Una dictadura muy ambiciosa


El régimen chino no cree en derechos humanos ni tolera el disenso. Y gracias al enorme desarrollo de las comunicaciones hoy exporta las formas de pensar que cree deseables.


El presidente chino Xi Jinping, ante el Congreso del partido Comunista. (AP/Andy Wong)

Mal que les pese a Donald Trump y otros norteamericanos que están preocupados por el regreso espectacular de China al centro del escenario mundial luego de una virtual ausencia de medio milenio, los esfuerzos por obligar a sus gobernantes a respetar las presuntas reglas del orden respaldado por Washington no han prosperado. Para desazón de los optimistas que esperaban que merced al surgimiento de una gran clase media China se haría más democrática, el presidente Xi Jinping ha resultado ser casi tan autoritario como Mao aunque, claro está, es mucho más realista que el “gran timonel”.

Ni Xi ni los otros jefes del Partido Comunista creen en lo de los derechos humanos. Tampoco toleran el disenso.

Además de castigar con dureza a aquellos compatriotas que se animan a cuestionar las políticas oficiales, están aprovechando cada vez más el poder económico que han sabido acumular para obligar a académicos, empresarios y funcionarios extranjeros a acatar sus órdenes. Algunos que cometieron el error de visitar China después de haber criticado al régimen en un medio social como Facebook terminaron detenidos por “no ser amigos de China”.

Entienden muy bien lo que está pasando los más de siete millones de habitantes de la ciudad aún autónoma de Hong Kong que, desde hace varios meses, están celebrando manifestaciones multitudinarias de protesta contra lo que ven como una serie de intentos de privarlos de las libertades que en teoría están consagradas en el acuerdo que se firmó con el gobierno del Reino Unido antes de la devolución del territorio a China en 1997. Los jóvenes de Hong Kong temen que les aguarde un futuro nada grato en un país dominado por totalitarios y, para desconcierto de los antiimperialistas occidentales, los más combativos han hecho de la bandera británica el símbolo de la resistencia.

Para los líderes chinos, es absurda la noción de que todos los Estados soberanos son iguales. Como la Dinastía Ming, creen que hay una jerarquía natural, con China, el “reino del medio”, en la cima.

Los abusos sistemáticos de los derechos humanos por el régimen chino no parecen haber tenido un efecto negativo en la imagen internacional de su país. Según una encuesta reciente, aquí la mayoría preferiría que la Argentina se alineara con China en el caso de que fuera necesario declararse a favor de una de las partes en la guerra comercial que está librando con Estados Unidos. Tales opiniones se basarán en la ilusión de que China, a diferencia de Estados Unidos, nunca soñaría con intervenir en los asuntos locales.

El régimen chino ya tiene motivos de sobra para confiar en que su creciente poder económico le permitirá presionar a los demás países para que aprueben su conducta. Después de denunciar los gobiernos occidentales la encarcelación de más de un millón de uigures musulmanes en “campos de reeducación” en que las autoridades procuran forzarlos a renunciar a sus creencias religiosas, Pekín consiguió el apoyo de 16 países musulmanes, entre ellos Arabia Saudita y Pakistán, que lo felicitaron por su voluntad de luchar contra “la radicalización”. De más está decir que de actuar de la misma manera Estados Unidos se armaría un griterío fenomenal.

China es una dictadura que, gracias al desarrollo exponencial de las comunicaciones electrónicas, ha comenzado a exportar, con eficacia notable, no solo bienes materiales sino también las formas de pensar que el régimen cree deseables. Se trata de un hecho que muchos quisieran pasar por alto.

En la batalla de ideas que se ha iniciado, el régimen chino, que es más nacionalista que comunista, no solo emplea métodos estalinistas sino que, con la colaboración de las grandes empresas tecnológicas occidentales, también cuenta con instrumentos que son incomparablemente más sofisticados que los de la tiranía soviética.

¿Es posible ser amigo de China, el pueblo y la cultura, sin compartir los valores y las prioridades del régimen nominalmente comunista? En principio lo es, pero en práctica no será tan fácil hacerlo si, como parece probable, el régimen decide poner un fin violento a la rebelión de Hong Kong, aumentar las presiones sobre Taiwán para que se reúna con la madre patria -un objetivo que Xi dice debería alcanzarse cuanto antes-, e intimidar a los países vecinos, además de exigirles a sus socios comerciales que castiguen a quienes en el resto del mundo sean reacios a tratarlo con el respeto debido.

Lo hará porque, para los líderes chinos, es absurda la noción de que todos los Estados soberanos son iguales y deberían ser tratados de la misma manera.

Lo mismo que sus antecesores remotos de la Dinastía Ming, creen que hay una jerarquía natural, con China, el “reino del medio”, ubicada en la cima y los otros en lugares inferiores. ¿Cuál sería el sitio de la Argentina en el orden que se conformaría si China desplazara a Estados Unidos como la superpotencia reinante? Puede que pronto sepamos la respuesta.


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