Una herencia disputada
A dos años de la muerte de Néstor Kirchner, casi todos los miembros de la clase política nacional están procurando minimizar las consecuencias negativas para el país del “estilo” pendenciero, basado en la confrontación permanente y una brecha insalvable entre la retórica progresista y la práctica conservadora caudillista, que patentó, para concentrarse en los aspectos a su juicio más positivos de su gestión. De éstos, suele considerarse el más notable la restauración de la autoridad de la presidencia en un país que se sentía a la deriva. Si bien el protagonismo ostentoso del expresidente en los meses previos a su fallecimiento perjudicaba la gestión de su esposa, el golpe emotivo asestado por su muerte súbita no sólo modificó radicalmente el panorama político del país, sino que también posibilitó su transformación post mórtem en el líder carismático de dimensiones míticas, el “Nestornauta” de la imaginación del ala juvenil del oficialismo. Con todo, aunque la presidenta Cristina Fernández de Kirchner sigue aludiendo con frecuencia a “él”, dando a entender que el destino la ha convocado para completar la obra inconclusa que dejó, ciertos integrantes del entorno del santacruceño dicen que la está arruinando al depurar las filas gubernamentales de quienes lo habían acompañado. El más vehemente de los kirchneristas “de paladar negro” despechados es, cuando no, Alberto Fernández. Según el exjefe de Gabinete, “Cristina no profundizó el modelo, lo perforó. Ella tiró por la borda todo lo que hizo Néstor”. Compartirán su opinión nada amistosa muchos otros funcionarios y políticos, además de empresarios y sindicalistas que, luego de haber disfrutado del favor de expresidente, se han visto marginados por Cristina que los ha reemplazado por sus propios allegados que, en muchos casos, militan en agrupaciones como La Cámpora. Es natural que los preocupados por el rumbo que últimamente ha emprendido el gobierno kirchnerista o, si se prefiere, cristinista, insistan en que Néstor Kirchner se hubiera opuesto al “cepo cambiario” y otras medidas que a su entender han resultado ser contraproducentes, pero la verdad es que no hay forma de saber lo que hubiera hecho de haberle tocado enfrentar la crisis económica que está ensombreciendo el segundo período de Cristina en la Casa Rosada. Aunque es factible que el expresidente y, hasta su muerte, hombre fuerte del gobierno de su mujer, hubiera reaccionado de manera muy distinta frente a los problemas de caja que tantos dolores de cabeza están ocasionando, ya que de acuerdo común era un político mucho más pragmático y menos dogmático, no cabe duda de que una proporción sustancial de las dificultades actuales se debe a las deficiencias intrínsecas del “modelo” voluntarista que se improvisó a partir de mediados del 2003. Por lo demás, la gestión de Néstor Kirchner no fue un dechado de prolijidad; antes bien, se destacó por la arbitrariedad, el favoritismo y, claro está, por la corrupción. Asimismo, es innegable que el crecimiento muy rápido que experimentó la economía se debió al ajuste brutal que siguió al desplome de la convertibilidad y a una coyuntura internacional –el famoso “viento de cola”– que era insólitamente propicia para un país, como la Argentina, que estaba en condiciones de exportar cantidades enormes de commodities agrícolas, en especial los producidos por el complejo sojero. Sea como fuere, es de prever que, en adelante, muchos peronistas y otros traten de aprovechar las diferencias, tanto las auténticas como las meramente hipotéticas, entre Néstor Kirchner y la presidenta Cristina, con el propósito de justificar su propio alejamiento del gobierno actual. Ya lo están haciendo Fernández y personajes como el líder sindical Hugo Moyano que tienen buenos motivos para querer hacer pensar que siguen siendo leales al kirchnerismo original, reivindicando así su conducta en los primeros cuatro años de la era K. Tarde o temprano, el gobernador bonaerense Daniel Scioli podría sentirse constreñido a adoptar una actitud parecida, aunque es de suponer que todavía espera que Cristina se resigne a reconocer que, dadas las circunstancias, le convendría apoyar sus aspiraciones presidenciales ya que, desde su punto de vista particular, de todas las alternativas disponibles, la representada por el exvicepresidente sería la menos mala.
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