Veterinarias del fuego: curaron animales y ayudaron a cientos de especies en el incendio de El Bolsón

En medio del caos, una red de veterinarias y veterinarios lograron organizarse, establecer postas de atención y formar un ejército de voluntades para atender a los animales en los incendios de la Patagonia. La historia de Daniela Navarro.

En enero las llamas avanzaron sin cesar en El Bolsón. Arrasaron con casas, bosques y dejaron cientos de animales heridos, desorientados, o muertos. Cuando la veterinaria Daniela Navarro habla de ese momento, lo hace con la emoción de alguien que lo vivió en carne propia porque fue una de las que agarró su botiquín, se organizó con sus colegas y salió a atender lo que el fuego dejaba a su paso.

Daniela vive en El Bolsón, pero trabaja en El Hoyo, Chubut, una provincia que también atravesó los estragos del fuego durante el verano. Allá tiene su veterinaria. Si bien son dos provincias distintas, cuenta que se funcionan como una comarca. Se trata de una unión que también se reflejó en la respuesta a los incendios en los que participó junto a sus colegas.

El 30 de enero del 2025 El Bolsón comenzó a arder. Daniela ya sabía de qué se trataba. En 2021, otro incendio les había enseñado a improvisar bajo presión, algo que la ayudó a estar más preparada en esta oportunidad. Si embargo, esta vez, la magnitud fue devastadora. “Fue muy impresionante. Este incendio realmente fue muy fuerte”, resume.

El fuego comenzó a propagarse, dejando todo atrás. Así, Daniela junto a sus colegas no dudó en agarrar su botiquín y sus conocimientos, y partir al bosque a ayudar a los animales.

La logística era todo un desafío. “Lo primero siempre es ver quién está y en qué lugar podríamos establecernos para atender. Si bien están las veterinarias, está bueno tener un lugar cercano al incendio”, explica. Pero eso no siempre era posible. “Llegábamos a un lugar, armábamos nuestras cosas y al rato se empezaba a quemar alrededor, así que tuvimos que salir corriendo”.

Durante cinco días no pudieron asentarse. Luego lograron establecer una base de atención, que también fue móvil: “Estuvimos en tres lugares diferentes a lo largo del incendio, según cómo avanzaba el fuego”.

Cada jornada era distinta. Además de asistir animales, los y las veterinarias seguían con sus consultorios particulares, por lo que se organizaban por turnos. Durante esos días en el bosque lo que veían en el terreno era desgarrador.

“Nos encontramos con de todo: quemaduras, problemas respiratorios, oculares… Más que nada quemaduras en las patas y en los miembros”, dice. Atendían sobre todo perros y gatos, pero también hubo caballos, vacas, ovejas y cabras.

La veterinaria se acuerda de un episodio en especial en la que debieron ayudar a una perra. Estaba atrapada en un aserradero, en plena zona de incendio. Era de raza dogo y estaba muy asustada. Nadie se le podía acercar: estaba a la defensiva, dolida, desorientada. Fue entonces cuando Daniela y otra colega veterinaria decidieron intervenir.

Al llegar, se encontraron con una escena crítica: la perra estaba en un sector del aserradero rodeado de materiales quemados. El humo y el fuego seguían avanzando y las veterinarias se movían con cuidado, sabiendo que no sólo el fuego era un riesgo, sino también la reacción del animal. “Nos daba miedo que nos hiciera algo. Era una perra muy grande”, dice.

Fue un vecino del lugar quien las ayudo. La perra confiaba en él y se dejó agarrar. Tal vez sin su ayuda no hubieran podido sacarla. Luego de alejarla del fuego fue llevada a una veterinaria donde la ayudaron con las quemaduras de sus patas.

Como esta, también hubo escenas imposibles de digerir. “Yo no me encontré con animales muertos, pero colegas sí. Sobre todo con ovejas. Llegaban a los campos y encontraban todo quemado. Todos muertos”.

Dependiendo de la gravedad de sus heridas eran trasladados a veterinarias particulares o atendidos en la posta sanitaria.

Hubo otros que eran curados en la base y regresaban a donde pudieran. En la plaza Pagano una rescatista instaló una carpa para organizar a dónde iban los animales perdidos o sin dueños. “Muchos terminaron en casas de tránsito, porque hubo más de 150 viviendas quemadas. Había gente que no tenía lugar ni para ella misma, imaginate los animales”.

Más allá del dolor por los animales, la dimensión humana del desastre los atravesó. “Fue muy fuerte, no solamente por los animales, sino porque las personas están totalmente vulneradas», dice. “Las tragedias colectivas son terribles”.

Una vez que el fuego cesó en Mallín Ahogado, comenzó otra etapa: el seguimiento. “Los perros y gatos se controlaban en las veterinarias del pueblo. Algunos siguen recorriendo los lugares donde el fuego quemó todo. Es que algunos animales que escaparon por miedo empiezan a volver a sus casas. También con las donaciones que se realizaron están comprando antiparasitarios, antibióticos, o cualquier cosa que pueda necesitarse para estos animales.

De lo que pasó no quedaron números exactos. “No me preguntes cuántos animales atendimos, porque no tengo idea”, asegura. Lo que sí quedó claro fue otra cosa: cuando todo ardía, Daniela y sus colegas estuvieron ahí. Pero también toda la comunidad.

«Fue inmenso el trabajo que hicimos todos los voluntarios, no solamente con los animales y desde la parte de salud, sino los rescatistas, la gente que estuvo trabajando, combatiendo el fuego en forma voluntaria, la gente que hizo comida para llevarle a ellos…», dice. «Fue un ejército de voluntades. Hay que rescatar la solidaridad que tenemos y la fuerza que tenemos como pueblo».



En enero las llamas avanzaron sin cesar en El Bolsón. Arrasaron con casas, bosques y dejaron cientos de animales heridos, desorientados, o muertos. Cuando la veterinaria Daniela Navarro habla de ese momento, lo hace con la emoción de alguien que lo vivió en carne propia porque fue una de las que agarró su botiquín, se organizó con sus colegas y salió a atender lo que el fuego dejaba a su paso.

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