Una fábrica de pastas con historia: los ravioles de su mamá fueron la clave para sobrevivir en Roca
Lina Tosoni abrió su negocio hace seis años y amasa recuerdos, vivencias de su hogar y su familia. Elabora desde los 14 años y ahora sueña con abrir un "Pastas al paso" en el Alto Valle.
Habla y se emociona. La inunda el recuerdo del aroma a salsa de tomate y las ollas en ebullición de su casa, allí donde mamó y amasó espíritu de trabajo, sacrificio, honradez. Los ravioles de su mamá hubieran ganado cualquier concurso y ella hoy los sabe hacer a la perfección.
Lina Tosoni tiene 40 años y es de Roca. Por obra del destino, se volvió comerciante, dueña de su propio emprendimiento del rubro gastronomía y lucha por mantener abierto el negocio en tiempos de crisis. Sueña con innovar, pero sobre todo con permanecer.
Ella no es cualquier elaboradora, es una artesana de pastas. Tiene más de 26 años de experiencia y una mano mágica para los fideos. Empezó a los 14 años en su casa por una cuestión de necesidad. Ella es la menor de cuatro hermanos y su familia, en ese entonces, atravesaba una compleja situación económica.

Su mamá trabajaba de 6 de la mañana a 2 de la tarde. “Pablo, mi hermano mayor, decide irse a estudiar (a Bariloche) y había que generar otro ingreso; porque mi papá se fue y nos dejó”, contó Lina en diálogo con Diario RÍO NEGRO. Como pudieron, empezaron a idear formas de generar dinero para solventar los gastos de estudio de su hermano mayor. Ahí aparecen las pastas como opción.
“Arrancamos con canelones, con fideos. Y me acuerdo que había que empezar a levantar clientes. Pablo había arrancado a correr triatlón, es muy deportista. Entonces, cuando él volvía de Bariloche, empezaba a levantar pedidos. Y después teníamos que salir a repartir”, recordó Lina.
“Cargábamos todos los ravioles y se hacía un recorrido”, contó. La pasta la elaboraba su mamá y ella con su hermana, ayudaban. Pronto aprendieron a hacerlas por su cuenta con la pastalinda.
“Hacíamos de a una plancha. 10 cajas en 3 horas. Era una locura”, dijo. Era mucho trabajo, pese al cansancio de su mamá que trabajaba afuera. Llegaba cansada, pero seguía en la cocina de la casa. Ellas estudiaban y sabían que al regresar de la escuela tenían que poner manos a la obra.
Lina no olvida la vergüenza que le generaba el tema en su adolescencia, el ser vista repartiendo pedidos en su bicicleta playera con canasto. En ese momento, sentía que “pedía limosna”, hoy se emociona al recordar semejante hazaña. “Contábamos con ese dinero para enviarle a Pablo”, balanceó.
Preparaban todos los rellenos un día antes y al día siguiente hacían la elaboración. “Me acuerdo que habíamos atados y atados de acelga. Mi mamá hacía masas de morrón”, recordó, era una mujer criada en una chacra.

Al tiempo su hermano logró independizarse. Su mamá dejó de hacer pastas, pero el legado continuó: empezó a elaborar con Mariana, su hermana, hasta que se fue a estudiar a la universidad. “Ya el negocio era nuestro”, contó. Así fue como Lina se quedó sola, pero con una buena clientela.
Con el tiempo le empezaron a pedir más variedad y se lanzó por perniles, empanadas, pizzas. También trabajó como moza, en cocinas de restaurantes, siempre en el mundo de la gastronomía. “Capaz que no sabía, pero nunca dije que no, nunca. Y después también empecé a meterme en la parrilla, asadores, para cumpleaños”, recordó. A los 18 años se fue de su casa a Maquinchao, donde abrió un restaurante con una amiga. “Fue una experiencia hermosa”, dijo con nostalgia.
Lina también formó su propia familia y es mamá, pero por cosas de la vida se separó y quedó a cargo de sus hijos, sola. Volvió a levantar pedidos desde su propia cocina.
“Se había puesto difícil la situación, la demanda de los nenes era también un poco más, ya estaban creciendo, y las necesidades eran otras, no me estaban alcanzando, y yo mientras estaba en casa”, recordó.

Hasta que un día hizo un clic y con sus hijos ya más grandes, decidió salir de las cuatro paredes. Juntó todas sus herramientas de trabajo y utensilios de cocina y abrió un local con “chauchas y palitos”, como dice ella.
Así nació su propia fábrica de pastas, ubicada en calle Don Bosco casi 25 de Mayo en Roca. “En una hora hacía diez cajas de ravioles. Empecé con cuatro atados (de acelga) y un freezer. Hoy compro veinte atados de acelga, tengo cinco freezers y adquirí una fábrica. Es un montón”, balanceó.
El secreto de una buena pasta
La frescura. “Lo que tiene mi producto es que no tiene conservantes”, dijo y agregó: “El secreto sería cocinar como si fuese para mi o para mis hijos”.
Pronto se hizo conocida y algunos reconocidos restaurantes de Roca le empezaron a comprar sus pastas, las cuales se sirven en las mesas y se exponen en los menúes. Para ella es un orgullo ver como la gente disfruta de comer sus fettuchinnis en un restaurant.

En estos momentos, mantener su negocio es cuesta arriba. “La demanda no es la misma y esto viene hace un año”, explicó. Los restaurantes redujeron los pedidos. “A veces siento que no puedo más”, reconoció. Ahora también empezó a hacer empanadas. Todo el tiempo se está reinventando para sobrevivir.
Un proyecto: Pasta al paso
La modalidad es que el cliente pasa por el local y elige la porción de pasta y la salsa a gusto. Se la cocina en el momento y puede comerla donde quiera. “En cinco minutos estás comiendo una pasta exquisita y va con tutti, con tenedor, con queso, con pan, en una cajita china que te mantiene en la temperatura 40 minutos”, redondeó Lina.
“Pasta al Paso” arrancó en Bariloche, con su hermana que abrió un carro gastronómico y fue un éxito. En el 2019, la invitaron a participar de una edición del evento “Yo Como” en Roca y no podía elaborar pastas, así es cómo Lina se ofreció a prepararlas. “De ahí salieron un montón de clientes”, contó.
Así, inspirada en su hermana es como decidió abrir una «Pasta al paso» en Roca, pero aún no lo concretó. Sin embargo, no bajará los brazos hasta lograrlo, pese a la difícil situación económica.
Quizás la receta sea nuevamente, confiar y trabajar sin descanso, como lo hizo con sus hermanos y su mamá en aquella cocina de la infancia.
Habla y se emociona. La inunda el recuerdo del aroma a salsa de tomate y las ollas en ebullición de su casa, allí donde mamó y amasó espíritu de trabajo, sacrificio, honradez. Los ravioles de su mamá hubieran ganado cualquier concurso y ella hoy los sabe hacer a la perfección.
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