Noches de luna llena y cuentos

Militante del “realismo delirante”, el autor de “Los Sorias” es un ‘conde’ para contar cuentos de terror en las noches de luna llena.

Mientras espera el lanzamiento de sus “Cuentos reunidos”, el escritor Alberto Laiseca se dedica a narrar célebres “Cuentos de terror” en el ciclo “Noches de luna y misterio”, en distintos espacios porteños, que le permite demostrar también sus dotes histriónicas en relatos de Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Horacio Quiroga y otros de su autoría. El autor de “Matando enanos a garrotazos” y “El jardín de las máquinas parlantes” es un hombre polifunción: en los últimos años participó del filme “Deliciosas perversiones polimorfas”, de Eduardo Montes Bradley, además de haber tenido un espacio propio en televisión con el ciclo “Cuentos de terror” y de haber entregado un puñado de obras literarias novedosas como “El artista”, su último título. De hecho, esta novela además revela su afición a vincular distintos formatos artísticos, ya que el libro está inspirado en la película homónima de Mariano Cohn y Gastón Duprat, donde también hace una participación actoral. El autor del “Manual Sadomasoporno” y de la mítica novela “Los Sorias” en el marco del ciclo “Noches de luna y misterio 2011” –que se desarrolla cada noche de luna llena en distintos espacios de la Ciudad (Continúa en la página 40)

(Viene de la página 39) Autónoma de Buenos Aires con entrada gratuita– leerá algunos relatos en el cementerio de la Recoleta y aseguró que sus libros están atravesados por el “realismo delirante”. –¿Cómo es el traslado de un relato desde la escritura a la narración oral? –Todos nosotros empezamos por la vía oral, comenzamos a contar cuentos hace miles de años, cuando todavía no sabíamos leer ni escribir. Alrededor de una fogata siempre había uno de nosotros que inventaba historias: ahí nació la literatura. Lamentablemente no quedó registrada, por eso retomar esa tradición no es tan difícil. –¿Es una manera de acercar la lectura a los jóvenes o a públicos no lectores? –Estuve tres años con mi ciclo televisivo en I.Sat y tenía muchos chicos que me seguían. Estaba muy entusiasmado con eso, porque ellos son nuestro futuro. Hoy nadie lee, entonces sugerirle la lectura a los jóvenes me era satisfactorio, por ejemplo, dar a conocer a Poe. “Es bueno este Poe” me decían… creo que es importantísimo incentivar a leer. –¿Es difícil generar el hábito de la lectura en los chicos? –Es difícil si al niño lo obligás a leer, por ejemplo, Pinocho. Ahora, vos narrale un pedacito de “La posada del cangrejo rojo”, donde están el zorro, el gato y Pinocho, y donde todos son unos asesinos menos Pinocho que es un ingenuo, y vas a ver que después se prenden y quieren leer Pinocho a toda costa. –¿Por qué es mejor contarles cuentos de terror a los chicos y no ocultárselos? –Porque este es un mundo muy duro y parte de la didáctica es que el niño comprenda justamente que es muy duro. A Pinocho lo persiguen sus dos falsos amigos, sus dos traidores, como le puede pasar a cualquiera en un sentido más metafórico. Los persiguen para matarlo, para sacarle las monedas de oro que Pinocho tiene en la boca. Situaciones donde uno le quiere arrebatar algo al otro ocurren todo el tiempo en la sociedad. Y un chico debe saber estas cosas. –¿En usted como funcionaron esas historias? –A mí la literatura de terror, que mamé desde niño, me hizo muy bien. Me daba mucho miedo, no podía dormir de noche, pero era el precio que tenía que pagar para crecer. –¿Cómo fue su experiencia en la película “El artista”? –Es mucho trabajo filmar una película, es un quilombo chino para todos: directores, actores, sonidistas y camarógrafos, pero vale la pena porque después que termina quedás contento, todos quedamos satisfechos. –¿Y cómo le resultó haber escrito una novela a partir del guión? –Lo de la novela fue una idea genial que se les ocurrió a los directores, es una cosa que no se había hecho antes. Siempre se hace primero la novela y de ahí se saca la película. Acá fue al revés: en la novela puse todo lo que no está en la película. –¿Cómo se fundamenta el “realismo delirante”? –Me interesa mucho la realidad: hay una obra que me gusta por su nivel de imaginación que es “Impresiones de África”, de Raymond Roussel. Me encanta, pero yo jamás escribiría así: a Roussel le importa un carajo la realidad, le interesa el delirio por el delirio mismo, no es mi caso. Igual, cuando yo trato la realidad lo hago a través de las exageraciones del delirio, porque así se magnifica y se ve mejor. Mis obras son realistas antes que nada, nunca he desechado al realismo, pero lo mío es realismo delirante. –¿La imaginación se estimula? –La imaginación dura para siempre, yo jamás tengo vacíos creativos. Lo que me falta es tiempo, debo hacer otras cosas para ganarme el mango, cada vez tengo que trabajar más para ganar lo mismo, eso le quita tiempo a mi obra. –¿Cuáles son sus lecturas recurrentes? –Mis lecturas son diversas, tengo libros de técnicas militares que los usé para escribir “Los Sorias”, técnicas de lavado de cerebro también para mis obras, pero no pienso lavarle el cerebro a nadie. Además, mucha astrología, tratados de psiquiatría completos que he leído para construir mis personajes locos, para saber de qué hablo. –¿A qué escritores contemporáneos siente cerca? –Tengo una gran afinidad con Ricardo Piglia, César Aira y Fogwill, pero de todas maneras, algunos de ellos son un poco nihilistas, y yo no me permito el nihilismo. A pesar de todo lo que los admiro y los quiero, no comparto eso. Si somos nihilistas cualquier guerra está perdida de antemano, uno debe tener un gran sentido de la victoria. –¿Y de los extranjeros? –Me gusta mucho Edgar Allan Poe. De él hay que leer absolutamente todo: cuentos, ensayos, artículos… es el gran maestro, de quien más cerca me siento. Era muy parecido a mi: un muy buen tipo que a veces no comía por días por los apremios económicos, pero su mujer, Virginia Eliza Clemm si comía todos los días, porque él le daba todo. –¿En qué se parece a él? –Me parezco a Poe en el sentido de que yo también soy un buen tipo y que todo mi espíritu perverso en vez de ponerlo en la vida lo pongo en la obra, me lo saco de encima. Eso hacía él: era el mejor marido que una mujer pudiese tener, aunque después en la ficción las enterraba vivas. –¿Usted también ha trabajado mucho y se ha muerto de hambre? –Yo he sido muy pobre, casi pobre de solemnidad. Recuerdo que en una ocasión comí de un tacho de basura, así nomás. –¿Qué lo impulsó a seguir escribiendo? –Mi padre me puso a estudiar ingeniería química. No me recibí, por supuesto, pero notaba que lo que más me atraía, en vez de ponerme a estudiar los textos de cálculo diferencial integral, era leer “Sabiduría china” de Lin Yutang. Entonces en un momento me di cuenta de que lo mío era la imaginación, no las ciencias exactas. –¿Está escribiendo algo ahora? –Mi novela sobre Vietnam está acá, desordenada, no la puedo ni empezar a escribir. Me hago tiempos cuando puedo: de momento lo único que hago es leer los cuentos de terror que voy a contar, no tengo tiempo para otra cosa. –¿Qué opina de que “Los Sorias” se haya convertido en una obra fundamental argentina? –Eso está bien, pero mi problema es que no ha sido traducida a ningún idioma, por esa razón he de temer por su destino. –¿La no traducción puede responder a un cierto nivel de complejidad en la obra? –Sí, pero lo que no es complejo no sirve. Si a cualquier obra mía la leés con atención vas a entender absolutamente todo. (Télam)

El escritor Alberto Laiseca cuenta historias escalofriantes de terror dentro del ciclo “Noches de luna y misterio 2011”, que hasta el fin del verano se desarrolla en el patio del Museo Enrique Larreta y otros espacios porteños, como el Cementerio de la Recoleta. A la noche, cuando la luna se instala en el centro del cielo porteño, se abren las puertas del Museo Larreta y el público, amontonado en la vereda, ingresa al gran jardín laberíntico donde lo primero que recibe es la melodía de un violín solitario que funciona como bienvenida y como inicio del misterio. Al final del laberinto, bajo un enorme árbol y frente a las sillas de plástico acomodadas sobre el pasto, está el “Conde Laiseca”: su mirada parece buscar rostros entre los espectadores y sus rasgos son claros gracias a la luz cenital que cae sobre la mesa donde se ven un micrófono, un cenicero y algunos papeles. El violinista continúa con sus interpretaciones clásicas desplazándose de un lado a otro del patio y en un momento parece dibujar con su melodía el humo constante que sale del cigarrillo de Laiseca. Cuando la música se detiene, empieza el relato. “El primer cuento de esta noche se llama ‘El pozo y el péndulo’, y es de Edgar Allan Poe”, anuncia con sombría y poderosa voz el autor de “El jardín de las máquinas parlantes”, mientras enciende otro cigarrillo. Luego viene el silencio y la expectativa, y ya cuando todos están callados comienza la historia. “El pozo y el péndulo” (“The Pit and the Pendulum”) es un cuento escrito en 1842 por “el padre del relato corto”, Edgar Allan Poe, y está considerado como uno de los más impresionantes cuentos de la literatura de terror. En la historia, el protagonista es una víctima de las torturas provocadas por la Santa Inquisición; la razón y la locura son llevadas al extremo con una precisión y efectividad propias de Poe, quien construye una atmósfera agobiante donde un individuo encerrado a oscuras y sin comida sabe que va a morir. Laiseca regenera el clima opresivo del relato original, manejando los tonos, las pausas, los ruidos, los silencios tensos y expresando con claridad angustiante la desesperación del protagonista que confiesa su destino de dolor y muerte. Al término de la narración queda una sensación de estremecimiento en el público, después vienen los aplausos y el violinista reanuda su melodía. Llega el tiempo del segundo cuento de la noche y es el turno de “La gallina degollada”, publicado en 1925 por el escritor Horacio Quiroga. Luego de otro cigarrillo, Laiseca envuelve nuevamente a los espectadores en una atmósfera de misterio, adentrándose en la historia de un matrimonio frustrado por sus cuatro hijos retrasados mentales, “los cuatro idiotas”, como son llamados en el cuento, y el complejo advenimiento de una nueva hija. Laiseca narra con absoluto conocimiento del suspenso el relato de Quiroga que va aumentando su clima escalofriante hasta explotar en un final aterrador. Los aplausos y el violín regresan, la gente ya es parte de la noche terrorífica en los jardines del Larreta, todos están listos para el relato final. Para terminar deleita al público con un relato del volumen “Cuentos de la negra Tomasa”, de su propia autoría. En el cuento, el autor narra las historias de terror supuestamente verídicas que la negra Tomasa le cuenta a Virgilio, un niño que, atemorizado por el relato, no logra dormirse; algo que le sucedía al propio Laiseca de chico, cuando escuchaba esas anécdotas en su pueblo natal. Las “Noches de luna y misterio 2011”, impulsadas por el programa “Pasión por Buenos Aires”, dependiente de la Secretaría de Inclusión y Derechos Humanos del Gobierno de la Ciudad, son una propuesta justa para encarar la literatura y el terror desde la asombrosa voz y presencia de Laiseca. (Télam)


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios