Un mensaje nacionalista

Nacionalismo no es forzosamente algo xenófobo y agresivo. En la confusa Argentina actual, los "mercados" parecen ser más nacionalistas que los políticos.

Para asombro de muchos, en lo que se suponía sería otro discurso vacío propio del Día de la Independencia, el presidente Fernando de la Rúa se permitió expresar una verdad que es evidente pero que aun así suena decididamente exótica en un ámbito político que a menudo se asemeja a un manicomio en el que los pacientes se han apoderado de la administración. Señaló que «nuestra independencia está disminuida» porque el resto del mundo ya no está dispuesto a continuar dándonos el subsidio anual de 15.000 millones de dólares al cual nos hemos acostumbrado, lo cual es un forma de decir que para recuperar un mayor grado de autonomía será necesario aprender a prescindir de los préstamos.

Se trata de un planteo que en otras latitudes sería considerado netamente nacionalista. Después de todo, países como el Japón y, más de medio siglo más tarde, Corea del Sur se desarrollaron en base de sus propios recursos precisamente porque sus dirigentes, muchos de ellos xenófobos, no querían para nada depender de la voluntad ajena. Por supuesto que el rumbo elegido significó que los japoneses y surcoreanos tendrían que esperar algunos años más antes de poder disfrutar de las riquezas que crearían, pero puesto que la mayoría entendía muy bien que tanto el endeudamiento como la dependencia de capitales extranjeros limitarían la autonomía nacional, la estrategia resultó viable. Si bien ambos países han sido obligados últimamente a someterse a la lógica de la globalización abriendo sus mercados de capitales, han podido hacerlo desde posiciones relativamente fuertes. Por cierto, a nadie se le ocurriría comparar su situación actual con aquella de la Argentina.

Aunque buena parte de nuestra clase política está habituada a hablar en términos nacionalistas y de vilipendiar por «entreguistas» o «vendepatrias» a quienes no comparten sus puntos de vista, sólo ha sido una cuestión de eslóganes retóricos. Lejos de manifestarse dispuesto a sacrificarse en aras de los intereses del conjunto, el grueso de los dirigentes peronistas, radicales e izquierdistas es tan adicto al corto plazo que por instinto se opone con indignación furiosa a cualquier intento de hacer más «competitivo» al país, finalidad que, obvio es decirlo, constituye la prioridad absoluta de todo nacionalista de verdad. Es que el facilismo populista que es el credo dominante en nuestro país desde hace un siglo es totalmente incompatible con el patriotismo, para no hablar del nacionalismo, corrientes políticas cuyos representantes auténticos siempre han hecho hincapié en la importancia de subordinar las aspiraciones personales y sectoriales al poder del país.

Por razones comprensibles, el nacionalismo ha adquirido una reputación pésima en el mundo entero, pero no es forzosamente un fenómeno agresivo ni xenófobo. Antes bien, en dosis moderadas conforma un factor aglutinante esencial: a menos que haya cierto compromiso con el bienestar del conjunto, ninguna comunidad puede funcionar. Que sea así fue demostrado de forma terriblemente convincente por la trayectoria de la Argentina en el transcurso del siglo pasado. Casi todos los dirigentes políticos y los intelectuales del país hablaban un lenguaje atiborrado de giros presuntamente nacionalistas, pero muy pocos actuaron como si les importara, aunque sólo fuera un poco, el futuro nacional. En lugar de dedicarse a asegurar más independencia administrando los recursos con austeridad e invirtiendo en actividades como la educación que brindarían sus resultados quince o veinte años después, se las ingeniaron para convencerse de que el despilfarro era patriótico y las exigencias de cualquier tipo un ataque alevoso contra el pueblo. Siguen pensando del mismo modo, razón por la cual la crisis se ha agravado tanto a partir de la llegada al poder de De la Rúa, y a esta altura parece poco probable que cambien a tiempo para ahorrarnos un desastre. Como dijo el presidente en Tucumán, «si no decidimos nosotros cómo y dónde bajamos el gasto, lo harán otros cuando decidan no prestarnos», es decir que en la confusa Argentina actual «los mercados» parecen ser más nacionalistas que los políticos que, más por ingenuidad que por cinismo, siempre se han creído nacionalistas cabales.


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