Tapadito rojo 9-08-03

Día gris, ropa gris, burocracia gris: invierno en Neuquén, y en el Instituto de Seguridad Social, el del centro. Cola caracol. Ya saben; esa que se arma cuando hay mucha gente, varias cajas y una, que está en el lugar veinte, se encuentra con alguien que está por el ciento y pico, cara a cara.

Así que ahí estaba, Mamá con la nena del tapadito rojo. Notable el color, un rojo-rojo, en medio de los oscuros, monótonos tonos del frío. Pues bien; a ella el invierno no le afectaba. Todo el mundo, cuando libra esas miserables batallas contra la burocracia -que terminan en triunfos sin gloria-, se mueve en piloto automático; ustedes me entienden.

Ladeltapaditorojo, no. Bailoteaba, se revolvía, ma, dejame… Mamá era chiquita y delgada; la mocosa no tendría más de cuatro años pero le llegaba casi a la cintura. Mamá tenía en un brazo el papelerío sagrado y en el otro la vital culebra del tapadito. Por qué no vas a la cola de embarazadas y casos especiales, me compadecí. Te parece, me dijo. Y, sí… Miró a Ladeltapaditorojo y decidió que sí, que era un caso especial. Así que marchó a la cola corta, dos panzonas antes que ella. Ahí hubiera terminado todo, pero en realidad, recién empezaba.

De pronto, la voz de Mamá. Ya el tono era emergencia: ¿no vieron a una nena de tapadito rojo? Salimos de piloto automático. Qué pasa, una nena se perdió, tiene tapado rojo, creo que vi algo en la escalera, me pareció que se fue para la entrada, con tantas cosas que pasan, esos chicos, no se dan cuenta, Mamá que recorría todo el Instituto, y su voz se iba poniendo roja, de alerta rojo. Por sobre el mundo gris sobrevolaron imágenes aciagas: Gracielita, María Alejandra, las tres chicas, Ana. El estigma que pesa en la memoria colectiva, mujeres, secuestros, niñas.

No fue mucho tiempo, pero ya saben lo que pasa con el tiempo cuando se empareja con la incertidumbre: se hace muy, muy largo… Y reapareció Mamá con Ladeltapaditorojo firmemente agarrada, marchando hacia la cola de las especiales, que ahora tenía tres panzonas adelante. Cuando paró en su lugar, apenas se inclinó y desde su escasa estatura levantó a Ladeltapaditorojo, aherrojándola con su brazo, demostrando que es cierto que las madres pueden levantar un auto si su hijo está debajo.

Así que ahora teníamos una víbora roja, retorciéndose, absolutamente indignada, gritando su bronca; pequeña criatura de luz, vulnerada por un mundo sombrío. Mamá no aflojaba la presión, ella tampoco, y empezó a suceder que Ladeltapaditorojo se fue deslizando, aparecieron dos patitas, después la cintura, y de pronto Mamá estaba sosteniendo casi solo el tapadito apenas desde los sobacos, con lo cual la cabecita gritona no se veía porque ya estaba por la mitad del tapadito, todo esto mientras a Mamá le llegaba el turno y revoleaba sus papeles… La empleada estiraba la mano pero no alcanzaba la bendita orden, con lo que finalizaría combate tan desigual, el que iba ganando Ladeltapaditorojo, por afano.

Pero Mamá había entrevisto el rostro de la tragedia, que es rojo, igual que el del amor (que de eso se trababa todo); de modo que el tapadito quedó en el suelo y la nena de nuevo de la mano, Mamá convertida en fortaleza, la nena gritando por qué, soltame, me duele, ma, dejame… y todos alentando a Mamá, qué chica, el susto que nos dio, qué mocosa maleducada.

Así que le puso el tapadito, guardó sus papeles como pudo y los reproches de Mamá y los gritos de Ladeltapaditorojo se fundieron con las computadoras y el ritmo burocráctico.

Lo último que vi fue una mancha roja que se alejaba, un enchastre insolente en el cielo gris de Neuquén.

 

Beba Salto

bebasalto@hotmail.com


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