Un brindis desafortunado

De habérseles ocurrido a los militantes de PRO, con Mauricio Macri a la cabeza, celebrar el fin de año con una fiesta alegre en la desde hace tiempo ex-ESMA, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ya hubiera hecho uso de la cadena de radio y televisión para acusarlos de ser los herederos espirituales de la dictadura militar, golpistas miserables deseosos de destituirla, mientras que funcionarios de su gobierno se hubieran entregado a una competencia para ver cuál de ellos lograría condenarlos con más contundencia y las organizaciones que en nuestro país se han apropiado de los derechos humanos estarían organizando marchas de repudio a lo ancho y lo largo del territorio nacional. Pero puesto que el responsable del festejo en un lugar que más de treinta años atrás se hizo tristemente emblemático de la metodología empleada por el régimen en la guerra sucia no es un “derechista”, amigo de “las corporaciones”, sino el presuntamente muy progresista ministro de Justicia, Julio Alak, la mayoría de los kirchneristas ha preferido guardar silencio, si bien algunos han procurado minimizar el significado de lo sucedido, permitiendo así que otros –radicales, izquierdistas y, huelga decirlo, voceros de PRO– se encargaran de ensañarse con el funcionario. Antes de mayo del 2003, ni el en aquel entonces flamante presidente Néstor Kirchner ni su esposa, Cristina, habían manifestado interés alguno en el tema de los derechos humanos, pero por razones políticas, una vez instalados en el poder decidieron hacerlo suyo, empresa en que tuvieron éxito al conseguir el apoyo no sólo de entidades como Madres de Plaza de Mayo sino también de una franja amplia de izquierdistas y progresistas que, como ellos, se concentrarían exclusivamente en los crímenes perpetrados por el régimen militar, pasando por alto los cometidos por los terroristas supuestamente revolucionarios de la época. Aunque la actitud así supuesta ha merecido la aprobación de la mayoría, la politización impúdica de una causa que debería ser apolítica, ya que cuando es cuestión de derechos humanos carecen de importancia los compromisos ideológicos reivindicados por los victimarios y las víctimas de los abusos, ha motivado algunas críticas. Por lo demás, incluso entre los que brindan la impresión de estar convencidos de que sólo un régimen “derechista” sería capaz de pisotear los derechos humanos, ya que a su juicio la brutalidad de la dictadura de los hermanos Castro en Cuba es una consecuencia lógica del “bloqueo” norteamericano de la isla y por lo tanto sería injusto denunciar a los castristas, los hay que se sienten molestos por el oportunismo de Cristina y sus acompañantes y que han sumado sus voces al coro que se ha puesto a pedir la cabeza de Alak. De todos los gobiernos que sucedieron a la dictadura militar, el kirchnerista, obsesionado como está con las imágenes y con lo que sus intelectuales orgánicos llaman el relato, ha sido el más consciente del valor de los símbolos. Sorprende, pues, que ningún militante kirchnerista de los muchos que pululan en todas las reparticiones oficiales haya intentado advertirle a Alak de que celebrar el fin de año con un asado festivo en un predio de lo que fue la ESMA podría dar lugar a malentendidos, ya que no faltarían reaccionarios que lo tomarían por una manifestación de desprecio o, al menos, de indiferencia hacia las víctimas de la represión ilegal. Puede que lo haya sido, puesto que hay motivos de sobra para dudar de la sinceridad de muchos personajes que, luego de participar en movimientos antidemocráticos o, en ciertos casos, de cumplir funciones en el régimen militar, optaron un tanto tardíamente por hacer gala de sus hipotéticos sentimientos humanitarios, pero a esta altura tal eventualidad no ocasionaría mucha preocupación en los círculos gubernamentales. Asimismo, aquellos oficialistas que sí toman en serio el tema de los derechos humanos entenderán muy bien que las embestidas contra Alak tienen menos que ver con la insensibilidad crasa que acaba de manifestar que con la ofensiva brutal que ha emprendido contra aquellos jueces que, a pesar de las consabidas presiones, aprietes y amenazas de todo tipo, se niegan a someterse a la voluntad arbitraria de la presidenta Cristina para ayudarla a desguazar ya el Grupo Clarín que tanto odia.


De habérseles ocurrido a los militantes de PRO, con Mauricio Macri a la cabeza, celebrar el fin de año con una fiesta alegre en la desde hace tiempo ex-ESMA, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ya hubiera hecho uso de la cadena de radio y televisión para acusarlos de ser los herederos espirituales de la dictadura militar, golpistas miserables deseosos de destituirla, mientras que funcionarios de su gobierno se hubieran entregado a una competencia para ver cuál de ellos lograría condenarlos con más contundencia y las organizaciones que en nuestro país se han apropiado de los derechos humanos estarían organizando marchas de repudio a lo ancho y lo largo del territorio nacional. Pero puesto que el responsable del festejo en un lugar que más de treinta años atrás se hizo tristemente emblemático de la metodología empleada por el régimen en la guerra sucia no es un “derechista”, amigo de “las corporaciones”, sino el presuntamente muy progresista ministro de Justicia, Julio Alak, la mayoría de los kirchneristas ha preferido guardar silencio, si bien algunos han procurado minimizar el significado de lo sucedido, permitiendo así que otros –radicales, izquierdistas y, huelga decirlo, voceros de PRO– se encargaran de ensañarse con el funcionario. Antes de mayo del 2003, ni el en aquel entonces flamante presidente Néstor Kirchner ni su esposa, Cristina, habían manifestado interés alguno en el tema de los derechos humanos, pero por razones políticas, una vez instalados en el poder decidieron hacerlo suyo, empresa en que tuvieron éxito al conseguir el apoyo no sólo de entidades como Madres de Plaza de Mayo sino también de una franja amplia de izquierdistas y progresistas que, como ellos, se concentrarían exclusivamente en los crímenes perpetrados por el régimen militar, pasando por alto los cometidos por los terroristas supuestamente revolucionarios de la época. Aunque la actitud así supuesta ha merecido la aprobación de la mayoría, la politización impúdica de una causa que debería ser apolítica, ya que cuando es cuestión de derechos humanos carecen de importancia los compromisos ideológicos reivindicados por los victimarios y las víctimas de los abusos, ha motivado algunas críticas. Por lo demás, incluso entre los que brindan la impresión de estar convencidos de que sólo un régimen “derechista” sería capaz de pisotear los derechos humanos, ya que a su juicio la brutalidad de la dictadura de los hermanos Castro en Cuba es una consecuencia lógica del “bloqueo” norteamericano de la isla y por lo tanto sería injusto denunciar a los castristas, los hay que se sienten molestos por el oportunismo de Cristina y sus acompañantes y que han sumado sus voces al coro que se ha puesto a pedir la cabeza de Alak. De todos los gobiernos que sucedieron a la dictadura militar, el kirchnerista, obsesionado como está con las imágenes y con lo que sus intelectuales orgánicos llaman el relato, ha sido el más consciente del valor de los símbolos. Sorprende, pues, que ningún militante kirchnerista de los muchos que pululan en todas las reparticiones oficiales haya intentado advertirle a Alak de que celebrar el fin de año con un asado festivo en un predio de lo que fue la ESMA podría dar lugar a malentendidos, ya que no faltarían reaccionarios que lo tomarían por una manifestación de desprecio o, al menos, de indiferencia hacia las víctimas de la represión ilegal. Puede que lo haya sido, puesto que hay motivos de sobra para dudar de la sinceridad de muchos personajes que, luego de participar en movimientos antidemocráticos o, en ciertos casos, de cumplir funciones en el régimen militar, optaron un tanto tardíamente por hacer gala de sus hipotéticos sentimientos humanitarios, pero a esta altura tal eventualidad no ocasionaría mucha preocupación en los círculos gubernamentales. Asimismo, aquellos oficialistas que sí toman en serio el tema de los derechos humanos entenderán muy bien que las embestidas contra Alak tienen menos que ver con la insensibilidad crasa que acaba de manifestar que con la ofensiva brutal que ha emprendido contra aquellos jueces que, a pesar de las consabidas presiones, aprietes y amenazas de todo tipo, se niegan a someterse a la voluntad arbitraria de la presidenta Cristina para ayudarla a desguazar ya el Grupo Clarín que tanto odia.

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