Tensiones sobre la gobernabilidad


La situación recuerda las desautorizaciones que sufrió Fernández durante las negociaciones con la Mesa de Enlace agropecuaria en los difíciles días de 2008.


En agosto de 2013 el kirchnerismo perdió las primarias (perdería dos meses más tarde también la elección de medio término). Gobernaba Cristina Kirchner, quien resignó la mitad de los votos que había logrado en 2011, en la elección del histórico 54%. Como dicen los españoles, la entonces presidenta “encajó” mal la derrota: en su primer mensaje después de la elección, descalificó a los candidatos de la oposición legitimados días antes y propuso abrir una mesa de diálogo “con los verdaderos actores económicos, los dueños de la pelota, y no con los gerentes que ponen en las listas”. Fue una curiosa mezcla de convocatoria al establishment y gesto de desprecio por la voluntad popular.

Sorprendió la impugnación de la hoy vicepresidenta al llamado que hizo el presidente Alberto Fernández el 9 de julio al Grupo de los 6. Le bastó un tuit para desnudar sus profundas diferencias con el rumbo que insinuó el presidente. Fernández había sentado a los principales actores de la economía argentina para consensuar un camino de salida de la catástrofe económica. A “los dueños de la pelota”. La expresidenta parece haber cambiado de opinión y considera ahora inútil para el futuro de la Argentina el diálogo con las corporaciones empresarias. Si sobrevive su idea de renovar el contrato social, parece sin embargo razonable incluirlos. Máximo Kirchner lo ha entendido así: se supo que participó hace pocas semanas de más de una ronda con empresarios de la industria, la energía y las finanzas en las que se discutió cómo remontar la crisis. No se escucharon objeciones.

Con quién hablar se ha transformado ahora en un problema para Fernández. El diálogo con los bloques de Juntos por el Cambio en el Congreso sobre el que avanzó esta semana también fue condicionado al parecer desde el Instituto Patria. Ese intercambio mostró junto al presidente al titular de la Cámara de Diputados Sergio Massa pero también al hijo de la vicepresidenta, jefe del bloque oficialista en Diputados y, en las pantallas, a los responsables del bloque en senadores, el formoseño José Mayans y la mendocina Anabel Fernández Sagasti. Los legisladores de la oposición dijeron que esas presencias alteraron el espíritu con el que el presidente los había convocado. Y que el diálogo fracasó.

La situación planteada en torno al diálogo conduce a otro salto al pasado. Recuerda las desautorizaciones que sufrió Fernández durante las negociaciones con la Mesa de Enlace agropecuaria en los difíciles días de 2008, cuando ocupaba la jefatura de Gabinete en el primer gobierno de Cristina Kirchner. Lo que Fernández tejía con los productores lo destejía el matrimonio. Terminó en la derrota más sonora en la historia del kirchnerismo y para muchos fue el origen de su radicalización.


Pero esas tensiones son un desafío temprano a la estabilidad de la coalición. En un tiempo extremadamente complejo, representan una primera amenaza a la gobernabilidad.


Fernández renunció después de ese episodio que sacudió a la Argentina. En todos esos años le habían sido encomendadas por Néstor Kirchner batallas imposibles: cargó con el intento de una reconstrucción del peronismo porteño. Llevó las discusiones con el duhaldismo que derivaron en la ruptura definitiva con el caudillo bonaerense. Manejó el diferendo con Uruguay por las papeleras, que terminó en nada. Y le tocó negociar la crisis con el campo por las retenciones. En todos los escenarios defendió posiciones de máxima de Kirchner, aun aquellas en las que no creía. Por momentos Fernández parece repetir ese ejercicio con su viuda. Otras veces parece querer escapar de ese destino.

Alberto Fernández hoy es el presidente. Su candidatura fue resultado de una delegación, una anomalía cuyos alcances estamos empezando a observar en estos días con más profundidad. En el final de su anuncio sobre la apertura de la cuarentena, el presidente reivindicó su naturaleza dialoguista y defendió lo que llamó la “diversidad de opiniones” dentro de la coalición. Pero esas tensiones son en realidad un desafío temprano a la estabilidad de la alianza. En un tiempo extremadamente complejo, representan una primera amenaza a la gobernabilidad.


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