Día de la Madre: tres historias de resiliencia y valor

Sol, Vivian y Soledad cuentan lo que la maternidad significa para ellas. Existe en ellas, como en tantas otras mujeres, una fuerza inexplicable que las impulsa siempre a salir adelante a pesar de las adversidades. Esa fuerza se llama “hijos”.

Redacción

Por Redacción

Hoy se celebra un nuevo Día de la Madre y siempre es bueno recordar que no siempre llevar ese título es fácil. Que no siempre es deseado, que no siempre se elije y que siempre pero siempre le cambia la vida, de una manera u otra, a todas las mujeres. Y cuando lo es, deseado, planificado, pueden también aparecer dificultades que ponen a prueba el espíritu y la valentía. Acá tres relatos de luchadoras de la región.


Sol Quinchagual: libró toda las batallas y lo logró por el amor a sus hijas


Sol, y su lucha por el respecto y la inclusión. (FOTO: Florencia Salto)

Sol Quinchagual es mamá de dos niñas, Kaya de 14 años y Filippa de 6 años. A los 23 años recibió la noticia de que estaba esperando a su primera hija junto a su progenitor, pero al quinto mes de embarazo Sol, como tantas otras mujeres, tuvo que asumir la tarea de una maternidad a solas.

Tuvo que afrontar un embarazo, un parto y una crianza siendo madre soltera, quien se fue cuando Kaya aún estaba en el vientre volvió manifestando querer cumplir su rol de padre cuando la niña tenía 3 años, pero según lo comentado por Sol “hasta el día de hoy no cumple ninguna de sus obligaciones”.

Sol es parte del pueblo mapuche y es referente de la corriente clasista y combativa (CCC), ella se describe a sí misma como “mapuche, trabajadora y militante”, y entre sus multitareas y el rol de madre, realiza actividades como jugar al fútbol en el club Sapere, visitar merenderos y bailar Pol dance.

Es una madre militante del movimiento de naciones y pueblos originarios en lucha, sus hijas son sus grandes compañeras en cada una de las actividades que realiza. Se reparte el tiempo entre el trabajo, la militancia y la lucha por los derechos de los pueblos sin descuidar su papel en la maternidad y como cabeza sostén del hogar.

El primer acercamiento de Sol a la maternidad no fue planificada ni deseada. Este primer acercamiento significó un obstáculo para una joven de 23 años que se encontraba realizando una carrera universitaria, por esta razón indicó que con su hija más grande habla sobre el tema y la intenta educar al respecto.

Para Sol, ser madre implicó tener que tomar decisiones sin planificar, entre ellas, abandonar la carrera y acelerar los procesos para conseguir un trabajo estable. Comenzó siendo vendedora ambulante de sándwich y pan relleno durante los primeros tres años de Kaya, se limitó a vivir en espacios precarios porque era lo que su ganancia le permitía y a la vez intentaba seguir estudiando.

Fue un proceso duro para Sol quien recordando esos momentos manifestó que se sentía “muy culposa porque cada paso que daba sentía que estaba condenando a una persona a vivir en la pobreza”. Sin embargo, no es solo lo económico lo que en su momento la llevo a que sea un proceso duro, sino también el observar que era juzgada por las personas en la sociedad que hasta hoy en día, siendo madre soltera, debe rendir cuentas en las distintas instituciones acerca de la ausencia del progenitor de su primera hija, además de tolerar “la subestimación a una mujer indígena sobre cómo se crían les hijes”.

Con el paso del tiempo Sol expresó que, de alguna forma aprendió a hacerse cargo del rol que estaba ocupando y la responsabilidad de criar dos hijas mujeres, “en una sociedad donde las mujeres mueren constantemente por femicidio. Es una preocupación constante y a la vez todo un trabajo pedagógico para entender que las mujeres estamos en peligro”.

A su vez, destacó que lo que más la ayudo a asumir el rol fue el amor que siente por Kaya y Filippa, que son quienes la acompañan y la ayudaron a superar todas las miradas que alguna vez la juzgaron por ser madre soltera, con todos los prejuicios que forman a la sociedad. Sol Quinchagual se llama luchadora porque una de las cosas que tuvo que enfrentar fue “la mirada patriarcal y misoginia” que la observaban por ser madre soltera, mapuche o por incluso ser bailarina de poldance y compartir una imagen que no encajaba dentro del “formato de madre ideal”. “Mi principal responsabilidad hoy es contribuir a la transformación de la sociedad y también a la par criar a mis hijas, pero sin dejar mi identidad de mujer mapuche y ser dirigente en los espacios políticos o bailarina”, dijo.


Vivian, una referente que surgió a partir de la enfermedad de su hijo


Vivian Mathis expuso ante profesionales y familias de todo el mundo en un congreso de Déficit de Glut 1 en Estados Unidos. (FOTO: Marcelo Martínez)

Desde que nació Tomás hasta que cumplió los 9 años, Vivian Mathis atravesó por momentos de incertidumbre y angustia. Su hijo pasó por convulsiones, movimientos oculares, ataxia (falta de coordinación en los movimientos voluntarios), retraso motor y de lenguaje y retraso intelectual.

Un estudio genético realizado en Alemania confirmó la sospecha del neurólogo: Déficit de Glut 1, un trastorno genético poco frecuente que afecta al metabolismo del cerebro impactando en su desarrollo y funcionamiento.

En ese momento Vivian emprendió la búsqueda para tratar de entender esa enfermedad rara de la que no había información en español. Hoy explica con tanto detalle como serenidad la forma en que atravesaron los 17 años de Tomás y la importancia de centrarse no en la enfermedad sino en cómo transitar ese camino.

Vivian es madre de Tomás, Santiago y Lola y supo canalizar su profesión, la comunicación, para facilitarle el camino a otras familias.

¿Por qué demoró tanto el diagnóstico de Tomás? “Es una enfermedad rara y hace 9 años se sabía mucho menos de lo que se sabe hoy. De hecho, las primeras publicaciones científicas son de 1992. Se confundía con la epilepsia, pero tiene un abanico de síntomas y ningún chico es igual a otro”, detalla Vivian.

Un año después del diagnóstico, Vivian participó de un congreso en Estados Unidos organizado por la Glut1 Deficiency Foundation. “Fue un antes y un después. Fue fuerte ver chicos con la misma patología de Tomy y a otras mamás que estaban en un camino similar a nosotros”, recuerda.

Cuando el congreso llegó a su fin, Vivian entendió su propósito en la vida: la necesidad de alinear su profesión con su vida personal. Sin perder un segundo, creó un blog Glut1Mom a fin de volcar todas las investigaciones sobre la enfermedad -síntomas y tratamiento- en español ya que, hasta ese momento, solo había información en inglés.

Empecé a traducir la información, con el visto bueno de la fundación. Y empezó a cobrar un sentido todo esto: ser puente entre la información disponible para que todas las familias tuvieran acceso”, agrega.
Vivian además comenzó a organizar encuentros en el hospital Garrahan y se conformó una red de profesionales de distintos países de habla hispana que aportaban las últimas investigaciones sobre los tratamientos.

Este año, Vivian expuso sobre “Kit de herramientas para convivir con la enfermedad” ante profesionales y familias de todo el mundo en un congreso de Déficit de Glut 1 en Estados Unidos. “Fue un honor, pero a la vez una oportunidad de conversar. Les conté cómo es mi día y compartí el camino de Tomás que podría ser el de muchos chicos que conviven con la enfermedad. Y el de las familias que, durante años, cambian de medicación y prueban distintos tratamientos. En el medio está el chico que pone el cuerpo”.

Su hijo evolucionó y hoy, cursa quinto año del secundario. Sueña ser profesor de natación o de educación física. Su madre no oculta su orgullo. “En estos años lo más difícil fue convivir con la enfermedad -reconoce-. Muchas veces uno se queda en lo que tiene y en lo que no puede hacer. Lo más lindo es cuando pasás a ver el cómo: lo que puede y quiere hacer”.


Marcada a fuego: la historia de una mujer que vive por ser madre


 

Soledad está orgullosa de ser mamá y da todo por tener bien a sus hijos. (FOTO: Juan Thomes)

Gracias a mis hijos sobrevivo. Se que tengo que ser una mamá fuerte por ellos, siempre les inculco que tienen que ser mejores que yo”, contó Soledad Montecino, una mujer y madre roquense.  

Tiene cuatro hijos y una historia cargada de recuerdos oscuros. Con 34 años, Soledad -o Sole, como le dicen sus familiares- tuvo que transitar una de las peores experiencias que puede vivir una madre y, aun así, no se detiene. Vive en el barrio Fiske Menuco.

Fue madre joven y con tan solo 15 años quedó embarazada de su primera hija. Como pudo afrontó un primer obstáculo: combatir la decisión de su expareja quien no quería que tuviera ese bebé. “El padre y la abuela de la nena querían que abortara. Como yo era adolescente y no tenía donde quedarme, me había prendido en esa situación. Finalmente no quise, la tuve y hoy tiene 18 años”, explicó.

En pleno embarazo, y en medio de una crítica situación de vulnerabilidad, autoridades de Desarrollo Social le brindaron una vivienda para que viva con su pareja y su bebé en camino, pero lejos de ser un refugio fue un tormento.  

En esa casa yo sufría violencia de género y tuve que irme a vivir con mis papás, separándome de mi pareja cuando mi hija tenía un año. Y ahí me enteré que estaba embarazada de mi segundo hijo”, relató Soledad.

La situación generó nuevos conflictos. Sin embargo, un altercado -que todavía desconoce- terminó con un atentado hacia la casa de sus padres. El trágico siniestro ocurrió el 22 de agosto del 2006 cuando la vivienda de Soledad ardió en llamas mientras ella estaba adentro con sus pequeños.

Cuando me desperté tenía el fuego encima mío. Pude sacar a mi nena y cuando entré por mi nene de ocho meses, me desmayé. Solo recuerdo que gritaba que sacaran a mi bebé de adentro”, recordó.
Vecinos y familiares lograron auxiliar a Soledad, quien para ese entonces ya estaba inconsciente. La noticia más triste llegó tres días después cuando se despertó en el hospital López Lima y su mamá le contó que no habían podido salvar a su hijo.

“Yo no puedo ver las fotos de los diarios, donde pasó todo y me costó volver a mi casita”, dijo emocionada. Gran parte de sus brazos quedaron marcados por las cicatrices que le dejó ese fatídico incendio. Más allá de la estética, que le costó años de reflexión y aceptación, la mujer quedó con marcas invisibles, pero tremendamente profundas como la pérdida de su hijo.

Hoy, es otra la situación que levanta a Soledad. Si le preguntan cómo pudo resurgir de todo ese contexto hostil no duda en reconocer que lo que le permitió salir adelante fue el orgullo de ver a sus hijos en la escuela y disfrutar de sus actividades.

A mi hija la saqué con la danza urbana y ella es feliz con eso. Es mucho gasto para mí, pero no paro nunca. Vendo cosas, duermo tres o cuatro horas y me las rebusco para que no les falte nada”, aseguró. Con el tiempo pudo establecer otra relación amorosa con una persona con quien tuvo otros dos chiquitos. Esta vez viven en casas separadas. Soledad se levanta, pedalea su bicicleta para ir a trabajar, lleva a sus hijos al colegio y vuelve a salir. Así es todos los días.

A pesar de todo lo que vivió, la mirada de Sole se mantiene firme. Sus ojos son los de una mujer que lucha, en una batalla desigual contra duros golpes. Una y otra vez repite que sus hijos son el motor de su vida.

Hace un tiempo que mantiene trabajando en el rubro limpieza, que le permite sostener los gastos diarios de la casa. Vive de forma austera, sabe que los salarios de la Asignación Universal por Hijo (AUH) no son suficientes, pero con la fuerza de sus hijos sale, pedalea y pedalea.

“El Día de la Madre es un día más porque no tengo la posibilidad de regalarle ni una torta ni un asadito a mi mamá. Y, por otro lado, me significa bastante; porque amo a mis hijos y amo la mamá que soy. No seré perfecta, pero me siento muy orgullosa de mis hijos. Quiero que tengan mejores oportunidades”, concluyó Soledad.


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