Una función de 47 segundos: los artistas callejeros de los semáforos

Cuando se enciende la luz roja, saben que tienen menos de un minuto para conmover a los apurados conductores. Cuatro malabaristas cuentan cómo es armar una rutina tan breve y vivir de un ingreso que varía de acuerdo a la realidad y el humor de la calle.

Marcos empieza su jornada laboral cerca de las 19, en avenida Roca y Tucumán. Y espera su señal para entrar a escena: cuando el semáforo se pone en rojo, se planta en el medio de la calle y con unas pelotitas o clavas hace malabares . Tiene sólo 47 segundos. En ese suspiro de tiempo debe ganarse el aplauso. Y además, algunas monedas.

Después de su brevísima función, algunos de los conductores que están en primera fila le dan unos pesos. Otros lo ignoran. Pero el disfruta mucho de lo que hace.

“Hacer malabarismos es una cuestión de destreza física y de un alto nivel de concentración. Estás expuesto a un montón de cosas: a los prejuicios, conflictos con otra gente que labura al aire libre, la inseguridad también nos afecta”, dice Marcos Espinoza, que hace seis años se dedica a la actividad.

Lupita Asecas prefiere hacer fuego. Cuando empieza su rutina interactúa con sus espectadores, “en ese momento llegamos un acuerdo, estoy haciendo esto y vos estas mirando lo que hago y lo disfrutamos los dos. Ahí es cuando me siento contenta y digo: qué bueno que no soy una esclava del sistema”.

Como es un trabajo que no tiene un sueldo fijo los ingresos varían mucho: hay días que son muy buenos y en cinco o seis horas juntas unos $ 400. Pero también hay jornadas de $200 y a veces $ 50.

El allense Alejandro Cisterna lleva siete años divirtiendo a conductores y peatones en un semáforo. “Hay más días malos que buenos pero cuando uno trabaja en lo que le gusta no hay porque quejarse”, asegura. Además de sus funciones callejeras, Alejandro lleva a veces su arte a las fiestas para las que lo contratan .

“Cuando trabajas en la calle lo haces con gente que está muy alterada, unos están felices paseando y otros salen de trabajar y están podridos del mundo”, coinciden unos y otros. “A veces somos un canal de descarga. Lo que molestan son las puteadas o las miradas de asco de la gente que pasa con total desprecio”.

Marcos, Alejandro y Lupita tienen cronometrado sus tiempos. Saben que su función podría terminar muy mal si no se corren a tiempo de la calle. El público que los observa está listo para poner primera y arrancar. Por eso, para ellos, cada segundo es fundamental. “Necesito 10 segundos mientras la gente se acomoda. Pero hay que estar atento porque hay quienes pasan en rojo y muy cerca tuyo. Después me presento y hago un saludo general, antes de empezar”.

La luz roja marca el tiempo de un show tan breve como fundamental para estos artistas del semáforo.

Las vidas nómades

de los malabaristas

Datos

Lupita siempre anda viajando, haciendo malabares en los semáforos. Su próximo destino es Colombia. Piensa ir en una combi junto a otros artistas callejeros.
Ella es una apasionada por lo que hace: “A la gente le gusta lo que hago y la forma en que lo hago”. Al finalizar el día se junta con sus amigos. “Cada uno colabora y compramos para todos y tomamos algo rico”, expresó entre risas.
Este año se anotó en la Escuela de Música de Neuquén. “Estoy viajando hace años y me dije Lupita pará un poco. Pero sólo aguanté un mes y medio”.
Lupita no es la única nómade. Alejandro sueña con formar un circo o dar talleres en los barrios y Etienne, que es un malabarista francés que tiene su rutina en uno de los semáforos de las calles de Roca, también hace planes de seguir viajando. De hecho piensa subirse en la misma combi que Lupita. “Viajo porque me gusta sentirme libre, y hacer lo que quiero cuando quiero. Hace un año y medio que viajo por América del Sur”.

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios