Títulos y copetes
En un capítulo de su apasionante libro “A Drinking Life: A Memoir”, el periodista Pete Hamill recuerda que en una de las máquinas de escribir del primer diario en que trabajó había un cartel pegado que decía: “Foco”. En periodismo no hay temporada de notas. La escasez de historias es un asunto improbable. Recuerdo que en la época en que Jorge Lanata escribía y además dirigía “Página/12” dijo algo tan sabio como que el problema no era la nota sino el periodista. No es lo mirado sino el que mira. Decía también en aquellos años que saber cuándo una nota es una nota pertenece al terreno de lo innato. Se tiene o no se tiene. Como el talento para la música o la extraña habilidad de comprender las ecuaciones que se desprenden de un partido de fútbol. Esto podría acercar más aún al periodismo y a la literatura aunque ya sean primos lejanos. Porque hay historias rodeándonos con la misma consistencia y certidumbre con que existen el aire y la Vía Láctea. Dos pibes tomando una cerveza en la puerta de una casa que puede ser un residencial estudiantil. Título: “Vida de estudiantes. Modelo 2005”. Una pareja de adultos de la mano por la calle, riéndose de quién sabe qué. Título: “El amor a los 40”. Una chica y su flamante corte de pelo, desflecado, punzante. Título de la sección Modas: “¿Vuelven los raros peinados nuevos?” Tal vez se trate de una obsesión, una más, pero antes que la realidad en tres dimensiones veo imágenes acompañadas de títulos, copetes y epígrafes. Traduzco sensaciones en temas y anécdotas en fotografías. Por eso me sorprendo cuando un periodista, gráfico, televisivo o radial, pero gráfico especialmente, asegura haberse quedado con la página en blanco. Por el contrario, el mayor problema de un periodista es limpiar esa página y dejar plasmado lo esencial. Aquí es donde tomamos distancia de la expresión artística. El arte debería bastarse a sí mismo. El periodismo, en cambio, se debe a su público. Si no te entienden, si no sos capaz de cautivar el interés ajeno, estás fuera. Fuera de foco. El cronista tiene el deber, la obligación y el fantástico privilegio de detectar cuándo nace y muere una nota y, por sobre todas las cosas acá en la Tierra así como en el cielo, debe saber qué es una nota y qué no. Hace unos años Rolando Graña había sido enviado especialmente a México para entrevistar al magistral Lindsay Kemp. Pero el mimo más famoso y respetado del planeta después de Marcel Marceau no estaba de ánimos para conversar. 14 horas de viaje y dos escalas para nada. Cuando Graña entró en el camarín encontró a un Kemp pétreo, ido. En sus labios humeaba un descomunal “caño” de marihuana. Silencio. Pasó un largo rato hasta que el periodista descubrió con emoción que sí, que tenía una nota. Justo cuando Kemp comenzó a maquillar su rostro de blanco mortuorio y a contestar no sin dificultad algunas preguntas, Graña supo que su páramo periodístico se había transformado en una entrevista excepcional. Título tentativo: “Lindsay Kemp, antes de salir a escena se confiesa (con un porro en la boca)”. Aquella escena, la de Kemp metamorfoseándose en personaje, abrió la nota del encuentro. Hay historias que se presentan solas, se escriben en la mente del cronista mientras escucha a su interlocutor. Creo que cuanto más profundizamos en un tema, cuanto más puntillosamente observamos un paisaje, más posibilidades hay de que “la línea”, la sagrada línea, alcance una pizca de la gloria. El talento es la suma del azar y lo vocacional. Mi memoria es un enorme rollo fotográfico en positivo, a la vez que un archivo caótico. Recuerdo: al ex jefe de una estación de trenes aún viviendo en la casa del ferrocarril, un abuelo de cien años solo y en medio de la nada, a chicos de la noche en Buenos Aires, a un alemán en el fin del mundo, a una profesora de teatro en Nueva York y así. Historias, relatos, personas. Títulos y encabezados. Contar su travesía es mi descanso y, creo, mi Dharma. Claudio Andrade candrade@rionegro.com.ar
En un capítulo de su apasionante libro “A Drinking Life: A Memoir”, el periodista Pete Hamill recuerda que en una de las máquinas de escribir del primer diario en que trabajó había un cartel pegado que decía: “Foco”. En periodismo no hay temporada de notas. La escasez de historias es un asunto improbable. Recuerdo que en la época en que Jorge Lanata escribía y además dirigía “Página/12” dijo algo tan sabio como que el problema no era la nota sino el periodista. No es lo mirado sino el que mira. Decía también en aquellos años que saber cuándo una nota es una nota pertenece al terreno de lo innato. Se tiene o no se tiene. Como el talento para la música o la extraña habilidad de comprender las ecuaciones que se desprenden de un partido de fútbol. Esto podría acercar más aún al periodismo y a la literatura aunque ya sean primos lejanos. Porque hay historias rodeándonos con la misma consistencia y certidumbre con que existen el aire y la Vía Láctea. Dos pibes tomando una cerveza en la puerta de una casa que puede ser un residencial estudiantil. Título: “Vida de estudiantes. Modelo 2005”. Una pareja de adultos de la mano por la calle, riéndose de quién sabe qué. Título: “El amor a los 40”. Una chica y su flamante corte de pelo, desflecado, punzante. Título de la sección Modas: “¿Vuelven los raros peinados nuevos?” Tal vez se trate de una obsesión, una más, pero antes que la realidad en tres dimensiones veo imágenes acompañadas de títulos, copetes y epígrafes. Traduzco sensaciones en temas y anécdotas en fotografías. Por eso me sorprendo cuando un periodista, gráfico, televisivo o radial, pero gráfico especialmente, asegura haberse quedado con la página en blanco. Por el contrario, el mayor problema de un periodista es limpiar esa página y dejar plasmado lo esencial. Aquí es donde tomamos distancia de la expresión artística. El arte debería bastarse a sí mismo. El periodismo, en cambio, se debe a su público. Si no te entienden, si no sos capaz de cautivar el interés ajeno, estás fuera. Fuera de foco. El cronista tiene el deber, la obligación y el fantástico privilegio de detectar cuándo nace y muere una nota y, por sobre todas las cosas acá en la Tierra así como en el cielo, debe saber qué es una nota y qué no. Hace unos años Rolando Graña había sido enviado especialmente a México para entrevistar al magistral Lindsay Kemp. Pero el mimo más famoso y respetado del planeta después de Marcel Marceau no estaba de ánimos para conversar. 14 horas de viaje y dos escalas para nada. Cuando Graña entró en el camarín encontró a un Kemp pétreo, ido. En sus labios humeaba un descomunal “caño” de marihuana. Silencio. Pasó un largo rato hasta que el periodista descubrió con emoción que sí, que tenía una nota. Justo cuando Kemp comenzó a maquillar su rostro de blanco mortuorio y a contestar no sin dificultad algunas preguntas, Graña supo que su páramo periodístico se había transformado en una entrevista excepcional. Título tentativo: “Lindsay Kemp, antes de salir a escena se confiesa (con un porro en la boca)”. Aquella escena, la de Kemp metamorfoseándose en personaje, abrió la nota del encuentro. Hay historias que se presentan solas, se escriben en la mente del cronista mientras escucha a su interlocutor. Creo que cuanto más profundizamos en un tema, cuanto más puntillosamente observamos un paisaje, más posibilidades hay de que “la línea”, la sagrada línea, alcance una pizca de la gloria. El talento es la suma del azar y lo vocacional. Mi memoria es un enorme rollo fotográfico en positivo, a la vez que un archivo caótico. Recuerdo: al ex jefe de una estación de trenes aún viviendo en la casa del ferrocarril, un abuelo de cien años solo y en medio de la nada, a chicos de la noche en Buenos Aires, a un alemán en el fin del mundo, a una profesora de teatro en Nueva York y así. Historias, relatos, personas. Títulos y encabezados. Contar su travesía es mi descanso y, creo, mi Dharma. Claudio Andrade candrade@rionegro.com.ar
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