeaban la puerta y me di cuenta que era el padre Benito Santeccia. Le pedí que no hablara, me quedé quietito, esperé unos minutos, quien sabe cuánto fue». No hacía falta que su colega le confirmara qué estaba pasando. Los presentimientos que alguna vez se colaron en sus conversaciones cotidianas se habían hecho realidad. Habían irrumpido en la casa lo que él llamó «las fuerzas de seguridad». Otros curas ya habían sufrido represalias similares, «sea por su acción o su mentalidad», recordó el neuquino.

«Una vez que se silenció todo, no recuerdo si salté por la ventana, pero quise ir a avisar al colegio Don Bosco”, siguió contando. Con un breve repaso por el mapa de Bahía Blanca, se sabe que la Casa Salesiana, el Colegio Don Bosco y el Instituto Juan XXIII se reparten en dos manzanas contiguas. Así que Benjamín corrió unos metros para pedir ayuda. Trepó a un árbol para entrar al lugar por la reja y desde allí pudo «ver a tres hombres jóvenes con armas, probablemente metralletas».

Al regresar a la casa atacada, “encontramos enseguida el cuerpo tirado, ya fallecido y en un charco grande de sangre, que era el padre Carlos”,

cerró Benjamín. Además del asesinato, tiraron bombas molotov y produjeron un incendio en el lugar.
Los restos de un teléfono a disco, en la oficina que incendiaron los violentos. Foto: Instituto Juan XXIII.
Así quedó el pasillo tras el atentado. Foto: Instituto Juan XXIII.

Según los detalles que difundió la comunidad salesiana, la pericia médica indicó que Dorñak fue muerto por una bala de 9 mm. disparada a una distancia no mayor de 40 centímetros, que le entró por el oído derecho y salió por la sien izquierda, causándole una muerte instantánea. «Bahía Blanca, de ciudad pacífica se vio convertida últimamente en blanco del terrorismo de ultraderecha o ultraizquierda. Fue profundo, y perdura todavía, el impacto causado por lo que nos aconteció”, expresaron.

«Fue como un rayo al mediodía»


Atravesar una circunstancia como ésta hizo que por años, Stochetti volviera a despertarse sobresaltado, a la misma hora del atentado. Y que cada vez que podía, le pidiera a Dios «que nunca las cosas me fueran demasiado bien». Para no volver a relajarse y que la adversidad lo impactara tanto, «como un rayo al mediodía». Es que ese crimen vino a romper una gran época de su vida, un «tiempo pacífico, acogedor», donde lo rodeaba una «identidad de cosmovisión y amistad, realmente era como una familia«, había dicho en el juicio.

Según lo recuerda, Dorñak era vicerrector del Instituto «Juan XXIII», artista, músico muy exigente, pero también muy amable, bondadoso, sencillo. Sin embargo, contrario a lo que pensaban los perseguidores del grupo, «nada tenía que ver con la subversión, ni siquiera con trabajo entre los pobres».

En medio de las pericias y el trabajo de los bomberos en la residencia incendiada, Stochetti dijo que encontraron panfletos subversivos que los propios violentos «plantaron» en el lugar. Y no pasaron muchas horas para que llegara a esa dirección un aviso anónimo que intimaba a los docentes del Juan XXIII a irse de Bahía Blanca.

Persecución hasta Chos Malal, Junín y Beltrán


«En un primer momento algunos se distanciaron de Bahía, otros nos quedamos para continuar con
las actividades. Pero después de unos días, nuestro superior lo evaluó con su Consejo y opinó que era mejor que yo me fuera también. Coincidieron con eso también varios vecinos muy queridos, que eran afiliados a partidos políticos», reconoció Benjamín.

Desde allí comenzó «una vida de control», sostuvo, «que se evidenció primero porque uno de mis parientes que estaba en Luis Beltrán se enteró, en su rol de policía de Comunicaciones, de lo que yo sufría». Después de algunas idas y vueltas lo mandaron a Chos Malal, donde tenía familiares, pero «a raíz de actitudes que tuvo Gendarmería, uno de los padres que estaba acá me llevó a Junín de los Andes y de ahí fui a Beltrán, donde reemplace al director de la Escuela Agrícola», continuó relatando.

«Allí me enteré», recordó, «que dentro de ese colegio había alguien que pasaba toda información de las salidas mías del colegio, aunque solo fuera para ir al pueblo».

«Eso duró hasta después de unos años. En 1984, era tiempo ya de Alfonsín, sin embargo, varios profesores del Juan 23 habían tenido investigaciones, no se si amenazas también», concluyó.

El nombre de Carlos Dorñak integra hoy el registro de víctimas del monumento que se encuentra en el Parque de la Memoria, en la ciudad de Buenos Aires. Los acusados por su muerte, Juan Carlos Curzio, Osvaldo Omar Pallero, Héctor Ángel Forcelli y Raúl Roberto Aceituno, fueron condenados en agosto del 2021. El tribunal definió a los cuatro acusados como coautores del delito de asociación ilícita, pero a Aceituno lo condenó a cadena perpetua como coautor del homicidio calificado del estudiante David Cilleruelo el 3 de abril de 1975. Los demás recibieron 10 años de prisión. Todos fueron considerados como crímenes de lesa humanidad.

Después de tantos años, la casa salesiana volvió a recibir una vez más a Stochetti en 2021, cuando debió partir hacia Bahía Blanca para resguardar su salud, en medio de la pandemia. Fue allí donde falleció el pasado miércoles 17.


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