Un gobierno en la sombra


Al acostumbrarse nuestro sistema presidencialista a depender de caprichos, manías, obsesiones y capacidad de una sola persona, la clase política ha desarrollado una cultura de la irresponsabilidad.


Si hay un país que necesita contar con un gobierno fuerte, de legitimidad indiscutible hasta que llegue el día final de su mandato constitucional, es la Argentina, pero por motivos caprichosos sus líderes políticos se las han ingeniado para asegurar que con cierta frecuencia se produzcan vacíos de poder. Es lo que sucedió en 1989, cuando Raúl Alfonsín tuvo que abandonar la Casa Rosada cinco meses antes de la fecha fijada porque no halló la forma de compartir el poder con el presidente recién electo, Carlos Menem.

En la actualidad, los dilemas son aún más angustiantes que los enfrentados hace treinta años.

Las PASO no fueron elecciones auténticas y, si bien Alberto Fernández las ganó por un margen muy amplio, no ha dejado de ser un candidato presidencial entre varios.

Macri tiene que seguir en campaña con la esperanza de lograr remontar la enorme diferencia que lo separa de su rival principal, mientras que éste, como es natural, es reacio a ayudarlo

Por su parte, Mauricio Macri tiene que seguir en campaña con la esperanza de lograr remontar la enorme diferencia que lo separa de su rival principal, mientras que éste, como es natural, es reacio a ayudarlo aunque, claro está, no sería de su interés que la economía nacional se hundiera antes de terminar la transición que a juicio de casi todos empezó el domingo.

De tener la Argentina un sistema parlamentario en que el presidente se dedicara a cumplir funciones ceremoniales, Fernández ya sería el jefe del gobierno y por lo tanto le correspondería tomar las decisiones clave, pero desde que el país optó por copiar las instituciones políticas de Estados Unidos ha sido exageradamente presidencialista. Las consecuencias de tal decisión están a la vista.

Al acostumbrarse a depender tanto de los caprichos, manías, obsesiones y capacidad administrativa de una sola persona, la clase política en su conjunto ha desarrollado una cultura de la irresponsabilidad que ha contribuido mucho a prolongar la decadencia. Hay otros factores, entre ellos la ilusión de que la Argentina es tan rica que puede permitirse más lujos que los demás países, pero no cabe duda de que el presidencialismo extremo le ha sido nocivo.

Existe el peligro de que tanto Macri como Fernández se dejen seducir por la lógica leninista de “cuanto peor, mejor”; aquel, porque podría atribuir los golpes brutales que han comenzado a asestarnos los mercados al espanto provocado por la proximidad del kirchnerista; éste, porque tomaría los desastres resultantes por más evidencia de la inoperancia del gobierno “liberal”.

Aun cuando ninguno de los dos tratara de aprovechar la situación que se ha creado, convencer a todos sus colaboradores de que tal y como están las cosas al país le convendría que actuaran como socios, no como enemigos, les sería difícil.

La política es un deporte competitivo, convencer a los participantes de que en última instancia pertenecen al mismo equipo suele ser imposible.

Desde la noche del domingo pasado, el país cuenta con dos gobiernos.

Existe el peligro de que tanto Macri como Fernández se dejen seducir por la lógica leninista de “cuanto peor, mejor”

Uno, el formal, se ha visto repudiado por dos tercios del electorado; otro, el virtual, tiene el apoyo de casi la mitad pero aún no se ha organizado y sus presuntos integrantes no han dicho lo que se han propuesto hacer para aliviar las penurias que según ellos provocó el macrismo acaso porque, como tantos otros, antes de las PASO creyeron que les quedaban algunos meses más en que formular una estrategia económica más o menos realista.

Por razones electoralistas no querían confesar que no les sería dado hacer milagros, pero luego de recibir el aval de más del 47%, pronto tendrán que arriesgarse con algunas definiciones; caso contrario, asegurarían que la herencia que confían en recibir sea todavía más calamitosa de lo que los nefastos números actuales hacen prever.

La Argentina siempre ha sido una caja de sorpresas.

Al enterarse de que Fernández acababa de darle a Macri una paliza soberana en las urnas, la elite política y económica internacional llegó a la conclusión de que, una vez más, el país había decidido suicidarse, pero puede que se hayan equivocado y que el gobierno que finalmente surja del caos se asemeje más al menemista que al encabezado por Cristina.

Es poco probable que Fernández se sienta tentado a emular al venezolano Nicolás Maduro.

Para ahorrarse tal destino, tendría que manejar la economía con mucho más rigor que el elegido por los macristas que, en un esfuerzo, parece haber sido vano, por conservar el apoyo de los sectores que los habían respaldado hasta que la corrida cambiaria de abril del año pasado los obligó a abandonar el “gradualismo”, no se animaron a intentar las reformas realmente drásticas que, conforme a los especialistas en esta materia tan antipática, serían precisas para que la economía nacional disfrutara de un período largo de crecimiento sostenido.


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